Llegué al E Gran Prix que se desarrolló en Buenos Aires con expectativas. ¿Cómo sería esa competencia de autos eléctricos sin ruido ni olor a nafta? Sin dudas, diferente. "Tenés que abrir la mente y estar predispuesto a disfrutar de algo novedoso", me decían los entusiastas. Evité el debate previo, pero me negaba a replegar las banderas que siempre sostuve. Es cierto que a diferencia de muchos de mis interlocutores yo acumulo algunas experiencias que ellos no pudieron vivir; por ejemplo, haberme puesto al volante de un auto de carreras eléctrico. Fue hace algún tiempo en California, donde pude probar todos los modelos que Nissan fabrica en el mundo. Y como una de las frutillas de ese gran postre, donde también nos sacamos las ganas con el fantástico GT-R, estaba el Leaf RC, la versión de competición del primer modelo eléctrico de producción en serie y ventas masivas.
El Leaf RC (Racing Competition) tiene un monocasco de fibra de carbono y pesa 938 kg, un 40% menos que el auto de serie. Al ser más liviano y estar montado sobre un chasis deportivo (más bajo, con mejor aerodinámica) sus prestaciones mejoran a las del Leaf normal. ¿Sensaciones? Es muy divertido porque dobla muy pegado al piso y tiene dirección directa, pero no es de esos modelos que hace que el corazón explote en el pecho.
Algo parecido me pasó con la Fórmula E. La carrera fue muy entretenida y de hecho se definió en las últimas vueltas con toques y pelea en cada curva. De hecho, disfruté de un gran espectáculo donde hasta el final no se supo quién llegaría primera a la bandera a cuadros. ¿Volvería a ver un Gran Prix con eléctricos? Por supuesto que sí. Pero el punto fuerte de la Fórmula E (por ecológica y no por eléctrica) hay que buscarlo en el salto tecnológico que significa más que en la pasión que pueden despertar sus motores.
Tal vez sea una cuestión de edad, de costumbre o de gustos. Pero aunque en el trazado de Puerto Madero hubo un Senna, un Piquet y un Prost que lucharon en pista, mi corazón latía más rápido años atrás cuando esos apellidos tenían a sus espaldas potentes y ruidosos motores nafteros.
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