No se trata de estar en contra de los festejos populares. Confieso que nunca me gustaron demasiado las típicas celebraciones del Carnaval, pero tampoco me molestan. Entiendo que la celebración de la que muchos disfrutan ocasione algún inconveniente de tránsito.
Desde hace algunos años, los carnavales promovidos por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires se desarrollan en distintos puntos de la ciudad, en los que se procede al corte de algunas avenidas donde se levanta un escenario y desde donde el animador de turno le pone voz a la velada.
Durante casi cuatro años tuve la mala suerte de vivir a media cuadra de uno de esos puntos de alegría con comparsas, papel picado y espuma. Un poco por la escasa aislación acústica de las construcciones modernas y mucho por los gritos del conductor de la fiesta y el volumen desproporcionado de la música, conciliar el sueño era un suplicio.
Cambié de departamento y trato de evitar de circular con el auto por las zonas de los festejos. Por suerte, los cortes son generalmente previsibles y siempre hay caminos alternativos. Pero a veces el diablo, o las comparsas, meten la cola.
Sucedió el sábado de la semana pasada en Villa Urquiza, donde se corta la avenida Triunvirato entre Monroe y Olazábal, el punto más transitado de la zona.
Tres colectivos que transportaban a una de las murgas no tuvieron mejor idea que estacionar sobre Triunvirato, uno al lado del otro, contra la barrera del Ferrocarril Mitre.
Es decir que para los vehículos que tenían que cruzar el paso a nivel quedaba sólo un carril disponible. Se entenderá que no resulta lógico priorizar la comodidad de los murgueros por sobre la seguridad vial. ¿A quién se le puede ocurrir obstaculizar un paso a nivel tan importante?
Para completar el cuadro quienes estaban encargados de ¿ordenar? el tránsito no eran agentes del gobierno de la ciudad ni de la Policía Metropolitana, sino gente con remeras negras que decía Organización, a los que vi trenzados en discusiones con automovilistas que estaban en ese nudo vial y reclamaban por sus derechos.
Cortar una avenida para el paso de las murgas es entendible y está bueno que todas las manifestaciones culturales tengan su espacio para mostrarse y que el público pueda disfrutar de esas actividades.
Pero los límites deberían ser la seguridad vial, el ordenamiento y el respeto por los derechos del resto de los ciudadanos.
Tomar como playa de estacionamiento un un paso a nivel tan importante es casi una locura. Lo que en términos populares suele definirse como un corso a contramano.
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