Mario Roberto Alvarez
Testigo calificado de la vida argentina, a los 93 años, el autor del Teatro San Martín opina sobre Buenos Aires y los arquitectos, y habla de sus nuevos proyectos
Cuando preparaba la entrevista, sabía que me iba a encontrar con un prócer de la arquitectura. Sabía que tenía 93 años. Sabía que había construido el Teatro San Martín, e infinidad de otros edificios. Pero no me imaginaba que me iba a encontrar con un señor de una rigurosidad extrema. Puntilloso en los detalles como en los conceptos. Mario Roberto Alvarez es un testigo muy calificado de la vida de la Argentina. Es muy conciso en cada respuesta. Le costó dar el nombre de su nueva mujer, con la que se casó por Iglesia. Le costó reconocer que todavía hay cosas que no hizo y le gustaría hacer. No es un edificio blindado. Buscando, uno puede encontrarse con un Mario Roberto Alvarez más íntimo y menos estructurado, que reconoce que aún le falta hacer una iglesia y que le gustaría construir la autopista ribereña. Es muy consciente a la hora de calificar a sus colegas. En cuestión de opiniones, debe ser muy difícil debatir con él. Está acostumbrado a dar indicaciones y que le obedezcan.
-Usted es un hombre de varias décadas, lo que lo convierte en un testigo de la Argentina. Desde que se recibió en 1936 hasta hoy, ¿qué le fue interesando de la estética de la ciudad?
- No quiero defraudarla, pero siempre he creído que en Buenos Aires hay cosas buenas, y cosas muy afrancesadas debido a los ricos que iban a Europa, volvían y se hacían el château. Ahora han aparecido nuevamente algunos monstruitos afrancesados, como algunos de la Avenida Figueroa Alcorta. También ha habido una gran miopía de algunos gobernantes que hacían autopistas en vez de hacer subterráneos. Uno de ellos fue Cacciatore, a quien le dije que había que hacer medios de locomoción para la gente que no tiene auto, y no para los que sí lo tenemos.
-¿Quiere decir que cierta clase alta argentina es francamente snob?
-No. Más bien creo que la culpa es de los arquitectos. Yo he renunciado a algunas obras; por ejemplo, Alto Palermo, eran setenta mil metros cuadrados, porque uno de los propietarios comenzó a pedir una arquitectura de parque de diversiones, una arquitectura efímera, arquitectura Walt Disney.
- Es la primera vez que oigo a un arquitecto asumir responsabilidades. Parecería que estos últimos hacen edificios para lucirse, donde después a la gente le cuesta vivir.
-Yo siempre he dicho que como arquitecto soy barato y como dibujante soy caro. Esto es: no soy dibujante del señor que viene, con todas las ínfulas, pidiéndome arquitectura del pasado. Lo rechazo. De hecho, he perdido muchísimas obras por no contradecirme.
-¿Cuál es la obra de Buenos Aires que más lo identifica?
-Depende de cada época. Por ejemplo, Somisa fue el primer edificio del mundo hecho con chapa. Luego, el Teatro San Martín e IBM son obras donde la arquitectura y la estructura están hilvanadas. Creo que son obras que me definen bastante bien con respecto a una producción de setenta años.
-¿Usted cree que Buenos Aires tiene un estilo propio?
-No, realmente no lo tiene. Hay una gran corriente que sostiene que todo lo viejo es bueno y todo lo nuevo es malo. Algunas cosas no merecen quedar en pie. De lo contrario las ciudades no podrían progresar. He estado en Suecia, donde un urbanista, Markelius, de vez en cuando iba dando libertad para demoler estructuras que realmente no tenían valor. Y, en Buenos Aires, el atraso de San Telmo, por ejemplo, es extremadamente exagerado: con respecto a ese barrio, se ha creído que todo lo viejo valía.
-¿Cómo es la arquitectura contemporánea: está hecha al servicio del hombre, de la estética, del negocio?
-En algunos casos, está hecha al servicio del arquitecto [se ríe irónicamente]. Muchos arquitectos que tienen prestigio hacen sus obras para lucimiento personal.
-¿Admira la capacidad de hacer cosas alrededor del mundo; por ejemplo, la de César Pelli?
-La admiro, pero no para mí. He rechazado obras fuera del país, salvo Punta del Este, porque creo que la dirección de obra es muy importante. Cuando vivía el sha de Persia me ofrecieron una obra, después otra en Arabia Saudita y otra en Israel, y las rechacé. Yo creo que el que proyecta tiene que mantenerse vigilante respecto de la dirección de obra.
-¿Cuáles son los diez lugares de Buenos Aires mejor logrados arquitectónicamente?
-Es una pregunta muy difícil.
-Trabajemos juntos. ¿Puerto Madero le parece un lugar logrado?
-Creo que no. Nosotros participamos durante dos años con setenta personas y con otros estudios de arquitectura en un plan para la zona de Puerto Madero que se llamaba La Expansión de Buenos Aires.En ese proyecto hacíamos llegar subterráneos; creábamos un centro cívico en el medio de la llamada Reserva Ecológica; había muchos árboles, y las construcciones tenían entre sí mucho espacio. Cuando entregamos ese trabajo, hubo cambio de autoridades en la Municipalidad y fue echado a la basura. Me parece que en lo que hoy es Puerto Madero hay demasiada construcción, poco verde, poco aire, para encontrar un árbol hay que ir con una lupa. Se ha convertido enun barrio común, de arquitectura bastante buena, pero nada del otro mundo.
–¿Me da su opinión sobre Clorindo Testa?
–Bueno, Clorindo Testa hace una arquitectura contraria a la mía. Como alguien lo ha definido, Testa es un arquitecto-artista, un arquitecto que hace arquitectura pintoresca, que a todo el mundo le agrada. Y él mismo es muy simpático. Yo en cambio hago una arquitectura más bien ingenieril. Para mí, lo ideal sería ser como Nervi, un ingeniero italiano que, además de arquitecto, era proyectista. O Antonio Vilar, que era ambas cosas: ingeniero y arquitecto. Es decir, la arquitectura de Testa y la mía no tienen nada que ver.
–¿Hay una arquitectura argentina?
–Creo que no. Sí creo que hay una buena pléyade de buenos arquitectos argentinos. Pero no hay una arquitectura argentina. Nuestra arquitectura, los grandes palacios que todos los ricos de su época hicieron, se parecen a la Academia de Bellas Artes, donde la escala era lo importante. Y no sólo la escala, sino la magnificencia con que se construía estaban basadas en la arquitectura francesa, cuyos grandes arquitectos de esa época hacían lo mismo. Y muchos de nuestros profesores enseñaban desde esa perspectiva.
–¿Cómo tendría que ser?
–Tendría que ser contemporánea. Desde ya que funcione bien, sea económica, sobria y simple, que no trate de llamar la atención y que dure; no un yoyó del arquitecto. Esto lo aprendí de un francés, August Perret. Fue el primero que utilizó el hormigón armado en una obra, en París: la Arcade de Franklin.
–¿Qué haría para facilitar el tránsito? ¿La autopista ribereña?
–Buenos Aires tiene el problema del acceso: ni por el Sur ni por el Norte saben por dónde pasar. La Corporación Puerto Madero, en 1997, le pidió a tres arquitectos –entre ellos, a mí– que estudiáramos soluciones. Lo que nosotros propusimos era sacarle quince hectáreas a la parte inferior de la Reserva Ecológica y reponerlas sobre el río. La Corporación lo aprobó. Empezaron entonces a hacerse sentir los ecologistas, diciendo que esas quince hectáreas no se podían tocar. Así, desde 1997 hasta ahora, los gobernantes han tenido miedo y por eso no se ha hecho. Lo he ido a ver a De Vido dos veces, se lo conté también al Presidente en una reunión. En enero de este año propusimos una traza que no toca la Reserva.
–De los intendentes que hubo en la ciudad de Buenos Aires, ¿cuál cree que hizo algo interesante por mejorarla?
–Creo que ninguno alcanzó a realizar un programa completo. No es posible que llueva y se inunde la ciudad. Y ya desde 1938 defiendo una posición clara respecto de otro tema: el Aeroparque. En 1924, un mendocino, el teniente coronel Torres, propuso crear una pista en el agua. Ahora bien, la propuso cerca de la costa, como luego lo hizo mi amigo Williams, la Sociedad de Arquitectos y el mismo Le Corbusier. La propuesta que defiendo desde hace tiempo, incluso desde la época de Alsogaray, es una pista a dos mil metros de la costa, porque así el sobrevuelo de aterrizaje y despegue no se haría sobre áreas pobladas.
–¿Tiene asignaturas pendientes?
–No, y no es por vanidad. Pero hay un tema que me interesa: construir una iglesia.
–O sea que la asignatura pendiente es hacer una iglesia.
–Es que me parece terriblemente difícil hacer una iglesia diez puntos.
–¿Se nota más sabio con los años o no?
–No, más temeroso de equivocarme.
Intimidades
–Usted se volvió a casar hace poco.
–Sí, hace dos años. Fue una cosa impensada, imprevista y no buscada. Y no me pregunte más.
–¿Es la segunda mujer de su vida?
–Sí. Bueno, me casé viejo, así que por el camino quedaron algunas otras novias.
–¿Se casó con papeles?
–Me casé sólo por Iglesia. Y además tengo matrimonio con cama afuera.
–¿Cuántos años tiene la señora?
–80.
– ¿De dónde saca tanta energía?
–Un poco de suerte, otro poco de herencia.
– ¿Hace ejercicios?
–Jugaba al tenis tres veces por semana, pero corría todas las pelotas como si fuera la final de Wimbledon y me dijeron que tenía que jugar como una señora gorda. Entonces, lo suspendí y le regalé a mi nieto y a mi hijo todos los materiales de tenis. Desde ese momento, lo extraño.
–¿Camina?
–Poco. Me he convertido en un viejito fiaca.
–¿Cuándo se dedica a la señora?
–Eso no tiene un horario.
–¿Pero cenan juntos?
–Algunos días.
–¿En su casa?
–En la casa de ella.