Fiat celebró su aniversario de 125 años y protagonizó los eventos un modelo creado por un piloto británico que participó en la Primera Guerra Mundial
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En sus 125 años de historia, Fiat cosechó cosechó varios logros dentro del sector automotor, tanto en ámbito deportivo como en el tecnológico. Sin embargo, son pocos los logros que mantienen su relevancia a lo largo del tiempo. Los récords de velocidad que establecidos hace más de un siglo por el Mefistofele son la excepción.
Desarrollado por el piloto británico Ernest Eldridge con piezas de un Fiat SB4 de 1908, un colectivo londinense y un motor de aviación Fiat A.12, el vehículo es un testimonio de la ingeniería audaz de su época: a pesar de que sus dimensiones hacían que manejarlo no fuera la tarea más sencilla del planeta, supo alcanzar los 234,98 kilómetros por hora y batir el récord mundial de ese entonces, el 12 de julio de 1924.
Actualmente se exhibe en el Centro Storico Fiat de Turín, donde continúa siendo una de las principales atracciones.
Durante el aniversario número 125 de la firma de autos italiana, el Mefistofele protagonizó una serie de eventos que marcaron el verano turinés, incluyendo una exposición multimedia en el museo de la marca y una conferencia, ambas respaldadas por Torino Capitale della Cultura d’Impresa 2024 y el Museo Nazionale dell’Automobile di Torino (MAUTO).
La relevancia de este vehículo no reside solo en los récords, sino también en la historia que lo rodea. El legado que el Mefistofele dejó en el mundo del automovilismo está ligado con su génesis y, especialmente, con su creador.
Nacido en 1897 en Willesden, un barrio a ocho kilómetros al noroeste de Charing Cross, Eldridge se crió entre la alta burguesía londinense y, como tantos jóvenes de buena familia de la época, encontró en las nuevas tecnologías -como el automovilismo y la aviación- un campo de exploración perfecto para saciar su sed de gloria y aventuras.
Eldridge abandonó sus estudios para luchar en la Primera Guerra Mundial, en donde tuvo su primer contacto con el automóvil propiamente dicho, como conductor de ambulancias y supo que su conexión con las máquinas estaba destinada a ser.
Tras su participación en el conflicto bélico, el joven decidió que se iba a dedicar de lleno a sus dos pasiones: la aviación y los deportes de motor. Su objetivo era claro, incluso desde ese entonces: establecer un récord de velocidad que dejara una huella en la historia. Su táctica para lograrlo también: adaptar un motor de avión a un auto de carreras.
Vale aclarar que, en aquella época, los llamados “gentlemen drivers” no disponían de un equipo de ingenieros y diseñadores trabajando para conseguir la aleación más ligera o el coeficiente aerodinámico óptimo: los pilotos tenían que utilizar sus propios autos y visitar desguaces y chatarrerías para, con horas de ensayo-error, lograr un vehículo con prestaciones ganadoras.
Fue así que, en 1921, Eldridge -en definitiva, un entusiasta- desarrolló un rodado con un motor de avión de 240 CV, con el que logró alcanzar los 150 km/h. Sin embargo, esto no fue suficiente para él y, decidido a romper barreras, adquirió un Fiat SB4, un auto de competición de 1907 ya desfasado, y le agregó el Fiat A.12, un motor de seis cilindros con prestaciones apreciadas por los ases del aire a los mandos de aviones.
Encajar semejante mole en la parte frontal de un automóvil no iba a ser tarea fácil.
En el apartado mecánico, Eldridge modificó los cilindros para dotarles de cuatro válvulas con bujías Magneti Marelli mientras que, para la carrocería, utilizó los restos de un colectivo londinense accidentado. El resultado fue un monstruo capaz de desarrollar 350 CV de potencia a 1800 rpm y de producir un ruido que le terminó valiendo su apodo y bautismo: “Mefistofele” (el nombre hace referencia a Mefistófeles, un demonio del folclore alemán considerado como un subordinado de Satanás).
La creación de Elridge no tardó en llamar la atención. Delage, una marca especializada, lo retó a un duelo para intentar batir el récord del mundo de velocidad. Representaría a la marca su piloto estrella, René Thomas, varias veces campeón de las 500 Millas de Indianápolis, al volante de un Delage V12 “La Torpille” de 350 CV. La cita, que tuvo lugar en julio de 1924 en la Route Nationale 20, cerca de Arpajon, en Francia, concluiría con una sorpresa y pocas dudas: el Mefistofele era potente.
El 5 de julio, el Fiat Mefistofele consiguió el Récord Mundial en pista de tierra alcanzando los 230,55km/h. Sin embargo, sus contrincantes reclamaron el titulo por no disponer de marcha atrás, un requisito obligatorio para poder homologar la plusmarca.
Este contratiempo, lejos de desanimar a Elridge, lo motivó a ir por más. Fue así como, con la ayuda de un herrero local, logró incorporar un dispositivo de marcha atrás para su bólido y, con esta modificación, volvió a la ruta el 12 de julio para saborear su revancha: logró 234,98 km/h, una cifra que lo consolidaría en la historia.
Al final, lo que hace a Eldridge una persona memorable y al Mefistofele un auto intachable es la convicción de que, con suficiente ingenio y pasión, los límites son relativos. Logró que un sueño imposible cobrara vida, y esa hazaña sigue resonando hoy, inspirando a generaciones de soñadores y pioneros a desafiar lo establecido y a perseguir la grandeza con la misma osadía.
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