Milito, técnico admirador de Guardiola, paga cara su falta de osadía en final de la Libertadores
Buenos aires (ap) — perder siempre duele, más si es una final. y ni qué hablar si se tiene la oportunidad de jugar todo el partido con un hombre más que el rival.
Ese cúmulo de situaciones indeseadas se reflejó en una sola cara, la de Gabriel Milito. Era el rostro de una derrota tan dura como incomprensible.
“Va a ser muy difícil que los que hemos participado (en Atlético Mineiro) encontremos una oportunidad tan favorable como la de hoy para ganar la Copa Libertadores”, fue la primera respuesta del técnico argentino en conferencia de prensa tras la caída 3-1 ante Botafogo en el estadio Monumental.
La referencia era ineludible: el “Fogao” se quedó con diez antes del minuto de juego por la fuerte entrada de Gregore sobre Fausto Vera. Pero el “Galo”, en lugar de aprovecharlo, se fue al entretiempo dos goles abajo.
Parecía el mundo del revés. Mientras Botafogo hacía honor a su nombre y en desventaja numérica se encendía y crecía en determinación, Atlético era presa de su confusión y timidez.
El “Galo” jamás le “saltó a la yugular”, lo dejó crecer. Y nada de lo expresado en esos 45 minutos remitió a la intención de Milito de que sus equipos jueguen como los de quien fuera su entrenador en el Barcelona, Pep Guardiola. De hecho, penas si atacó.
Una imagen: apenas Gregore vio la roja, los hombres del “Fogao” se abrazaban en un racimo y se juramentaron escribir historia. En tanto, se vio a Milito conversar algo dubitativo con sus colaboradores sobre cómo aprovechar la ventaja numérica, pero sin modificar nombres ni esquema.
Tampoco más tarde, cuando el equipo de Belo Horizonte sufrió los dos golpazos al mentón, hubo respuestas en cancha ni desde el banco del “Galo”.
“¿No pensó en cambiar, Milito?”, le preguntaron.
“Es verdad que el partido que imaginábamos fue totalmente diferente con la expulsión. Pensé que esa línea de tres y dos (laterales por fuera), nos iba a permitir atacar mejor y generar más peligro”, se excusó.
Recién en el intervalo, el entrenador decidió probar otra cosa. Y metió tres cambios. El equipo mejoró, descontó enseguida, tuvo un par de oportunidades claras, pero no pudo.
“A veces, un jugador de más no significa que el partido lo vayas a ganar. El otro equipo defiende más cerca de su arco y genera dificultad para atacar. Y yo me hago responsable de no haber utilizado mejor ese jugador de más”, respondió Milito a una consulta de The Associated Press sobre si consideraba que la derrota de su equipo había obedecido principalmente a razones futbolísticas, estratégicas o emocionales.
Aproximadamente una hora antes, cuando Eduardo Vargas definió alto, solo ante el arquero rival, Milito cayó de rodillas, lamentando la postrera oportunidad perdida por el chileno y quizá también sus propios errores.
“Terminamos viendo la cara de la derrota, la que no queríamos ver. Queríamos ver la cara de la victoria y no pudimos, por eso el dolor y la tristeza”, dijo el “Mariscal” que no pudo, no supo, conducir a su “ejército” a la victoria.