Una tradición tiene sus matices y, en este caso, logra sacarle una sonrisa a cualquiera que lea el informe completo; un repaso, pequeño y superficial, por los nombres más divertidos
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Mientras seis amigos juega la última partida de Truco de la noche, el séptimo miembro del grupo, que se quedó sin jugar porque no le tocó ningún rey en la baraja, se dispone a comprar bebidas. “Son cinco cervezas y dos gaseosas. Voy y vengo en el Tutú, tardo cinco minutos”, exclama. La mano se interrumpe y casi sin comprender que ocurre, los seis presentes restantes preguntan: “¿El Tutú? ¿Qué es el Tutú?”. Y es que el Tutú, en la mente del joven excluido del juego de cartas, es un Volkswagen Gol Trend del 2012 que hace poco cumplió sus 100.000 kilómetros recorridos. “Es el auto”, responde. Los demás levantan los hombros, casi ignorándolo, y siguen jugando.
En la Argentina y en el mundo, más que nada en la comunidad fierrera o que tiene un historial vinculado con los autos, ponerle nombre o apodo a su vehículo es una tradición. Así como cuando llega un perro a la familia o algún conocido incursiona en la extraña práctica de tener una pecera con peces, se le pone un nombre. Se trata de un mote identificatorio, para no decirle “auto” o “máquina” (devenido del italiano, donde macchina es la traducción de “auto”) y poder hacer referencia, a veces con un interesante juego de palabras, al vehículo en cuestión.
Existen, tal vez, tres grupos de personas. Están los que directamente no ponen apodos, llaman a las cosas como son y se ríen entre dos y tres veces al año; están también los que le ponen nombres comunes como Ramón, Marta o Ezequiel, quizás refiriéndose a algún conocido, el vendedor de la concesionaria donde lo compraron o el personaje favorito de su serie o película y, por último, aparecen los más originales. Aquellos que tienen una inventiva similar a un humorista y una ocurrencia que solo ostentan los niños y los borrachos. Para ese último grupo está la siguiente lista.
Según Nationwide, una empresa aseguradora con sede en los Estados Unidos, los seres humanos nombran a sus autos porque tienen una conexión mucho más personal con estos objetos. Es decir, un vínculo. Porque sí, el vehículo es el lugar que vive con las personas sus mejores y peores momentos, que lo lleva a distintos lugares y que es testigo silencioso de innumerables hazañas. Se vuelve un compañero, y un compañero tiene que tener un nombre. Si no, Robin, Milhouse o Watson no existirían.
Hace unas pocas semanas, Kavak, empresa de compra-venta de autos, relevó un informe que dejó en evidencia la inventiva argentina. El disparador fue: “¿Cuál es el apodo que tiene tu auto?”. Y a partir de ahí, es difícil imaginar hasta donde llegan los chistes y la búsqueda por el humor y la identificación. La lista se enaltece con rebusques fantásticos como “El Misil japonés”, para referirse a un vehículo de la marca Toyota o “Golxila”, para jugar con la mezcla del modelo de Volkswagen, Gol, y Godzilla. Pero también hay lugar para referir al color del propio auto, como “Zorro blanco”, “Champeta”, “Morocha”, “Rojito” o “Sonic”, todas referencias, algunas ficcionalizadas, al tono que luce la chapa.
Como estamos en la Argentina, el fútbol no queda de lado y en ese listado aparecen semblantes “Iván Pillud”, por el jugador de Racing y “El Colo Barco”, por la figura de Boca Juniors en la Copa Libertadores. La lista sigue y aparecen los tradicionales: “Batimóvil”, “Perla Negra”, “Furia Nocturna”. Tradicionales según el público, pero todas referencias a películas.
En el apartado bizarro aparecieron títulos como “Uff, mi amor”, “Karma, porque todos los meses tiene un problema distinto” y “La maleducada”, nombres que de seguro sacan más de una carcajada la primera vez que se escuchan y más todavía cuando se descubre que se refieren a un auto.
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