El desarrollo urbano sólo se consigue cuando existe un plan
Cien años atrás vivía en las ciudades el 5% de los habitantes del planeta, hoy lo hace más del 50% y dentro de treinta años se estima que lo hará el 80% de una población que no dejará de crecer. Pocas ciudades superaban entonces el millón de habitantes; hoy lo hacen más de cuatrocientas y una treintena de ellas, entre las que se cuenta Buenos Aires, superan ya los diez millones de habitantes, con casos como el de Tokio, donde conviven más de treinta millones de personas.
La posibilidad de que urbes de esta magnitud vayan resolviendo sus agendas sin planes previos, simplemente encarando los problemas a medida que éstos se van presentando, es sencillamente inexistente: si una ciudad quiere ofrecer calidad de vida a sus vecinos debe prepararse con anticipación, organizar su desarrollo, planificar. Por eso resulta tan importante que Buenos Aires complete la formulación de su Plan Urbano Ambiental, ya que en la ciudad contemporánea sin un plan no hay calidad de vida. Resulta, entonces, auspicioso que Buenos Aires inicie las audiencias públicas y avance hacia la aprobación de un plan que será ley de cumplimiento obligatorio no sólo para los vecinos, sino también para las sucesivas administraciones que accedan al gobierno porteño. Pues de eso se trata un plan: de ponerles límites a los gobiernos garantizando la continuidad de las políticas públicas. Es cierto que el texto recientemente aprobado por la Legislatura ha quedado desactualizado por los diez años transcurridos desde que lo formulamos. Es cierto, también, que al suprimirse las propuestas con programas específicos ha quedado reducido a objetivos y propuestas generales.
El debate que se viene
Pero aun así es un importante paso adelante que permitirá actuar con coherencia tanto en la codificación urbana como en la obra pública. Obras como el aliviador del arroyo Maldonado que evitaría las repetidas inundaciones en Villa Crespo y Palermo; el completamiento en trinchera de la autopista ribereña, que eliminaría el tránsito de camiones y vehículos pasantes en el centro de la ciudad; la duplicación de la red de subterráneos, única manera de vincular la ciudad en forma eficiente y respetuosa con el ambiente; el soterramiento del ex ferrocarril Sarmiento con la generación de diez kilómetros de espacios verdes y grandes parques en Once, Caballito y Liniers; la urbanización de las villas de emergencia para convertirlas en barrios de la ciudad, son todos temas que deben ser establecidos con fuerza de ley para que figuren en los próximos presupuestos y las obras se completen en el mediano plazo.
Llevamos demasiado atraso en la ejecución de grandes obras de infraestructura y debemos garantizar su ejecución más allá de los discursos. A la luz de los repetidos conflictos que han presentado en los últimos meses, resulta conveniente actualizar los contenidos del plan en relación con la defensa del patrimonio, las identidades y las formas de vida barriales, y también fijando pautas para la hoy caótica convivencia de diferentes tipos de edificios, como torres, departamentos y casas bajas, en una misma manzana.
Sería también importante que la Legislatura impusiera la obligación de hacer evaluaciones ambientales previas a la aprobación de leyes que modifiquen alturas o densidades de edificación, en lugar de insistir en la pretensión de evaluar los edificios de a uno, dejando de lado el análisis del conjunto. La última aprobación de un plan urbano en nuestra ciudad nos remonta a 1962; ese plan, nunca derogado, tiene más de cincuenta años desde su formulación. ¡Bienvenido entonces el debate y esperemos llegar a la aprobación de un plan consensuado y eficiente!
Sólo así podremos ir construyendo una ciudad con mayor calidad de vida para todos sus habitantes.
El autor es arquitecto y presidente de la Comisión de Urbanismo y Medio Ambiente del CPAU
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