Tribunal de crímenes de los jemeres rojos llega a su fin pero las heridas siguen abiertas
Cientos de testigos durante más de quince años y solo tres jemeres rojos condenados: el tribunal especial respaldado por Naciones Unidas pone fin a un trabajo que "redinamizó" la conciliación en Camboya, pero no cerró todas las heridas abiertas por el régimen comunista.
Los jueces camboyanos e internacionales de esta corte híbrida deben anunciar el jueves su veredicto frente al recurso presentado por Khieu Sampham, el antiguo jefe de Estado de Kampuchea Democrática (hoy Camboya), condenado en 2018 a cadena perpetua por genocidio contra los vietnamitas y los musulmanes cham.
Se tratará del cierre del caso contra este antiguo jemer rojo de 91 años, el último dirigente todavía vivo de esta antigua dictadura maoísta, pero también para el Tribunal para el genocidio camboyano.
"Es el último juicio después de 16 años de misión (...) Un día histórico", dijo el portavoz de la corte, Neth Pheaktra.
Casi 50 años después de la toma de Phnom Penh por parte de los jemeres rojos, que mataron a unos dos millones de personas entre 1975 y 1979, el reino se dispone a cerrar el capítulo más sangriento de su historia.
Sin embargo, la página sobre este tribunal todavía está por escribir.
"Hoy en día, el balance es moderado, entre cumplimientos sólidos y fracasos decepcionantes", dice a AFP Craig Etchenson, un exporto del país que testificó en esta corte.
El tribunal todavía dispone de tres años para realizar su trabajo de archivo antes de cerrar sus puertas definitivamente.
- Más de 330 millones de dólares -
Por un lado, los jueces dictaron tres sentencias a cadena perpetua contra figuras del movimiento: el jefe de la prisión de Tuol Sleng (S-21), Kaing Kech Ieu conocido como "Duch", el ideólogo del régimen Nuon Chea y Khieu Samphan.
Pero otros dirigentes murieron sin ser juzgados, como el exministro de Relaciones Extranjeras Ieng Sary, fallecido durante su proceso. El "hermano número uno" y líder principal de los jemeres, Pol Pot, murió en 1998.
El tribunal también archivó sus acusaciones contra responsables acusados de genocidio y crímenes contra la humanidad, una decisión que alimentó las críticas y las suspicacias.
Los resultados pueden parecer pobres ante los 337 millones de dólares gastados desde 2006.
Algunos observadores ven en este balance gris la huella política de Hun Sen, primer ministro desde hace más de 30 años y antiguo jemer rojo, que se pronunció contra un nuevo proceso en nombre de la estabilidad nacional.
Sam Rainsy, su principal opositor, criticó la jurisdicción limitada de los magistrados, que solo tenían competencias para juzgar a los altos dirigentes del movimiento maoísta.
"No querían que supiéramos que las decisiones de masacrar la población eran muy descentralizadas", asegura a AFP.
El tribunal tampoco pudo decretar compensaciones económicas para las víctimas.
"Está bien tener este tribunal, pero no debe terminar así. Personas que maltrataron a otras durante este periodo están todavía vives, deben ser perseguidas también", protesta Phoeun Yoeun, antiguo profesor de 78 años de Tuol Sleng, que fue una escuela antes de ser transformada en una prisión.
- "lección" -
Pero en el reino, regularmente criticado por organizaciones de defensa de derechos humanos, los jueces consiguieron "redinamizar el proceso de reconciliación nacional", apunta Craig Etcheson.
"Las escuelas incluyeron nuevos elementos en sus programas, la gente empezó a hablar entre ella (...) Ha habido grandes progresos", continúa.
Unas 250.000 personas asistieron a las audiencias públicas. Y el mismo número de estudiantes participaron en visitas escolares o conferencias organizadas en el lugar, según un recuento del tribunal hasta finales de 2017.
En el mismo periodo declararon unos 330 testigos.
"Algo bueno de este proceso es la participación del público", estima Youk Chhang, director del Centro de Documentación de Camboya, un organismo de investigación que ha aportado numerosas pruebas al tribunal.
"El tribunal ha desempeñado un papel especial para hacer un poco más democrática a Camboya. Se aprendió la lección, no solo para Camboya, sino para el mundo entero", añade.
"El tribunal lo hizo lo mejor que pudo. El proceso de reconciliación avanza bien", dice a AFP Chum Mey, de 91 años.
El anciano sobrevivió al infierno de la prisión S-21, pero perdió a su esposa y sus cuatro hijos. "Solo cuando haya muerto podré olvidar todo", asegura.
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