El origen del velcro: quién lo inventó y por qué se llama así
Mañana, cuando salga de su casa, preste mucha atención. Agudice los sentidos porque ahí nomás, a la vuelta de la esquina, puede haber miles y miles de billetes esperando que usted los administre (y, esperemos, les dé un buen uso). Y si no me cree, fíjese lo que le pasó al ingeniero suizo Georges de Mestral, nacido en 1907. Desde chico inventaba cosas. Con solo doce años, registró en las oficinas de patentes un juguete: un simpático avioncito de madera. Pero su gran aporte llegaría más adelante.
A comienzos de la década de 1940, salía a pasear con su perro, bien abrigados. Las largas caminatas eran por los bosques alpinos en los alrededores de Laussane. Regresaban los dos, amo y can, con buena cantidad de cardos adheridos a la ropa de lana. El ingeniero entendió que la naturaleza le estaba dando una lección. Y él decidió aprenderla y estudiarla.
Con el microscopio analizó los cardos, una y mil veces. Paso años, desde 1941, estudiando por qué se adherían a su pantalón y a la manta que usaba su perro (cuyo nombre, injustamente, se ha perdido en el tiempo). Resolver el enigma le demandó muchos años. Recién en 1952, convencido de que tenía todas las respuestas, Mestral salió en busca de inversores que apostaran al desarrollo de un comodísimo sistema de cierre. Por fin, en 1955 patentó su invento. Por ser algo una especie de ganchos de terciopelo –en su francés natal velvet es terciopelo y crochet, gancho–, bautizó a su invento con el nombre de velcro.
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