Son pocos los países con una tradición propia para diseñar y fabricar vehículos; más allá de la globalización, en ellos aún se desarrollan autos, pickups y SUV que conservan el sello en el orillo
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Una de mis escenas favoritas de la película Ford versus Ferrari (una que ningún entusiasta de los autos puede permitirse no haber visto) es cuando los arrogantes ejecutivos estadounidenses visitan el taller de Ferrari y se quedan anonadados al ver la pasión y el cuidado con el que los operarios italianos trabajan en los autos. Ahí se dan cuenta de la enorme diferencia entre la manera italiana y la americana de hacer las cosas. Y creo que, en ese momento, todos los que vimos la película pensamos lo mismo: “Y claro…”.
Y claro que corría la década de 1960, y para ese entonces las diferencias entre las culturas automovilísticas de cada país todavía eran enormes. Los autos americanos eran muy distintos de los italianos, los italianos de los alemanes, los alemanes de los británicos, y así sucesivamente. Fue justamente en esa época –tal vez incluso hasta la década de 1980– que se consolidaron las distintas identidades nacionales en esto de hacer autos. Luego vino la globalización y todo se hizo más difuso. La necesidad de las grandes corporaciones por vender autos en todo el mundo, hizo que las diferencias se fueran achicando y la fauna automotriz se tornó mucho más homogénea.
Lo cierto es que actualmente los países donde se fabrican autos son unos cuantos (más de 25, incluida la Argentina), pero los que tienen la suficiente historia y trascendencia como para atribuirse una identidad automovilística propia son pocos: siete u ocho como mucho. Mi lista incluye a Alemania, Italia, Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Francia y Corea (tal vez también Suecia). Y podríamos sumar a China, que es actualmente el mayor fabricante de autos del mundo.
La pregunta que me hice, reflexionando sobre esto, fue: ¿qué modelo actual de cada país representa mejor a su tradición automovilística?, aún dentro del homogeneizado panorama actual. O, en otras palabras, ¿cuál es el modelo que llevaría la bandera del país en unas imaginarias “Olimpíadas de los Autos”? Huelga decir que es una apreciación personal, y en todo caso una invitación para que los lectores que no acuerden piensen en sus propios exponentes. Acá van.
Alemania: Porsche 911
La industria automotriz alemana es sin duda la más respetada del mundo. Los teutones no solo se arrogan haber inventado el automóvil, sino que a lo largo de la historia cimentaron un prestigio basado en la calidad y la excelencia en materia de ingeniería. El concepto de producto premium –algo “mejor que lo estándar”– le aplica perfecto a la industria alemana, y no por casualidad son las marcas de este país las que dominan a piacere el mercado de la alta gama.
La cantidad de modelos icónicos que han salido de las usinas germanas a lo largo de la historia es enorme y abarca todo tipo de autos –deportivos, de lujo, populares–; desde el Mercedes SSK y el Volkswagen Beetle concebidos en la década de 1930, pasando por clásicos como el Mercedes SL “Gullwing” o el BMW 503, hasta los más recientes (y actualmente en producción) Audi TT, BMW M3, el Mercedes Clase S o Volkswagen Golf. Cualquiera de estos últimos podría ser el abanderado de Alemania.
Pero hay uno que, en mi opinión, se destaca entre todos, y es por supuesto el Porsche 911. El 911 encarna a la perfección todo lo bueno de la manera “alemana” de hacer las cosas: la precisión quirúrgica para lograr un objetivo extraordinario, pero siempre con un dejo de sobriedad. La evolución del 911 a lo largo de sus nueve generaciones es un inmejorable ejemplo de esa capacidad alemana de tener claro hacia dónde se va, con un propósito definido. Y eso es algo que, en estos tiempos de cambio, le está costando bastante al resto de las marcas germanas, al menos en términos de diseño. Por eso, el 911 es –y seguro seguirá siendo– el faro que las ilumine.
Italia: Alfa Romeo Giulia
Si la industria automotriz alemana es la más respetada, la italiana es seguramente la más amada. Ahí donde los alemanes son los reyes de la precisión y el método, los italianos siempre han sido los artífices de la pasión y de lo inesperado. Es ese toque “artístico” –que viene desde el Renacimiento– que tuvo su pico en la industria automotriz en las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Italia era una inagotable fuente de inspiración y exportaba diseño a todo el mundo. En esos años de gloria, Italia era referencia, tanto para soluciones de movilidad populares y masivas (como el Fiat Cinquecento y más tarde el Panda), como para lo más superlativo en materia de performance y exclusividad (Ferrari, Lamborghini, Maserati).
Pero esos tiempos quedaron atrás y hoy –salvo por el redituable nicho de los superdeportivos– la industria italiana está penando para mantener un lugar de relevancia. Por eso el auto que para mi mejor representa su momento actual no es una Ferrari (sería la fácil), sino un Alfa Romeo, esa marca que siempre supo ser el termómetro de la italianidad automotriz. Y ese auto es la Giulia, el gran intento italiano para competir contra los todopoderosos sedanes alemanes. La Giulia no puede hacer alarde de la originalidad que caracterizó a muchos de sus antecesores, pero porta un aura de diseño atemporal, que seguramente la seguirá haciendo ver bella durante mucho tiempo, más allá de las modas que vayan pasando. Habrá que ver si finalmente logra ser el punto de partida para otro Rinascimento italiano, que por ahora viene cosechando más likes que ventas.
Estados Unidos: Ford F-150
No, los yanquis no inventaron el automóvil, pero sí pusieron al mundo a andar sobre cuatro ruedas. La idiosincrasia estadounidense con respecto al automóvil siempre ha sido muy particular, signada por la superabundancia de espacio y recursos. En su momento de gloria, luego de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, la industria automotriz americana era una oda al exceso y la desmesura: autos de más de 5 metros y motores de 5 litros eran la norma para ir al supermercado. Pero la crisis del petróleo primero, y la globalización después, dejaron a los grandes fabricantes estadounidenses sumidos en el desconcierto identitario, del cual aún les cuesta recuperarse. Pero en este contexto, donde ya han desaparecido sus grandes sedanes y los icónicos muscle cars empiezan a languidecer, queda un territorio donde la manera americana de entender los autos sigue viva: el de las grandes pickups. Y entre las camionetas, la Ford F-150 es la reina indiscutida, así que esa es mi elección obvia.
Pero valga una adenda: la industria automotriz americana está viviendo un profundo cambio de la mano de la electrificación. Con Tesla como vanguardia, están avanzando hacia un paradigma que emula a las startups, con el software reemplazando al hardware y Silicon Valley reemplazando a Detroit. Tal vez más adelante, la F-150 le ceda su cetro a la Tesla Cybertruck, que reinterpreta esa pulsión por el individualismo y desmesura yanquis en clave de distopía tech, algo muy a tono con los tiempos que vienen.
Japón: Nissan GT-R
El devenir de la industria automotriz japonesa puede pensarse como un espejo invertido de la estadounidense, y en menor medida de la alemana. De la estadounidense, porque está forjada en función de la escasez (de espacio, recursos) en lugar de la abundancia. Por eso lo más singular de la filosofía japonesa de concebir los autos son los kei cars, esos deliciosos minicoches que solo habitan el archipiélago japonés. De la alemana, porque comparten la misma excelencia en ingeniería, pero en lugar de usarla arrogantemente para buscar la perfección, los japoneses se inclinan por la eficiencia y la confiabilidad.
Esa lógica es la que les permitió expandirse por el mundo, con una receta que probó ser infalible: autos extraordinariamente prácticos, accesibles y que no le disgusten a nadie. Así forjó su éxito el Toyota Corolla, que desde hace décadas es el auto más vendido del mundo. Pero no es para mí el Corolla el modelo que mejor representa el ethos automotor japonés, justamente por ese carácter genérico que siempre tuvo. Porque con el correr del tiempo, los japoneses también han sabido hacer autos extraordinarios, de esos que hacen latir fuerte el corazón de los entusiastas. Desde las clásicas coupés como la Datsun 240Z, hasta la pureza visual de los nuevos Mazda 3; desde los lujosos y extravagantes Lexus hasta el adorable Honda e. Así que, puestos a escoger, elijo como portaestandarte al gran Nissan GT-R (Godzilla, para los amigos). El GT-R resume en cuatro ruedas la singularidad de la cultura japonesa. Eso que va desde el conservadurismo de las geishas hasta la locura de los mangas. Salvaje y sofisticado a la vez; lindo pero feo; tosco aunque refinado, Godzilla es justamente eso: un monstruo que no terminamos de saber si es del todo bueno o malo, pero al que adoramos.
Reino Unido: Range Rover
Cualquier lista bien hecha de los 10 autos más admirados de la historia incluye al menos dos o tres británicos. Pero así como el Reino Unido ha sido prolífico en la creación de íconos (E-Type, DB 5, Mini Cooper, Phantom, Defender, etc. etc.), ha fallado en lograr que su industria automotriz fuese económicamente sustentable. Por eso casi todas sus marcas legendarias fueron cayendo en manos de corporaciones extranjeras (alemanas e indias, valga la paradoja). Aun así, o tal vez gracias a eso, han logrado conservar un lugar preponderante en el terreno de la exclusividad y el lujo.
Rolls-Royce y Bentley nunca resignaron su lugar en el pináculo de la pirámide social de los autos, y marcas como Aston Martin, Jaguar, McLaren y Lotus siguen fascinando por su performance y diseño. Pero donde los británicos realmente dieron en la tecla fue en la idea de combinar estatus y confort, con capacidad todoterreno. Podría discutirse si con el Range Rover inventaron el concepto de SUV moderno, pero seguro que fueron los creadores del SUV de lujo. Eso fue hace más de 50 años y desde entonces casi todas las marcas de alta gama han imitado esa fórmula (próximamente, ¡hasta Ferrari!), pero sin desbancar al Range. Hoy ya va por su sexta generación, y puede no ser el más caro, seguro no es el más rápido, ni tampoco el más off-roader. Pero aun así, a fuerza de elegancia y señorío, se las arregla para mirar a todos los demás autos por arriba del hombro. Más británico, imposible.
Francia: Renault Clio y Peugeot 208
“Hacer las cosas un poco distinto de los demás”, siempre fue un denominador común en la tradición automovilística francesa. Modelos de Citroën como Traction Avant, 3 CV, Mehari, DS, CX, o los de Renault como Twingo, Espace, Avantime, Twizzy, le han granjeado a los autos franceses la fama de “raros”, en la misma medida que son admirados por su personalidad e innovación. Lamentablemente, los tiempos han cambiado, y la capacidad de las marcas galas para tomar riesgos ha disminuido mucho. El je ne se quoi francés ahora pasa más por pequeños detalles estilísticos y funcionales, que por grandes cambios de diseño o ingeniería.
Sin embargo, hay un terreno en el que la industria francesa se ha mantenido fiel a sí misma desde hace décadas: el de la producción de pequeños autos familiares, esos que “le resuelven la vida a la gente con un toque de charme”. Es una tradición que viene desde el 2 CV, pasó por el Renault 4 y llegó a un punto altísimo con el Peugeot 205. La respuesta de Renault al 205 fue primero el Supercinq y luego el Clio, y desde entonces ambas marcas han mantenido una encarnizada batalla para hacer el supermini favorito de franceses y europeos. Los grandes beneficiarios han sido los consumidores, porque esa competencia les ha dado productos cada vez más atractivos y competentes. Por eso los dos contendientes actuales en esa categoría –Peugeot 208 II y Renault Clio V–, son en mi opinión el mejor aporte actual de la industria francesa… y van los dos a la final.
Adenda: este empate técnico se saldará rápidamente cuando se lance el nuevo Renault 5 eléctrico, que pinta para ser el vehículo más carismático que haya salido de los tableros de diseño franceses desde el 205.
Corea: Hyundai Ioniq 5
Corea es el último país en ingresar a la lista de países con “cultura automotriz propia”. Lo hizo arrancando con la metodología japonesa de ofrecer productos eficientes y confiables a menor costo, pero poco a poco empezó a agregar calidad y diseño, y hoy los autos coreanos no solo compiten de igual a igual con las marcas más tradicionales, sino que las superan en ventas en muchos mercados, incluido el europeo.
Lo que Corea no tiene son modelos icónicos en su pasado. Y eso actualmente le puede estar jugando a favor, ya que no tiene tradiciones a las cuales atarse y puede innovar sin restricciones. Hoy me atrevería a decir que la industria coreana está a la vanguardia del diseño mundial, y mi ejemplo favorito es el Hyundai Ioniq 5, uno de esos autos que luce futurista y a la vez familiar. No es casualidad: el auto esconde un sutil homenaje al viejo Pony de 1975, diseñado por el gran Giorgetto Giugiaro para la marca coreana. Y vaya una manera fantástica de recrear el estilo “origami” del gran maestro italiano.
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