Hace 45 años, James Hunt y Niki Lauda se jugaron un campeonato mundial bajo un diluvio en Fuji; la leyenda dice que el austríaco se acobardó, pero la realidad apunta a un pacto que no se cumplió
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Mientras el domingo pasado en Austin Max Verstappen y Lewis Hamilton luchaban por dirimir el intenso duelo que están librando por el Campeonato Mundial de pilotos de F1 2021; justo 45 años antes, en 1976, se definía una no menos apasionante conclusión de campeonato, quizás la más dramática de la historia, entre Niki Lauda y James Hunt. Una definición tan polémica y oscura como el cielo de esa tarde en Fuji, Japón.
El austríaco de Ferrari, campeón mundial vigente, y su retador de McLaren, el inglés James Hunt, llegaron a esa última fecha del calendario con una diferencia de tres puntos (68 a 65) a favor de Lauda, que había dominado cómodo la temporada (en 9 carreras había sumado 5 triunfos, 2 segundos y un tercero) hasta que, en el GP de Alemania, en Nürburgring, una suspensión trasera de su Ferrari 312 T2 colapsó al saltar el piano de la curva de Berwerk a 240 km/h.
Peor aún, Niki recién salía de los boxes con neumáticos slick, pero la pista aún estaba mojada en ese sector de los largos 22 km de extensión, que además hacía que los auxilios estuviesen muy alejados. Lauda perdió el control del auto, que se estrelló duramente contra una guardrail y explotó, al reventarse los tanques de combustible. El austríaco no hubiese sobrevivido, atrapado en el cockpit (sin el casco, que perdió en el impacto, pero consciente), si no hubiese sido por la ayuda de sus colegas Arturo Merzario, Brett Lunger, Guy Edwards y Harald Ertl, que lo extrajeron de la Ferrari en llamas tras permanecer en ella casi un minuto a 800°C. Las cicatrices en su cara lo acompañaron toda su vida, pero el daño en los pulmones, silente y letal, le terminaron cobrando la vida a los 70 años, el 20 de mayo de 2019.
Cuando casi todos creían que Lauda no sobreviviría a sus lesiones (hasta recibió la extramaunción) y que de hacerlo jamás volvería a conducir un F1 (incluida la propia Ferrari, que rápidamente contrató a Carlos Reutemann para reemplazarlo), 42 días después del terrible accidente en el Infierno Verde, Lauda apareció en los entrenamientos del GP de Italia, en Monza, para competir. Aun con vendajes y heridas sin cicatrizar, Niki llegó cuarto y volvió a plantar bandera en un campeonato que, durante su ausencia, había pasado a ser dominado por el McLaren M23-Cosworth de James Hunt.
La historia es conocida. La película Rush (Ron Howard, 2013) cuenta muy bien todos estos hechos (para los que no son seguidores del automovilismo, aunque Lauda y Hunt lejos estaban de odiarse: eran muy buenos amigos), pero se queda con la “historia oficial” de lo sucedido en esa carrera de Fuji, corrida bajo un terrible monzón que batía la región: Lauda abandona diciendo que era una locura correr así.
En su momento, muchos dijeron que Lauda se acobardó por el accidente que había sufrido menos de tres meses antes en Nürburgring, pero lo cierto es que Niki fue víctima de una traición…
Promesas falsas
El monzón descargaba un verdadero diluvio sobre la pista del Fuji International Speedway el domingo 24 de octubre de 1976 por la mañana cuando se abrió la pista para el warm-up (por entonces, la “prueba de tanques llenos”).
“Con ese monzón en Fuji, todos entendíamos que era imposible correr… Imposible porque la pista no era una pista… Era un río. Y el agua no era agua, era una cascada como las cataratas del Niágara”, afirmó hace pocos meses Daniele Audetto, por entonces director deportivo del equipo Ferrari, para el podcast essentiallysport.com.
No obstante, Lauda fue uno de los primeros en salir a la pista. Dio una vuelta y regresó al box para decirles a Audetto y a Mauro Forghieri (director técnico de la Scuderia): “Es inútil seguir así”. En la pista, entre tanto, los despistes y los trompos estaban a la orden del día. Hasta el mismo Hunt declaró: “Si esto continúa así, no correremos”.
Así comenzó el debate. Se convocó a una reunión de pilotos con el director de la carrera, el japonés Yoshihiro Yasumoto, mientras la lluvia arreciaba y el pronóstico anunciaba que sería aún peor. La reunión no duró mucho, pero la sensación era que la mayoría de los pilotos no quería correr. En una extensa reseña de estos eventos en caranddriver.com, Cristóbal Rosaleny afirma que tras terminar dicha reunión con Yasumoto, Lauda se instaló en el asiento trasero de un Rolls-Royce, dispuesto para él por la organización para sus traslados, en el que se entrevistó con muchos pilotos.
Casi todos estaban de acuerdo en suspender la carrera; pero, según Rosaleny, Clay Regazzoni, el compañero de equipo de Lauda, Ronnie Peterson (que no se jugaba nada), Vittorio Brambilla (que siempre veía una oportunidad con la pista mojada) y, de acuerdo a otras fuentes, también Jacky Ickx, querían correrla.
Tras esos cabildeos, Lauda, Emerson Fittipaldi (Copersucar), José Carlos Pace (Brabham) y el propio Audetto proponen la suspensión de la carrera. Ahí apareció en escena el inefable Bernie Ecclestone (que ya era el mandamás de la categoría con ideas muy claras de convertirla en un gran negocio) para ofrecer una solución salomónica (y que no les hiciera perder dinero, en especial a él, por los derechos de televisión y las publicidades).
Dice Audetto: “James Hunt, Emerson Fittipaldi y Niki fueron a ver a Ecclestone para evaluar si se podía suspender el Grand Prix por la pista anegada. Bernie les dijo: ‘Miren, perderemos todos si no arrancamos la carrera… Si no se larga, perderemos el dinero… Lo que les pido es que larguen. Solo quiero largar la carrera en forma legal; entonces, ustedes se detienen y entenderé que no pueden correr con estas condiciones…’. Los pilotos estuvieron de acuerdo con la propuesta”.
A todo esto, la lluvia seguía arreciando y la largada se había pospuesto ya dos veces y empezaba a oscurecer. En una última reunión de pilotos se puso esta carta de Ecclestone sobre la mesa; en ella, Lauda expresó: “Doy una vuelta y después me detengo; es lo único que se puede hacer”. En su libro Mi historia, el austríaco completa la secuencia: “Llegó el director de la carrera y dijo que estaba oscureciendo; que si no salíamos pronto no habría luz en las últimas vueltas y que todo se vería comprometido, televisión incluida. Brambilla, el más tonto, se movió primero y todos lo siguieron…”
Daniele Audetto afirmó en el podcast que “James Hunt llegó al box de McLaren y expresó el acuerdo: ‘OK, la carrera se larga, pero luego debo parar…’, Alastair Caldwell (director deportivo de la escuadra inglesa comandada por Teddy Mayer) le respondió: ‘James, si haces eso te patearemos… Perderás todo, incluido el dinero… Si lo haces, eres hombre muerto’. Pero James no pudo poner a Niki al tanto de las órdenes de su jefe de equipo, –continuó Audetto–. Esa es la historia real”. En una entrevista muchos años después de Fuji 1976, Caldwell ya había admitido que los hechos fueron así.
Pocos caballeros
En la línea de largada (Mario Andretti con un Lotus 77 estaba en la pole, con Hunt a su lado en la primera fila y Lauda en el tercer lugar de la parrilla detrás del ítalo-americano), algunas fuentes señalan que, a pesar de todo, Hunt le dijo al periodista inglés Peter Lyons: “No tengo intención de correr. No puedo. Daré solo algunas vueltas”. Metros más atrás, Mauro Forghieri trataba de motivar a Lauda: “Duro Niki, comienza prudente, no tomes riesgos inútiles. Ya está prácticamente logrado”, pero dicen que Lauda no le prestaba mucha atención.
La carrera se largó con Hunt tomando claramente la punta en el arranque con John Watson (Penske) detrás, luego de anticipar también a Andretti en la primera curva. Spray, bruma, lluvia, los autos apenas se ven en las imágenes que aún hoy pueden verse de esta famosa carrera. El primero en cumplir el “pacto de caballeros” fue Larry Perkins (Brabham), que completó un giro y se detuvo, mientras que Peterson, que estaba a favor de correr como sea, ni siquiera dio una vuelta por problemas eléctricos en su March.
Lauda, que venía décimo, dio dos giros y se detuvo, dando comienzo a la leyenda de este GP al decir: “Mi vida vale más que un campeonato mundial”; rehusándose además a la propuesta de Forghieri de alegar un problema en el motor para justificar el abandono y evitar la ira del Commendatore Enzo Ferrari. Lauda esperó algunas vueltas en el box, pero solo se detuvieron Pace en la octava vuelta y Emerson Fittipaldi dos vueltas más tarde. El resto siguió en carrera. Solo ellos cumplieron con el pacto.
De inmediato, en particular la prensa italiana, acusó a Lauda de cobarde. “Tonterías –sentenció Ermano Cuoghi, su jefe de mecánicos–, estaba muy tranquilo y sin signos de inquietud, menos de miedo. Parecía un hombre cumpliendo un plan. Después que se detuvieron Pace y Fittipaldi, Lauda esperó un poco más…” Pero, en la vuelta 24 la lluvia cesó contra todos los pronósticos y la pista empezó a secarse. Cuando los que seguían en carrera cumplieron el giro 32, Niki se subió al Rolls-Royce y se marchó del circuito rumbo al aeropuerto con su esposa Marlene.
El conocido final fue digno de una película de Hollywood como Rush. A cinco giros del final, cuando venía perdiendo posiciones con sus neumáticos de lluvia destrozados, a Hunt se le reventó uno de ellos, pero quiso la fortuna que fuese en la última curva, por lo que entró directamente a boxes. Los mecánicos tardaron 20 segundos en poner cuatro slicks y Hunt realizó una furibunda remontada en las últimas cuatro vueltas para concluir, sin saberlo, en tercera posición: justo los cuatro punto que necesitaba para superar por uno a Lauda. Cuando llegó a los boxes enfurecido y a punto de golpear a Mayer, pensando que había arruinado la carrera, supo que era el nuevo campeón. Lauda se enteró del desenlace en el aeropuerto, listo para abordar.
Audetto aún hoy se culpa en parte de lo sucedido: “Profesionalmente, debí decirle a Niki que regresara a la pista y esperara que James se detuviera. Pero no pude; bajo esa lluvia, recordándolo en un helicóptero casi muerto…”
Arturo Merzario, por el lado de los pilotos, fue siempre el más tajante sobre los eventos de ese día: “Tras el semáforo verde, hasta el más honesto se comportó como un bandido”.
¿Se enojó Enzo Ferrari con Lauda o pensó que se había acobardado? Para nada. “La decisión de Niki fue muy humana. Nadie podía juzgar qué tan malas eran las condiciones más que el piloto. Él todavía estaba sufriendo físicamente por su accidente de algunos meses antes. Pero lo que aún duele de ese día es que Niki se tomó seriamente el acuerdo (de largar y parar) y en la práctica fue engañado. Recuerdo que después que se detuvo en los pits se quedó mirando la pista durante dos o tres vueltas esperando que otros se detuvieran. Después de un rato, debió aceptar que los demás no se detendrían después de todo. Fue un duro golpe para él, especialmente el comportamiento de Hunt”. En 1977, Niki Lauda fue campeón mundial con Ferrari.
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