Mil caballos de fuerza resulta hoy una cifra “modesta” en el creciente mercado de los superautos, un boom en el que se mezclan modelos de casas famosas con proyectos que muchas veces no superan la maqueta
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Hace unos dos años y medio hice una infografía sobre hiperdeportivos en mi revista MiuraMag. Relevé unos diez modelos, la mayoría con potencias que rondaban los 900 CV (aunque algunos ya pasaban largamente los mil), y entre los cuales había cinco de las marcas de autos deportivos que conocemos todos: Ferrari, Lamborghini, Porsche, McLaren, incluso la más exclusiva Pagani, creada por nuestro compatriota homónimo.
Hoy la lista incluye casi 30 modelos que se podrían considerar hiperdeportivos, y las potencias casi que se duplicaron, dejando a aquellos tradicionales fabricantes en el fondo de la tabla, al menos en lo que a cantidad de caballos de fuerza se refiere.
¿Qué pasó en tan poco tiempo? ¿Son todos automóviles reales los de la lista que puede observarse en la siguiente página (ver El showroom de la potencia)? ¿De dónde sale tanta potencia? ¿Sirven para algo? Son todas preguntas que no dejo de hacerme cada vez que llega la noticia de un nuevo integrante de este ¿selecto? club de vehículos que prometen ser más veloces que un Fórmula 1. Veamos.
Breve historia de los hiperautos
Antes que nada, es bueno recordar desde donde provienen estas espectaculares bestias. Los autos deportivos nacieron como derivados de los autos de carreras: durante mucho tiempo –salvo las categorías de fórmula– no hubo diferencias demasiado significativas entre los autos que salían a la pista y los que se usaban con fines recreativos. Lancia Aurelia, Ferrari 250 GTO, Shelby Cobra, eran todos autos que se podían usar para correr en la Targa Florio o Sebring, y luego para salir de paseo. Lamborghini cambió esa dinámica, primero con el Miura (para muchos el primer “superauto”) y luego con el Countach. Con ambos, el foco se desplazó desde su real desempeño en una pista, hacia una mezcla entre espectacularidad en el diseño y asombrosos números de potencia y (declaradas) prestaciones. Un ejemplo para nostálgicos y cinéfilos: pasamos del paradigma de Meteoro, que usaba su extraordinario Mach 5 para correr en las pistas más peligrosas del mundo y después lo utilizaba para irse de paseo, incluso llevando a Chito y Chispita en la cajuela; al del Lobo de Wall Street, que manejaba su Countach solo para ir desde su mansión al club house de su country.
Durante bastante tiempo se trató prácticamente de una guerra fría entre Ferrari y Lamborghini, a la que se fueron sumando ocasionales participantes (BMW, De Tomaso y, más tarde, Porsche, ya con más permanencia). A partir de los ’90 se agregaron más constructores pequeños –como Pagani, Hennessey, Koenigsegg– y fundamentalmente McLaren, que con el F1 de 1993 seteó un nuevo estándar de belleza, espectacularidad, desempeño, potencia… y precio (¡casi un millón de dólares, el triple que el de una Ferrari F40 en su lanzamiento!). Había nacido el primer “hiperauto”.
Luego, la historia conocida: de los diez hiperdeportivos de aquella infografía en 2018, a este boom actual que recuerda a la proliferación de canchas de paddle allá por los ’90.
Una fauna extraordinaria
Lo primero que hay que decir es que no todos los autos de la tabla de la pág. 5 son coches que ya estén disponibles en el mercado, al menos para ser manejados. Pero casi todos ya se pueden comprar, precomprar o reservar, y deberían estar disponibles en 2022 a más tardar.
Siendo suspicaz, uno podría suponer que algunos (o varios) son más promesa que realidad, algo muy de moda en estos tiempos de startups de Sillicon Valley, en los que con muy poca inversión previa se ofrecen proyectos “revolucionarios” y se sale a la pesca de inversores que permitan llevarlos a cabo. En el caso de los autos alcanza con un poco de marketing para un gran evento, algo de diseño y un buen modelizador 3D, para luego salir a anunciar cifras estrafalarias de potencia (y precios), y esperar a que lleguen las reservas o las inversiones. Si esta última condición no se produce (o al menos no en la cantidad necesaria), será uno más de tantos emprendimientos que se evaporan en el aire, dejando un pequeño tendal de “inversores de riesgo” en el camino.
Pero incluso considerando esa vaporosa posibilidad, hay una enorme variedad que incluye desde autos muy “tradicionales”, hasta otros realmente disruptivos; desde algunos que concretamente tienen un propósito, hasta otros que solo se explican por caprichos; desde algunos que seguramente se convertirán en piezas de colección, hasta otros que pasarán sin pena ni gloria. No alcanza el espacio de esta nota para comentarlos a todos, pero hay algunos que por distintas razones merecen ser destacados.
Entre los que abonan a la vieja tradición de pasar de la calle a las pistas y viceversa están el Aston Martin Valkyrie, el Mercedes-AMG Project One y el McLaren Senna. Más allá de gustos personales acerca de cada resultado estético, son tres vehículos cuyo diseño está regido por el rendimiento en la pista; es decir, ese sutil equilibrio entre el drag (la resistencia aerodinámica) y el downforce (el “efecto suelo”). Habrá que corroborar si realmente llegan a competir en alguna categoría del automovilismo internacional, pero por lo pronto gozan de más “legitimidad de origen” (si es que algo así existe en este peculiar universo). Es muy interesante ver el particular abordaje con el que cada uno de ellos encara los desafíos aerodinámicos. De los tres, el Valkyrie –además de su hermoso nombre– es el más llamativo por sus particulares formas discontinuas, sobre todo en la parte del piso, que le dan una ligereza visual muy particular. Parece una cruza entre un Fórmula 1 y un Sport Prototipo. El Mercedes es el más estilizado, con una carrocería muy limpia que “oculta” todos los trucos aerodinámicos, mientras que el Senna es el más brutal de los tres, como si no hubiese una gran preocupación estética en pos de obtener los objetivos dinámicos. Hay que decir que es estéticamente honesto, aún en su crudeza.
El Murray T.50 –el sucesor espiritual del McLaren F1– es otro gran ejemplo de un desarrollo específicamente diseñado para brindar sensaciones extraordinarias en el manejo, aún con sus “modestos” 663 CV. Y el resultado es un auto bellísimo.
En el extremo opuesto está el Lotus Evija. La filosofía del gran Colin Chapman –el creador de la marca– siempre fue apostar por la ligereza en lugar de la potencia. “Agregar potencia te hace más rápido en las rectas. Eliminar peso te hace más rápido en todo lados”, decía el bueno de Colin. Pero el Evija es una mole de 2,5 toneladas compensadas por una potencia de 2000 CV (eléctricos), o sea el exacto opuesto de la filosofía que históricamente pregonó Lotus. ¿Pero es espectacular? Sí, por supuesto.
Unos que no ocultan su rol como símbolos de poder son los Bugatti. El Grupo VW no escatima en gastos para ubicarse en el pináculo de la fauna automotriz, con una mezcla de hiperlujo y fuerza bruta (bien clásica, eso sí, proveniente de motores de combustión de ¡16 cilindros!) ¿Su aspecto? Intimidantes en su mayoría, sobre todo el famoso La Voiture Noire, un modelo exclusivísimo que ostenta el record de ser el auto más caro del mundo (17 millones de euros).
Una rareza es el Hyperion X-1, que explora el terreno de la propulsión a hidrógeno. Podría pensárselo como un banco de pruebas para esa tecnología, que incluso cuenta con el apoyo de la NASA. ¿Podrían hacerlo en una minivan? Por supuesto, ¿pero por qué privarle a unos cuantos millonarios la posibilidad de gastarse dos o tres de sus millones en un vehículo que hasta podría llegar a adquirir fama de revolucionario?
Y una perlita es el Ultima RS, un hiperauto por potencia y prestaciones (1200 CV), pero con el precio de un “humilde” Porsche 911. Vale menos de un cuarto que el más barato de sus pares (solo 250.000 dólares), y hecha un poco de luz acerca de lo que realmente buscan los compradores de estas descomunales bestias, que claramente no es “el mejor precio por caballo de fuerza”.
¿Por qué hay tantos?
Es una pregunta que por el momento solo admite hipótesis, así que aquí van dos. Primero, hacer un auto con cifras de potencia descomunales es mucho más fácil ahora que antes, gracias a los motores eléctricos. Sacarle más de 800 CV (¡ni digamos más de 1000!) a un motor de combustión tradicional es una tarea ciclópea, que requiere años de desarrollo y toneladas de dinero en ingeniería. Ahora simplemente basta con agregar motores eléctricos, cuyo límite de potencia está dado simplemente por la capacidad de las baterías para alimentarlos sin quedarse agotadas a los pocos kilómetros.
Segundo: hay un mercado para estos autos. Se estima que hay más de 50.000 cienmillonarios en el mundo (2000 de ellos “billonarios”), y la cifra no para de crecer gracias a nuevos megarricos que se suman desde China, Rusia y Medio Oriente. Y otro dato: más del 90% son hombres. En definitiva, hay mucho –muchísimo– dinero acopiado en relativamente pocas manos, pero más que suficientes para alimentar consumos extravagantes como autos de más de un millón de dólares. ¿Alcanzará la demanda para tanta oferta? Todo indica que sí, porque todo el dinero que los bancos centrales están inyectando en la economía para paliar la pandemia del Covid-19, terminará “subiendo hacia arriba” (como lo hace siempre), alimentando una nueva burbuja de estos caprichos de más de seis cifras.
El despropósito del propósito
Unas reflexiones finales, de carácter más personal. Se supone que todos estos autos fueron diseñados e ingenierizados para desarrollar velocidades extraordinarias, doblar rapidísimo en la curvas y –sobre todo– generar mucha adrenalina y diversión en su manejo. En definitiva, son “bestias mecánicas” creadas para correr libres y salvajes sobre el asfalto. Y es cierto que muchos son comprados por pilotos y expilotos, o aficionados a los que realmente les gusta manejar rápido y acceden a pistas privadas (que las hay, y muchas). Pero también es cierto es que la mayoría solo serán usados para breves paseos por Kensington, Montecarlo, Dubai, o los barrios caros de Moscú y Shanghai. Y de hecho una buena parte de ellos irán directo desde el dealer a un garaje para permanecer ahí el resto de sus días, como leones enjaulados en un zoológico privado. Además, las megacifras de potencia y supuesta performance –que en la práctica son bastante incomprobables– resultan cada vez más ridículas. Hoy son 2000 CV, mañana serán 3000 y así sucesivamente. Los “mejores” autos de esta lista, los más nobles al menos, tienen solo la potencia que realmente pueden transmitir al asfalto. Lo demás es, para usar un eufemismo, ni más ni menos que jugar a quién estar mejor “dotado”.
Es cierto que algunos de estos autos directamente se presentan como “piezas de arte” (y esto nadie lo entendió mejor que Pagani), incluso como una inversión, ya que son en su mayoría series limitadas. Van directo del fabricante al museo (o sea, un garaje privado) y a esperar a que sigan acumulando valor, como si fuesen una escultura de Jeff Koons. Pero hay cierto cinismo en todo este mecanismo. Es como si ya no importara si realmente se van a usar para algo. Solo importa convertir a su dueño en el poseedor de un auto más potente que los demás. Muchos hasta podrían tener en su interior motorcitos de cortadora de pasto, con la fuerza necesaria para dar “la vuelta del perro” en los barrios más exclusivos. De hecho los más recientes declaran ser eléctricos, así que ni siquiera haría falta el sonido de un motor potente. Y otros directamente podrían ser maquetas, cáscaras vacías. Total, ¿quién notaría la diferencia?
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