El barroco es, también, un estado del espíritu
Por Luis J. Grossman Para La Nación
Cada vez que asoma en una conversación el tema de las tendencias artísticas, más conocidas como estilos, y se alude al clasicismo y al barroco, no puedo dejar de recordar el tema de los hemisferios cerebrales, su inevitable asimetría y los resultados de la misma.
Al hablar de esto acude a mi memoria un encuentro con el arquitecto italiano Franco Purini. Fue hace varios años, y nos tocó aguardar a alguien durante un largo rato; como mi colega no es demasiado locuaz, mientras urdíamos un diálogo bastante neutro se dedicaba a dibujar en la hoja de un cuaderno con una pluma 0,2 (de trazo fino). Lo que Purini dibujaba eran cuadrados, solamente cuadrados, de diferentes tamaños, sueltos o superpuestos, pero trazados con singular prolijidad y cuidado.
En situaciones semejantes, o mientras se habla por teléfono, otros moverán su mano con blandas curvas que se enciman y se enlazan hasta cubrir la hoja como una espesa mata de pelo. Aquí estamos frente a los barrocos.
Los dos casos que mencioné se refieren de manera muy simple y sintética a otras tantas variantes del tema mencionado en el primer párrafo: prevalece el hemisferio izquierdo en el primer ejemplo y el derecho en el segundo. Expongo esta argumentación fisiológica (que se liga con motivaciones derivadas de rasgos de sitio y clima) al sólo efecto de adoptar un orden de ideas infrecuente, pero lo cierto es que ayuda a encarar algunas reflexiones que siguen.
En el texto que escribió para la extraordinaria exposición que acaba de abrirse en el Museo Nacional de Bellas Artes, Jorge Glusberg ( El barroco en una muestra de arte brasileño ) examina cuidadosamente los orígenes del nombre que titula la exhibición. Y debo suscribir todo lo que señala en un escrito tan sintético como erudito.
Una perla inolvidable
En efecto, la palabra barroco tiene su origen en la lengua portuguesa y sirve para designar a una perla irregular. Algunos, agrego, le atribuyen el mismo origen que barrueco o verruga.
Como se advierte, ya desde la remota génesis del vocablo hay un aire desvalorizante, de menoscabo. A pesar de eso, la influencia de ese estilo se prolongó desde el siglo XVI hasta su culminación en los siglos XVII y XVIII.
Siempre se identificó al barroco como el marco en el que el artista se permite una efusión y una soltura que desdeñan el rigor de las normas del clasicismo.
Y en esa dirección tuvo que asimilar críticas despiadadas que revelan hoy la rigidez conceptual de la época, algunas de las cuales son evocadas por Glusberg en su introducción: "La música barroca es aquella cuya armonía es confusa, cargada de modulaciones y disonancias, de entonación difícil y de movimiento forzado" (Jean Jacques Rousseau). Poco después, Quatremere de Quincy decía que "la severidad es a la moderación del gusto lo que el barroco a lo extravagante, o sea su superlativo".
Yo, desde luego, acuerdo y subrayo la idea de don Eugenio D´Ors cuando señala que: "El barroco es una constante del espíritu creador humano, que se opone a los dogmas racionales y las leyes estéticas".
Habría que examinar, en este orden de ideas, cuánto hay de barroco en algunas creaciones de Gaudí (históricamente calificadas como modernistas ), o incluso en la célebre Torre Einstein de Mendelsohn, o en la capilla de Ronchamp de Le Corbusier, por citar sólo algunos ejemplos de la supervivencia, a través de los tiempos, de una forma de pensar el arte. Con la misma óptica (que es a la vez reduccionista y recurrente) Herzog y De Meuron son clásicos, en tanto Gehry es barroco. Sin juicios de valor.
Muestra conmovedora
Desde la llegada al recinto donde se realiza la muestra, en el primer piso del Museo Nacional de Bellas Artes, el visitante empieza a percibir algo no habitual, muy refinado y en extremo armonioso. Donde la luz (elemento protagónico del barroco) juega un papel esencial y se crea también un clima teatral que también conjuga con el estilo.
Lo mismo acontece con las visuales, que escapan a la simple frontalidad o las simetrías rigurosas y permiten el acceso a enfoques muy diversos. Todo esto en un clima de armonía y encantamiento que tiene mucho de mágico.
Estoy seguro de que muchos de los lectores recorrerán el lugar más de una vez. Lo afirmo porque es una exposición de características muy poco usuales en la materia (más de un amigo me recordaba el ambiente plúmbeo y solemne que impera en las salas del Barroco en el Prado, por ejemplo).
Por eso recomiendo con entusiasmo que no dejen de asistir a esta experiencia única, cualquiera sea el dibujo que cada uno trace mientras habla por teléfono.