Era el “más bajito” en el colegio, hoy mide más de dos metros y cuenta cómo convirtió su odisea en un negocio
Nacho Bellini es el creador de una marca que tiene aquellos talles que, cuando era un niño, jamás encontró; el bullying en la escuela y el día a día de un “gigante”: “En los aviones no viajo, voy incrustado”
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Un viernes de mayo. Inesperadamente, este cronista, acomodado en una butaca de teatro, recibe las espontáneas disculpas del ocasional espectador sentado a su lado. Dada su contextura física, que, según él, podría causar alguna molestia o incomodidad, se adelantó con un “perdón” de antemano.
Se trata de Nacho Bellini, creador de la marca Lomaximo extremo, especializada en el diseño de ropa para personas de talla grande. El empresario, de 52 años, mide 2,01 metros y pesa 126 kilos, contextura que, a su pesar, lo ha llevado a vivir algunas situaciones de incomodidad y, en consecuencia, a incorporar algunas dinámicas en su vínculo tanto con allegados como con desconocidos. “Hace diez años que ya no discuto con nadie, porque siempre pierde el grandote”, reconoce.
Bellini, que no anda con eufemismos y no le tema a la palabra “gordo”, sino que la expresa con inocultable orgullo, lleva sobre sus espaldas una historia de vida donde hubo de todo. Discriminación, separaciones familiares, divorcios, fracasos y hasta la situación límite de no tener para comer y llegar a dormir en los colectivos para aprovechar la calefacción de esos vehículos.
Relata su vida sin distanciamiento emocional, sabiendo que fue artífice de su exitoso presente, aunque, en más de un tramo de la charla, su voz se quiebra y sus ojos se humedecen.
Él y los otros
“Si estoy haciendo una fila, sé que tengo que guardar distancia, porque si el de adelante se da vuelta y se encuentra con mi pecho, sentirá que lo estoy invadiendo. Hay mujeres que se asustan, es una situación incómoda para la otra persona, pero también para mí”, explica este hombre que era el más bajito del colegio primario, pero que, al “pegar el estirón” en la adolescencia, su cuerpo fue transformándose hasta llegar a una contextura notoriamente importante.
“Si llego a un restaurante y tengo que pedir mesa, lo que normalmente hago es mostrar la palma de la mano al saludar, ya que, históricamente, es un gesto de son de paz. Si entro con las manos en los bolsillos y con el cuerpo para adelante, puede sonar agresivo”, suma. Su decálogo de comportamiento fue minuciosamente estudiado: “Soy de los que saludan con voz fuerte y clara. El ´buenas noches´ se tiene que escuchar”.
Hoy no utiliza aplicaciones de citas, pero, cuando sí lo hacía, aclaraba su tamaño. “Si salgo con una chica, suelo esperarla con caballerosidad afuera del auto, pero también para que recuerde mi tamaño. Me ha pasado que, si espero dentro, al bajarnos, me dice: ´Sos re alto´. Y eso cohíbe”.
El protocolo no termina allí. “Si voy a un restaurante, le aclaro a mi compañera que tenga en cuenta que, al entrar, la gente girará para mirarme. Soy ancho, gordo, alto, llamo la atención, por eso siempre ingreso con una sonrisa -aunque esté de mal humor- y busco la mirada del que me mira como diciendo: ´Está todo bien´”. Los modos y costumbres de Nacho Bellini son dignos de un estudio de mercado. En tal caso, nada mejor que la propia vivencia para poder construir los modos de la supervivencia.
-¿Podés viajar en transporte público?
-Mi fémur es larguísimo, así que, por más que acomode el cul... al fondo del asiento, no entro. En el colectivo y el tren golpeo contra el techo.
En un reciente viaje en avión lo ubicaron en el medio de tres asientos. “No volé sentado, sino incrustado. A mi izquierda viajaba una chica que, luego de una hora del vuelo, me dijo: ´Por favor, estás encima mío´. Le juré que no era así, sino que me quedaban los hombros por fuera de la butaca”.
-¿Entendió la situación?
-Sí, pero siguió molesta.
Duerme cruzado en una cama de dos plazas estándar ya que “las que son aptas para gente de mi tamaño no son de buena calidad”. Y ya sabe que, en una próxima visita a un conocido parque de diversiones, en la mitad de los juegos, no va a caber.
Si bien sus aprendizajes empíricos podrían sonar tortuosos, lo cierto es que el empresario relata su realidad sin dramatismos; enarbola herramientas de supervivencia. En definitiva, todos las tenemos.
Crueldades
Cuando Nacho Bellini fue niño y adolescente, no se aplicaba el término “bullying”, pero él supo de discriminaciones. “Si a los siete u ochos años quería jugar a la pelota, cuando se armaban los equipos -si había un número par de jugadores- sabía que no me iban a elegir, porque era petiso y gordo; tenía claro que jugaría si la cifra era impar”, rememora.
Así como en el fútbol era el último orejón del tarro, a la hora de las clases de natación se generaba otro de sus calvarios. “Tengo la particularidad de que soy un gordo tetón. En la clase de natación, eso me daba mucha vergüenza, el camino del vestuario hasta tirarme en la pileta era un padecimiento, hubiese preferido que la pileta comenzara dentro del vestuario”, cuenta sobre aquellos años de suplicio.
Se sabe que lo chicos suelen ser crueles: “Me decían ´el teta´, pero siempre fui mano larga, algo que no recomiendo”. A su modo se defendía, aunque no siempre de la mejor forma.
-En la adolescencia, ¿cómo te ha ido en el vínculo con las chicas?
-Siempre me hubiese gustado tener una novia de colegio, pero no sucedió.
-Entonces...
-Desarrollé el arte de la seducción con las miradas y el buen trato hacia las mujeres. Las chicas que me gustaban siempre estaban con el más fachero del colegio, pero yo siempre fui el romántico, el del alfajor con la cartita. Al fachero ponelo en el cuerpo de un gordo, y le va a costar; pero ponés a un gordo en el cuerpo de un fachero y será Humphrey Bogart.
-¿Es difícil el sexo para una persona que mide más de dos metros y tiene tu contextura?
-Para mí el sexo es magnífico, espectacular, lo vivo de una manera plena; nunca fue difícil. Tuve grandes amores, correspondidos y no correspondidos, ambos se los agradezco a Dios. He podido amar y no solo tener sexo.
El Nacho es una derivación de José Ignacio, su nombre de pila, aunque, en Liniers, cuando era niño, lo llamaban “Josecito”. “A los padres les recomiendo que averigüen si sus hijos no hacen bullying. Hoy veo a los pibes que me discriminaban y ninguno llegó a nada serio”, apunta.
El ser y la nada
“Soy hijo de una familia de muy buen poder adquisitivo; de fábricas, viajes a Europa, autos cero kilómetros y comer los platos más exóticos y caros en los mejores lugares”, reconoce Bellini, cuyo padre, con quien no tiene relación, se dedicó al rubro del calzado.
En la adolescencia, la residencia familiar quedaba en Caballito y los veranos se disfrutaban de diciembre a marzo en Mar del Plata. “Crecí con lujos”. Sin embargo, cuando ya había dejado atrás la adolescencia, sus padres decidieron radicarse en la Costa Atlántica. Peripecias del destino mediante, él optó por quedarse en Buenos Aires ya que había conocido a la madre de Julián, su único hijo.
“Mi viejo no estaba de acuerdo con mi casamiento, así que perdí el contacto con mi familia y dejé atrás una vida de opulencias”, reconstruye. A los 25 años, ya se había convertido en padre y su billetera estaba absolutamente vacía.
“Nunca en mi vida tuve un trabajo con un sueldo fijo”, reconoce. Vendió autos y hasta tuvo una panchería en Liniers. “Fueron miles de fracasos, de intentar y de que nada saliera. Hoy siento que no llegué a ningún lado, pero no estoy donde empecé, aunque todavía no logré una estabilidad económica”, señala.
Luego de doce años, su matrimonio se hizo trizas:“Me dejaron por fracasado, porque no llevaba plata a casa, hasta dudaban si me la jugaba. Hubo un momento en el que no tenía ni para comer”.
-¿Cuál fue tu fórmula para salir adelante?
-Mi secreto es trabajar y trabajar, y no haberme drogado jamás, a pesar de que la vi pasar de cerca, permanentemente; pero, como me hice solo, no podía permitirme tener una neurona menos. Me voy a morir sin haber probado drogas y sin haber jugado a nada.
-Alguna vez, ¿sentiste miedo ante tantas adversidades?
-Tuve plata y miedo. Cuando no tuve más plata, trabajé para comer lo que quería y, cuando tuve miedo, siempre fui para adelante. Los problemas, si los mirás de cerca, te apabullan, si los mirás de lejos pasan a ser una oportunidad.
Suele expresarse a través de máximas generadas por su propia experiencia. Aprendió a los golpes. “La vida es una escuela que te enseña con libros o con trabajos prácticos. A mí me llenó de trabajos prácticos y, a veces, sentí que me cag… a palos por demás, pero todo eso me sirvió para levantarme”, grafica.
Sufrió depresión, estuvo en coma varios días y la calefacción de los colectivos que van hasta la ciudad de La Plata se convirtieron en una panacea cinco estrellas. Pasó por todo.
En busca del tiempo perdido
Intentó de manera incansable. Se cayó y se levantó las veces que hizo falta, hasta que golpeó a su puerta eso llamado “éxito”. Como todo en la vida, su proyecto Lomaximo extremo surge de su propio tránsito de frustraciones. La oscuridad suele dejar paso a la luz. A él le sucedió.
-¿Cómo nace la idea de fabricar ropa de diseño exclusivamente para talles grandes?
-Cuando tenía doce años, mi vieja me vestía como un tipo de sesenta años, porque era el único estilo de prendas que tenía números grandes, así que no parecía un niño. Iba a los locales de marca, pero nunca había talles para mí.
Si cuando era un adolescente, su madre lo vestía como a un anciano, ya de joven las incomodidades continuaron: “Mi actual negocio es un plan que tiene más de diez años, nació como un cúmulo de enojos, frustraciones, de sentirme discriminado en primera persona, de entrar a un local de ropa y que rehúsen atenderme, de no elección. En nuestro país, no se le da bola a la ley de talles”, denuncia con razón.
Alejado de su familia de sangre, con penurias económicas y vestido a disgusto. Un cúmulo de infortunios que se convirtieron en inspiración para iniciarse en el mundo del corte y la confección.
Nadie le enseño a hacer ropa, fue ensayo y error. Su primera tienda fue un puesto en la feria de La Salada, ubicado bien al fondo, pegado al Riachuelo, ya que era a lo único que podía acceder. “Era muy difícil trabajar allí. A veces, no tenía plata para pagar el puesto que, como estaba tan pegado al Riachuelo, la gente no llegaba porque tenía miedo de caerse al agua”.
El que se cayó fue él, pero no al agua, sino a los abismos de la quiebra, como a tantos emprendedores les sucede en el país; pero, como un Ave Fénix, pudo reconstruirse. Emerger de sus cenizas.
El éxito
Su local está ubicado en el corazón de Liniers, a pocas cuadras del centro comercial. Sobre la calle Montiel al 1000, donde antes funcionaba una pizzería, Nacho Bellini montó Lomaximo extremo, su tienda de ropa canchera para aquellos que quieren lucir bien a pesar de los kilos de más.
El local está abarrotado de mercadería. Jeans, buzos, remeras y hasta trajes de vestir. Zapatillas y accesorios. Todo rebosante de color. “Hago ropa vintage que nunca conseguí para mí”. Y se refiere a una casaca que lució Diego Armando Maradona en el Nápoli y acaba de lanzar un buzo que emula a uno que utilizaba Ayrton Senna. También hay remeras con estampados que aluden a bandas de rock.
Evitando estigmatizaciones, sus prendas se miden desde el 2XL hasta el 7XL: el talle mayor es apto para una persona cuyo peso ronda los 250 kilos. “La idea es que la gente se lleve la ropa que le gusta y no sólo porque les entra”, explica.
Así como no esquiva mencionar una y mil veces la palabra “gordo”, su local está ambientado como una típica pizzería. “Qué lugar más feliz existe para un gordo que una pizzería”, argumenta. Todo luce como una imitación de una icónica casa de pizzas de Mataderos y las paredes que quedan libres de percheros y estantes dejan lucir unos bellos azulejos. Todo está a la vista y los probadores son bien amplios, para que nadie se sienta incómodo.
“La marca me devuelve la aceptación, el ´gracias´. Cuando un gordo se va de acá y lo veo feliz, no hay mayor recompensa. El otro día vino un ´doble pechuga´ a buscar un traje para un casamiento que tenía a las dos horas. Me sentí el tipo más feliz del mundo, porque él sabía que le íbamos a resolver el problema”.
Se emociona al hablar de sus clientes. Le brotan las lágrimas auténticas. Piensa en el otro y eso no es otra opción que volver tras sus propios pasos y repasar su vida. “Quiero que los gordos entiendan que pueden elegir qué ponerse”.
De tan bellos que son sus diseños de fabricación propia, alguna vez, paradoja del destino, le pidieron que los realizara en talles chicos: “Eso no va a pasar, porque me puedo llegar a morir si viene un gordo y no tiene su talle y observa que sí me quedan prendas para alguien de contextura chica. No voy a repetir lo que tantas veces me sucedió a mí”.
-¿Qué te devuelve el cliente?
-El otro día, un hombre me dijo ´hace dos años me echaron del trabajo y, desde entonces, me sentí un inútil, por eso no volví a salir de casa; hoy es la primera vez que lo hago y para comprarme ropa. Estaba abandonado, con el pelo largo y sin cuidarme´. Me había visto en Instagram y eso lo impulsó a bañarse, cortarse el pelo y buscar ropa nueva. Lo saqué de la casa, eso es lo máximo y extremo que puedo hacer”.
Se quiebra y le toma varios segundos poder continuar el relato: “El gordo, como siempre llama la atención, tiene que estar limpio, con la barba prolija y la ropa impecable, de punta en blanco”.
-¿Te molesta ser obeso?
-Soy un gordo sano, me hago chequeos y todo me da bien. Hoy no me duele ser gordo, tengo panza, tetas y papada, pero me considero un gordo fachero y encantador, la vida me hizo seductor. No me gusta pasar desapercibido y para mí está re bueno ser así. El gordo es grandote, porque en otro cuerpo no hubiese entrado semejante corazón.
Instagram: @lomaximo_extremo
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