Estrellas como Sophia Loren, John Lennon y otras adoraban alguno de sus autos, al punto que crearon una unión por la que quedaron juntos para siempre en el imaginario del público
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Hay una parte de la historia del automóvil que tal vez sea la más frívola pero no por eso deja de ser importante. Es la relación entre autos y celebridades, o dicho de otra manera, entre las celebridades y sus autos. Hoy, esa relación está bastante clara: pasa en general por acuerdos comerciales generados por los encargados de marketing de los fabricantes, que son plenamente conscientes de la visibilidad que la gente muy famosa puede generar para sus productos. Así, estrellas de cine, el deporte y el arte se convierten temporalmente en usuarios de determinadas marcas, a cambio de jugosos contratos de publicidad o patrocinio. Habiendo cifras astronómicas de por medio, la selección de esos embajadores se hace con mucho cuidado, teniendo en cuenta qué “valores” puede aportar tal o cual celebridad sobre tal o cual producto. Así llegamos a casos extremos como el de Audi, que durante varios años tuvo un contrato de patrocinio simultáneo con dos archirrivales clubes del fútbol como Barcelona y Real Madrid, convirtiendo automáticamente a todos los jugadores de ambas plantillas en “usuarios” de la marca. Sí, desde Messi hasta Cristiano Ronaldo.
Esto no quiere decir que no haya excepciones. Hoy, las grandes estrellas tienen tanto dinero que se pueden permitir firmar un contrato millonario para mostrarse con determinado auto y a la vez tener en su garaje otros 10, 20 o 30 que son los que realmente “eligen”. Pero justamente por ese “exceso de acumulación” es muy difícil asociar a determinada personalidad con algún auto en particular, como sí sucedía antaño.
Porque hubo una época –menos marketinera, por cierto– en la que se tejieron verdaderas leyendas entre personalidades célebres y sus automóviles, en las que autos y personas excepcionales se “prestaron” mutuamente sus respectivos carismas. Para las marcas, esas relaciones fueron fundamentales para cimentar su prestigio (aún con desenlaces fatídicos); y para las celebridades, eran una manera de expresar carácter, buen gusto y hasta posicionamiento político. Y todas sin dudas pintaron el clima cultural de una época mucho más romántica que la actual. Estas son algunas de las “duplas” más famosas.
James Dean & Porsche (550 Spyder)
Live fast, die young (vive rápido, muere joven) se llama la película biográfica de James Dean y no podría ser más ejemplificadora de lo que fue su corto paso por este mundo, entre 1931 y 1955. Dean representa como ninguna otra personalidad del Siglo XX el concepto de la rebeldía juvenil, incluso bastante antes de la llegada del rock’n’roll. Desde su adolescencia fue fanático de los autos y a los 24, justo antes de protagonizar Rebelde sin causa, empezó a competir en carreras de automovilismo. Pero en lugar de hacerlo con los típicos mastodontes estadounidenses, eligió pequeños autos europeos, especialmente los provenientes de la (casi desconocida por entonces) marca alemana Porsche.
Primero fue un 356 Speedster y luego un 550 Spyder, al que por su temperamento arisco llamó “Little Bastard” (“Pequeño Bastardo”). Fue justamente en este pequeño roadster, de apenas 110 CV y 550 kg, que Dean perdió la vida luego de chocar contra un Ford en una carretera californiana. Tenía apenas 24 años. Pero lejos de haberse convertido en una deshonra para la marca, el efecto fue justamente el contrario: la imagen de Porsche quedó asociada a James Dean para siempre en el imaginario estadounidense como símbolo de eterna juventud. Eso explica en buena parte el histórico affaire que los estadounidenses tienen con Porsche: cada vez que un cuarentón recién divorciado se compra un 911, está “adquiriendo” un pedacito de ese espíritu indomable que Dean le dejó como legado a la marca.
Elvis Presley & Cadillac (Fleetwood)
El caso de Elvis Presley podría ser la contracara del de James Dean. O mejor dicho, la muestra de lo que ocurre cuando esa esencia juvenil –plagada de belleza, talento y rebeldía–, se descontrola con el paso de los años (¡y los excesos!) para derivar hacia un ocaso opaco y caricaturesco.
A lo largo de su vida, Elvis tuvo cientos de autos. Pero por lejos el más famoso –y con el que estará para siempre identificado– fue el Cadillac Fleetwood ’54/55 pintado de rosa que compró cuando tenía apenas 19 años y estaba dando sus primeros pasos como estrella musical. En esa época, un Cadillac era lo más representativo del lujo americano, por lo que podría resultar una elección obvia para quien estaba empezando a disfrutar de las mieles del éxito. Pero el detalle del ambiguo color rosa –aún en una época en la que estaban de moda los colores pasteles– es una clara muestra del carácter del hombre que iba a sacudir con sus movimientos pélvicos a la conservadora sociedad de la época. Lo paradójico es que ese Pink Caddie pudo haber funcionado como un acto de rebeldía juvenil; pero hoy, a la distancia, la idea de un enorme Cadillac rosa genera una imagen de extravagancia –y cierta decadencia, para qué negarlo– más cercana a la de los últimos días del Rey del Rock’n’Roll.
Steve McQueen & Jaguar (XKSS)
A diferencia de los dos anteriores, el gran Steve McQueen sí logró llevar hasta la madurez una imagen de espíritu joven, recio e indomable. No por nada fue bautizado “The King of Cool”, un apodo que no necesita traducción y que le calza a la perfección. Parte del gran atractivo de McQueen estuvo en su pasión por los autos y las carreras, que lo impregnó de la misma pátina de glamour y heroísmo que tuvieron los grandes corredores de su época. Y sus películas Bullitt y Le Mans quedarán para siempre entre las mejores del género “Autos”. De las decenas de coches que pasaron por su garaje, hay uno que lo representa mejor que ninguno: el fabuloso Jaguar XKSS que compró en 1958 y al que apodó “Green Rat”, luego de repintarlo con un verde oscuro similar al del Mustang de Bullitt. El XKSS era el auto favorito de McQueen para llegar a los sets de filmación de Hollywood, siempre haciendo un despliegue de elegancia y sofisticación inigualables. La icónica dupla Steve McQueen & XKSS sin duda podría ser considerada el máximo aspiracional de simbiosis entre un hombre y su máquina.
Sophia Loren & Mercedes-Benz (300 SL)
La Italia de posguerra vivió un extraordinario “renacimiento” artístico, industrial y cultural, que tuvo su máxima expresión en los autos y en el cine. Así como en esa época Ferraris, Maseratis, Alfa Romeos y Lancias eran los autos más deseados del mundo; sus películas, actores y actrices rivalizaban en éxito y fama con los del todopoderoso Hollywood. Entre todas las estrellas italianas de la época, ninguna brilló más intensamente que la exuberante Sophia Loren, que además resultó ser una gran entusiasta de los autos. Por eso, la asociación entre la diva y cualquiera de las hermosas coupés italianas contemporáneas surge casi intuitivamente.
Pero para sorpresa de muchos, su imagen ha quedado mucho más vinculada al inmortal Mercedes-Benz 300 SL “Alas de Gaviota”. Sophia no solo poseía uno sino que adoraba fotografiarse con él, y de ese affaire nos quedan muchas de las imágenes más icónicas de la combinación entre belleza femenina y belleza automotriz. El porqué de la preferencia de Sophia por mostrarse con un auto alemán en lugar de alguna de las maravillosas máquinas de su país, es algo que no está documentado. Puede ser que haya habido algún tipo de acuerdo comercial o puede ser que simplemente haya sido su auto favorito. Lo seguro es que el Gullwing le dio un toque de distinción.
Marilyn Monroe & Ford (Thunderbird)
De este lado del Atlántico, la mujer que acaparaba toda la atención era Marilyn Monroe. Toneladas de tinta se han derramado para describir su compleja personalidad, pero lo que siempre trascendió mediáticamente fue una mezcla perfecta entre sensualidad e ingenuidad. Marilyn supo jugar con esa imagen de diamante en bruto, enfatizada por sus tormentosas relaciones con hombres maduros y muy destacados.
Fue una de las primeras superestrellas femeninas que generó acuerdos comerciales para patrocinar productos (como el del famoso perfume Chanel N° 5), y tuvo a Cadillac entre sus “clientes”, por lo que tuvo varios autos de la tradicional marca de lujo de General Motors. Sin embargo, el más célebre de sus vehículos –y su favorito– fue un Ford Thunderbird que usó para su casamiento con el dramaturgo Henry Miller y que conservó durante mucho tiempo.
El T-Bird era uno de los autos más atractivos de su tiempo y tenía un toque de sofisticación “europeo” que lo diferenciaba de los menos refinados autos americanos de la época. ¿Una manera de contrastar la imagen de “bomba rubia” con un toque de intelectualidad? Tal vez.
John Lennon & Rolls-Royce (Phantom V)
“Somos más populares que Jesucristo”, se atrevió a decir John Lennon en el pináculo de su carrera con The Beatles. Esa sarcástica frase pinta de cuerpo entero su carácter irónico, provocador y contestatario, siempre tratando de jaquear al sentido común establecido. Como el resto de sus compañeros de banda, John recorrió un meteórico camino desde el anonimato a la fama, que rápidamente puso a su alcance cualquier bien material que se le ocurriese. En 1965 (a los 24), se compró un Rolls-Royce Phantom V –el auto más caro de su época– que se terminó convirtiendo en un símbolo de sus inquietudes estéticas y su incipiente militancia política.
En 1967, para la salida del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, Lennon reemplazó el color negro original del auto por un amarillo decorado con motivos “psicodélicos”, a tono con el estilo musical del álbum (a decir verdad, era un fileteado bastante parecido al de los clásicos colectivos porteños). También modificó el interior incorporando una cama doble en la parte trasera, una heladera y un televisor. En definitiva, convirtió al aristocrático Phantom V en un “auto gitano” (así lo llamaba él), algo que claramente puede ser considerado un acto de provocación hacia la conservadora high class británica. Un dato: John fue al palacio de Buckingham a recibir, de manos de la reina Isabel II la medalla de la Orden del Imperio Británico, en su Phantom V, cuando todavía era negro. En el mismo Rolls-Royce –pero ahora “gitano”– mandó a devolver la medalla tres años después como protesta por la participación británica en la Guerra de Vietnam.
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