Modelos con estética rupturista deleitan a los expertos, pero están lejos de enamorar al público; igual ocurre con las versiones EV de gamas actuales. Así, los diseñadores miran los clásicos populares del pasado
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Una de las promesas que venía de la mano de la nueva movilidad eléctrica era una enorme ampliación en las posibilidades del diseño. De hecho, para estas épocas, uno podría haber esperado que ya se hubiesen desarrollado estéticas completamente inéditas, que expresen por un lado las nuevas posibilidades tecnológicas, y por otro una clara idea de disrupción y progreso. La cosa arrancó bastante para ese lado, ya que los primeros modelos con motorizaciones no convencionales –como el Toyota Prius, el Nissan Leaf o el Chevrolet Volt/Opel Ampera– coquetearon con estéticas rupturistas. El punto cúlmine llegó en 2013 con el BMW i3, un auto verdaderamente revolucionario en su diseño. Muy distinto a todo lo visto anteriormente y repleto de nuevas ideas, el i3 rápidamente se convirtió en un auto amado por los diseñadores… pero no ocurrió lo mismo con el gran público. Fue un típico caso de producto adelantado a su tiempo o, en palabras del gran diseñador industrial Raymond Loewy, “demasiado avanzado para ser aceptado”. Del otro lado del Atlántico, Tesla empezó a convertir a los autos eléctricos en algo deseable, pero con diseños bastante más convencionales. Hoy la marca californiana es el punto de referencia absoluto en lo que a movilidad eléctrica se refiere, y puso al resto de la industria a la defensiva. Y cuando alguien está a la defensiva, generalmente asume posiciones conservadoras. Por eso la gran mayoría de los nuevos productos eléctricos que se están viendo son básicamente adaptaciones de sus pares con motores a combustión.
Los modelos que proponen un poco más, como el Jaguar I-Pace y el Volkswagen ID.3, tuvieron muy buena recepción por parte de la crítica especializada, pero lo cierto es que ninguno llegó a “enamorar” al gran público, al menos tanto como para generar un punto de inflexión. Hete aquí el dilema: lo que luce futurista no termina de hacer pie en el gusto general, y los modelos eléctricos que tienen una apariencia demasiado convencional dejan gusto a poco y no logran ese “diferencial” necesario para flechar a los consumidores. Ni la estética del futuro ni la del presente están dando en la tecla… ¿Por qué no mirar entonces al pasado?
El arcón de los recuerdos
Son varias las marcas que están yendo a buscar cosas en el arcón de los recuerdos para agregarles deseabilidad a sus nuevos productos “e”, sobre todo en el segmento de autos chicos. El Renault 5 Prototype (presentado a principios de 2021) es un concept car de esos que parece “listo para la producción” y que traza un hilo directo hasta el legendario R5 que se fabricó entre 1972 y 1985. Desde 2020 se vende el Honda e, un modelo con una indiscutible reminiscencia a la primera generación del Civic de 1973 (que para ese entonces era un auto muy pequeño). También en 2020 se presentó el Hyundai 45 Concept, un homenaje al Pony de 1974 con muchas referencias al diseño original de Giorgetto Giugiaro. Y por supuesto están los nuevos Mini SE y Fiat 500e, que si bien son adaptaciones eléctricas de los mismos modelos convencionales, ya venían con un estilo retro de origen.
En principio, hay buenas razones para que las marcas más tradicionales recurran al truco de la nostalgia para sus autos eléctricos. Por un lado, la consolidación de Tesla y la aparición otras startups que vienen amenazando con “comerse” una buena parte del mercado (como Lucid Air, Neo, ¡incluso Apple!), las obliga a poner en valor sus ricas historias para de alguna manera marcar la cancha.
Algo así como un: “venimos haciendo autos extraordinarios desde hace mucho tiempo, no como estos advenedizos”.
Por otra parte, el terreno de los autos chicos eléctricos es especialmente problemático. Por el costo de las baterías son comparativamente muy caros (tanto el Honda e como el Fiat 500e rondan los 30.000 euros en Europa, comparados con los 10 a 15 mil que valen los modelos convencionales del mismo tamaño), así que de alguna manera hay que convertirlos en productos “aspiracionales”. Un diseño distintivo es indispensable para ello… y el estilo retro es una forma de matar dos pájaros de un tiro.
No todo lo retro es lo mismo
El estilo retro ya había tenido su época de ¿gloria? unos cuantos años atrás, entre 1995 y los primeros 2000. En ese período aparecieron muchos modelos que de una manera u otra apelaban al pasado en sus formas, como el Plymouth Prowler (1997), el Volkswagen New Beetle (1998), el Chrysler PT Cruiser (2000), el Ford Thunderbird (2002), el Chevrolet SSR (2003) y los ya mencionados Mini Cooper (2001) y Fiat 500 (2008). Incluso el resurgir de los clásicos muscle cars, como el Ford Mustang y el Dodge Challenger, le debe muchísimo a una conexión estética con el pasado durante los ’90.
Ese boom retro siempre fue mirado con suspicacia –cuando no con desdén– en el mundillo del diseño. Pasa que hay toda una corriente “filosófica” en la disciplina que no ve con buenos ojos eso de “robarle” al pasado, pues el diseño es una actividad creativa que siempre debería mirar al futuro. De hecho, la palabra “retro” muchas veces genera una connotación peyorativa; solo basta ver cómo los jefes de diseño se cuidan mucho de usarla cuando presentan sus nuevos modelos. Por supuesto que también hay otra corriente que dice que si el producto se vende bien, entonces el diseño ha cumplido perfectamente con su objetivo. Como toda cuestión con implicancias éticas, es una polémica difícil de saldar.
Eso sí: a la cuestión de la “legitimidad”, una respuesta válida es que toda empresa tiene derecho a usufructuar su pasado, sobre todo si tiene en su legado productos que realmente le cambiaron la vida a la gente y dejaron una marca indeleble en varias generaciones. Lo que hace la diferencia es la manera de usufructuarlo; y ahí es donde la calidad del diseño cumple un rol fundamental.
Remix, remake y pastiche
En términos de diseño, eso de “meterse con el pasado” es un tema delicadísimo. Pasa que hay distintas maneras de conectar con lo antiguo desde lo estético y no todas dan los mismos resultados. Para ilustrar un poco el panorama, me permito proponer cuatro categorías, tomando prestados algunos términos a las industrias de la música y el cine.
Primero está lo que podríamos llamar “remix”, que es tomar el original y hacerle las mínimas adaptaciones para que se perciba como más “contemporáneo”. El aporte creativo aquí es bastante limitado y las comparaciones con el original generalmente llevan las de perder. El Lamborghini Miura Concept de 2005 es un buen ejemplo: las formas del auto son hermosas, tanto como lo fueron antaño, pero la sensación que genera es la de algo carente de alma… como un “original rebajado”. De todas maneras, este es un camino que varias marcas –sobre todo de lujo– están explorando: simplemente adaptar viejos clásicos a una motorización eléctrica para sortear posibles restricciones de circulación que en el futuro se apliquen a los motores térmicos. Aston Martin, por ejemplo, pronto ofrecerá su “solución” Heritage EV, que consiste en reemplazar el motor original por un paquete motriz eléctrico, incluso manteniendo la caja de cambios original. De hecho ya hay un de prototipo DB6 Volante de 1970 totalmente eléctrico. No hay dudas de que hay potencial para estas iniciativas en la zona de las 6 cifras en dólares, pero es poco probable que funcionen a nivel masivo.
Luego tenemos las “remakes” o “adaptaciones”, que implican tomar un modelo del pasado y aplicarle un estilo actual (incluso futurista), manteniendo determinada cantidad de elementos icónicos, que permitan establecer una buena conexión con el original. Estas adaptaciones pueden ser muy extremas, como el del New Beetle de 2001, que tomó unos pocos elementos “esenciales” del viejo Escarabajo (básicamente la lógica de la silueta y los guardabarros acampanados), pero con diseño general muy emparentado con el del Audi TT original. El Ford Thunderbird de 2002 es otro buen ejemplo, e incluso el Mini Cooper de 2001 podría entrar en esta categoría (pero por buenas razones estará encasillado más abajo).
“Pastiche”, es una buena forma de denominar al tercer grupo. Como la definición de la palabra lo indica, consiste en tomar diversas formas y elementos –en este caso del pasado– y combinarlos de manera que el resultado parezca una creación original. A diferencia del grupo anterior, que toma como base algo viejo para vestirlo de nuevo, aquí se pretende lograr algo nuevo vistiéndolo de viejo. Los mejores ejemplos de pastiche son el Chrysler PT Cruiser y el Chevrolet SSR, que mezclan formas típicas de las décadas de 1940 y 1950 (como el capot abombado y separado visualmente de los guardabarros), con elementos más modernos como las ópticas elípticas, paragolpes integrados o llantas muy elaboradas. Mas cerca en el tiempo tenemos el espectacular De Tomaso P72, un superdeportivo que imita las formas de los clásicos sport prototipos de fines de los ’60, como la Ferrari P4. Este modo de hacer diseño retro es sin dudas el más conflictivo, porque indudablemente tiene componentes anacrónicos. Formas que tuvieron su origen en determinado contexto –cultural, económico, tecnológico– son traídas “de los pelos”, solo para forzar una conexión emocional con el pasado. En definitiva, superado el impacto inicial (que en el caso del PT Cruiser llegó a 1,3 millones de autos vendidos), se empiezan a ver las costuras de un diseño efectista, inauténtico y forzado. Incluso casos más logrados desde el punto de vista estético –como el Jaguar S-Type de 1999, inspiradísimo en su homónimo de 1963–, terminan perdiendo por goleada en comparación con los originales. Y, a la larga, “envejeciendo” mal. Si hay un tipo de autos a los que el apelativo “retro” les debe su mala fama, son precisamente estos.
El paradigma 911 y las secuelas
Para definir la cuarta y última categoría vamos a dejar por un momento de lado las analogías con las artes audiovisuales y vamos a traer al legendario 911. En la historia del automóvil no hay otro modelo que haya evolucionado de una forma tan cuidada y coherente como la legendaria coupé de Porsche. Cada una de sus nueve generaciones fue incorporando en forma homeopática la mínima cantidad de “estilo moderno”, cuidando con suma cautela no perder la esencia original. Por eso que cada nuevo modelo siempre lució totalmente contemporáneo y a la vez conectado con el original.
Eso es precisamente lo que tiene que lograr una marca que quiere revivir cualquier icónico auto de su pasado: que parezca parte de un proceso evolutivo tan gradual como el del 911, aunque hayan pasado décadas en el medio. Eso es lo que lograron el Mini Cooper cuando volvió en 2001 y el Fiat 500 cuando lo hizo en 2008. Más allá del cliché de los faros redondeados, ninguno de los dos cayó en la trampa de sobreactuar ni formas del pasado, ni excesos de la moda del momento. Volviendo a las analogías cinematográficas, podría decirse que son excelentes “secuelas”, de esas en las que pasa mucho entre una película y otra, pero la continuidad en la trama, los escenarios y los personajes se dan de manera totalmente natural.
Y así como el Mini y el 500 podrían ser el equivalente a El Padrino II y III o la trilogía de Richard Linklater (guiño para los cinéfilos), el Renault 5 Prototype genera a priori tanto entusiasmo como la celebrada serie Cobra Kai (guiño para los seriéfilos): pasaron más de 30 años y se pueden disfrutar tanto las deliciosas referencias al pasado como los nuevos y apasionantes vericuetos de la trama.
Volver a las fuentes
Para cerrar, marche un pequeño elogio a este revival setentoso que se está viendo en modelos como el 5 Prototype, el Hyundai 45 y el Honda e. Hay un auspicioso rescate de un tipo de diseño que parece más salido de un tablero de dibujo –con reglas, pistoletes y escuadras, como trabajaban Gandini, Giugiaro y Fioravanti– que de los programas de modelización 3D. Los tres autos parecieran recuperar ese finísimo trabajo de definir las proporciones en la vista lateral, antes que arrancar por la parafernalia de recursos estilísticos que permite la asistencia de las computadoras. Y no se trata de una cuestión de nostalgia; es simplemente volver a empezar por lo básico antes de poder aprovechar los infinitos recursos de las nuevas herramientas. A veces está bueno regresar a las fuentes, para reencontrar los fundamentos que nos hagan avanzar.