Lejos de toda rutina, los que apuestan a este estilo valoran la libertad de elegir el paisaje de cada día; las limitaciones del espacio y la inversión inicial, algunas de las contras; ¿cómo se arma una casa rodante y cómo es la dinámica en su interior?
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Con los 510.1 millones de km² que tiene la superficie de la Tierra, ellos se niegan a recorrer los mismos toda su vida. El mundo es infinito, dicen, y siempre quedan lugares por descubrir. No les gusta tener una rutina, quieren vivir experiencias nuevas, conocer historias, despertarse todos los días con un paisaje distinto e irse a dormir sin saber a ciencia cierta dónde van a estar la próxima semana.
“Hay tantas formas de viajar como personas hay en el mundo”, dice Rodrigo Viceconti a LA NACION desde alguna parte de la Argentina. Pero para él y para muchas otras personas esta manera de hacerlo tiene una magia distinta. Vanlife, palabras más, palabras menos, es vivir en el camino: construir un hogar sobre ruedas y llevarlo a cualquier lugar.
Rodrigo conoció a Milagros Biana en 2015 y desde el primer día supieron que su destino no iba a ser estático. “A los dos meses de estar juntos, me dice: ‘Yo quiero viajar ¿vos querés?’. No sabía cómo, ni a dónde, ni nada, pero me encantó”, recuerda él. Oriundo de Ayacucho, un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, lo más lejos que había llegado era a La Plata para estudiar Comunicación. El mundo los esperaba y tras planificar durante un tiempo decidieron salir de mochileros hasta Ecuador.
“Nos íbamos a ir por tres meses, pero estuvimos viajando un año. Cuando volvimos, decidimos terminar los estudios e irnos de vuelta, pero la Argentina nos atrapó”, explica ella. Hay complicidad en cada una de sus palabras y la historia la cuentan entre los dos. Las oraciones las empieza Rodrigo y las termina Milagros, entre risas. Con ese mismo espíritu trabajaron durante varios años para reunir ahorros que les permitieran comprar una camioneta, camperizarla y transformarla en su casa. Además, se capacitaron. Estudiaron juntos coaching ontológico y adaptaron su formación a la vida en el camino.
“La idea era viajar y la mejor manera de hacerlo con Ama, la perrita, era en un vehículo. Compramos una Mercedes-Benz MB 180D del año 94, La Bochi, y la construimos con ayuda de amigos y un carpintero”, sintetizan. Convocados por un programa de televisión, recorrieron 13 provincias en dos meses. Ese modo de vida los enamoró.
Lo único que necesitan es frenar de tanto en tanto en un lugar con señal para poder trabajar. Ambos hacen home office, tienen sus clientes y trabajan con redes sociales. Además, administran un perfil de Instagram (@masrutaxfavor) donde cuentan las intimidades de la travesía y aconsejan a nuevos viajeros.
La decisión no es fácil. La vida nómade tiene muchos aspectos a favor, pero también, varias contras. Es una decisión muy personal y antes de tomarla, hay que considerar ciertas aristas. En primer lugar, el costo: camperizar una camioneta no es precisamente económico. Hay que equipar un vehículo para que sea una casa y, aun invirtiendo más de $1 millón -basándose en el presupuesto de una Renault L2H2-, hay comodidades que una vivienda sobre ruedas nunca va a tener.
Los autos están aislados para que la temperatura exterior no golpee fuerte dentro pero, por una cuestión energética, no tienen calefacción ni aire acondicionado para climatizar el interior. Hay varias formas de camperizarla y mientras que muchos eligen hacerlo por ellos mismos, hay personas que se dedican a acondicionar los vehículos y prepararlos para la vida en el camino. Tal es el caso de Eduardo Iglesias, conocido en redes como @motorjor, quien asesora respecto a los precios y a los ítems para acondicionar la casa rodante e incluso ofrece sus servicios para trabajar en la camperización.
Al costo inicial hay que sumarle gastos mensuales y lo más caro es la nafta. En términos de comida, agua, internet para el celular y algún que otro gustito, se promedian, aproximadamente, entre $80.000 y $90.000.
Además, es imprescindible tener en cuenta los imprevistos y los gastos de mantenimiento: paradas en mecánicos, homologar el vehículo y la verificación técnica periódica, entre otros. No hay un número exacto y todos los viajeros coinciden que el gasto en la ruta depende de qué tan rápido y lejos se viaje.
“Por ahí, cuando nos jubilemos...”
Para Matías Martinego y Jessica Serra -ambos de 31 años y padres de Alejando, de 3- la historia fue diferente, era un proyecto para otro momento. “Por ahí, cuando nos jubilemos…”, fantaseaban. Pero un día, entendieron que encontrar el momento ideal era una salida fácil. Y se animaron a probar.
Estacionados en un campo del norte argentino, mientras Ale juega y Matías arregla la claraboya del techo, Jessica cuenta a LA NACION: “Cuando Ale cumple seis meses le hago esta propuesta a Mati de no esperar a la jubilación y empezar el viaje ahora. Teníamos todo listo para salir, los muebles y todo, pero nos agarró la pandemia en 2020 y lo tuvimos que posponer”.
Después de un año de incertidumbre y tras solicitar la baja anticipada de su trabajo, en febrero de 2021 los tres salieron a la ruta. La idea es llegar hasta Alaska y recorrer en el medio todo lo que se pueda. Ya estuvieron en Uruguay y Brasil a bordo de su Iveco Daily 3510 del año 2001. Estados Unidos todavía queda lejos, pero nadie los apura.
Gracias a unos ahorros que lograron cuando todavía vivían en Río Grande, pudieron arreglar el motorhome y tener un lugar para pasar sus días en el camino. Hoy, sus ingresos se basan en el trabajo artesano, que adaptan a cada destino, desde mates hasta macramé y carteles vintage. Mientras dure la travesía, Ale seguirá formando parte del Servicio de Educación a Distancia (SEAD). “Conocemos unos cuantos viajeros que están escolarizando a sus hijos de esta forma y les va muy bien. Además, acá mi compañera es docente así que estamos cubiertos. No solo está pensado para viajeros sino también para chicos que viven afuera del país, los ponen a todos en el mismo curso y se arma como una comunidad”, indica Matías.
La preparación
El desafío de camperizar una camioneta lleva mucho tiempo de preparación y el proyecto puede gestarse durante años. Ese es el caso de Facundo Patané y Sabrina Pellizzari, dos jóvenes de 30 años cuya vida cambió cuando conocieron Francia. Él, por un intercambio escolar a los 15, y ella, cuando decidió estudiar seis meses en el exterior mientras cursaba la carrera de Comercio Internacional. Sus experiencias los impulsaron a más y, una vez terminados sus estudios, empezaron a mochilear. Primero Canadá, después Estados Unidos y también Singapur y Nueva Zelanda para luego coincidir en el lugar que los unió: Australia.
Facundo y Sabrina se conocieron en Sidney, pero su amor nació en Byron Bay. “Esa playa fue nuestro lugar feliz durante mucho tiempo. Él cambió sus planes y vino donde yo estaba”, explica Sabrina. No por nada su Mercedes-Benz MB 180 escolar se llama “La Byron”.
Después de salir al mundo, volvieron a la Argentina con una idea que se convirtió en sueño y hoy es su forma de vida: viajar en motorhome. Trabajaron día y noche en plena pandemia, en esa época donde la cuarentena se prolongaba y el contacto se limitaba a una videollamada. Él, su papá y ella. “Nos mantuvo ocupados, era como un rayito de luz, un poco de esperanza cuando todo el mundo estaba encerrado sin saber qué hacer. Teníamos un motivo por el cual despertarnos y era ese: seguir construyendo nuestra casa móvil”, señala Facundo.
Al igual que Matías y Jessica, viven haciendo feria. “Igual es importante recalcar que habiendo hecho visas de trabajo en el exterior tenemos ahorros importantes”, aclara Sabrina. Además, tienen un ambicioso proyecto: La Byron Van Sessions, que consiste en grabar temas con músicos locales, que luego suben a YouTube. “Las sessions van a seguir. Quizás mañana nos instalemos en algún lugar que nos guste mucho o seguiremos viajando, pero la música va a venir con nosotros”, sentencian.
“¿Con qué vista quiero tomar un café a la mañana?”. Esa es la premisa de Cecilia Perissé, quien encontró en Ezequiel Panza la compañía para la aventura que culminó con la creación de ChezTeam. Con apenas 24 años, ella era dueña de su propio estudio de arquitectura, del que quedó al frente tras la muerte de su hermano. Él era gerente de una empresa familiar y en su tiempo libre practicaba deportes.
Hasta el día que se conocieron, sus vidas iban en direcciones opuestas. “Ella se estaba yendo a trabajar a España, tenía el norte en otro lado”, recuerda Ezequiel. Con tal de volver a verla, viajó hasta Mallorca y después a Nápoles. “Si es capaz de venir a buscarme hasta acá es porque realmente pasa algo’”, reflexionó Cecilia en ese momento.
Con el tiempo, ella renunció a su trabajo y juntos volvieron a Buenos Aires con la idea de que su estadía sería transitoria. Armaron durante unos meses un plan económico para poder vivir de rentas, inversiones en criptomonedas y gestión de alquileres. El Plan A era vivir viajando en barco, pero una venta que nunca llegó cambió el rumbo. Compraron una Mercedes-Benz MB 180 de 1994, la camperizaron en el camino porque querían escapar de Buenos Aires y, desde 2019, recorren el país disfrutando cada rincón. “La vanlife te da esa libertad que no conseguís de otra manera. Tiene sus dificultades y nos demoró años la construcción, pero vale la pena”, cierra ella.
Otra realidad que puede jugar en contra es el espacio reducido. Los muebles ocupan mucho lugar y, mínimamente, hay que instalar una heladera con freezer, un inodoro químico con medidor de aguas negras, grifería, horno y anafe de dos hornallas.
Tener una ducha se vuelve indispensable para no depender de estaciones de servicio o campings. Y desde ya, las camas, que suelen transformarse en mesas durante el día. Las dimensiones varían según el vehículo. Si se viaja en una camioneta escolar, la superficie es mucho más pequeña, pero si la travesía se hace en un colectivo camperizado es como tener un monoambiente sobre ruedas.
También puede ser un negocio
Guido Rodríguez tiene 32 años y viaja solo. Es fotógrafo y, junto a sus perros, se propuso recorrer pueblos de menos de 1000 habitantes en la provincia de Buenos Aires. Maneja una Citroën Jumper de 2018 que compró 0km y acondicionó junto a su mamá poco a poco. Tiene una comunidad en las redes que lo sigue en todas sus travesías y además dirige su propia revista digital, donde muestra los lugares que visita y comparte entrevistas con los pobladores.
“Hice Entre Ríos, Santa Fe, Santiago Del Estero, Chaco y Corrientes. Mi primera noche fue cerca de Paraná y me dormí frente al río. Ahí dije: ‘Ya está… está todo bien’”, indica. Hasta hoy lleva 40 pueblos recorridos y comenta que en septiembre saldrá “sin fecha de vuelta”.
Después de que la pandemia lo alejó de su negocio de catering, Eduardo Iglesias vio en los motorhome una posibilidad de negocio. Tras haber refaccionado un colectivo de la línea 60 desde cero y haberlo convertido en su casa, decidió meterse de lleno en este universo.
Desde su lugar de residencia, Mar del Plata, toma pedidos y ayuda a que los viajeros de todas partes del país tengan un motorhome listo para salir a la ruta. Se contacta con proveedores, compra los muebles, los materiales y trabaja durante semanas en cada vehículo. Actualmente está dedicado a la camperización de una Renault Master L2H2 y cobra entre US$12.000 y US$15.000 por su mano de obra. Por un vehículo más grande -como un colectivo- el precio puede subir a U$$20.000, aunque analiza siempre el número que les cierre a todos. Su clientela no para de crecer.
El registro y el estacionamiento no son un problema. Los vehículos se pueden manejar con la licencia B1 y, si se evitan las grandes ciudades, un motorhome se puede acomodar en cualquier lado: parques nacionales, bosques, calles, montañas, playas… Si en esos lugares se puede entrar con autos, se puede estacionar una casa rodante. Lo que sí hay que tener en cuenta es el terreno, y llevar cadenas para las ruedas que permitan sortear obstáculos y trasladarse por tierra, arena o hielo.
La solidaridad es habitual en el camino. Si hay algo que identifica a todos los viajeros es un sentido de comunidad poco común. Hablan con cualquiera como si lo conocieran desde siempre, te invitan a pasar a sus casas y comparten hasta la barra de chocolate que guardan para la película de la noche.
Conocer las limitaciones, las complicaciones y los gastos es fundamental. Pero los que apostaron a esta nueva vida aconsejan sin dudar: “Si lo querés hacer, animate”.
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