Entrar al Florida Garden, avanzar por su escalera, suspendida en aire, caminar entre paredes vidriadas, columnas de bronce, y mesas de mármol, es viajar a la década del 60, a épocas del Flower Power, cuando la confitería fue inaugurada por inmigrantes gallegos, con una arquitectura de vanguardia, hoy considerada kitsch. Desde aquel entonces hasta ahora, en la barra de este Bar Notable de Buenos Aires, por el cual pasaron desde Jorge Luis Borges hasta Diego Maradona, se siguen acodando para beber un ristretto escritores, directores de cine, turistas, artistas plásticos, periodistas, hombres de la city, políticos, y señoras que hacen palabras cruzadas. Un micromundo del Bajo Porteño que recibe mil personas a diario, donde los mozos duran décadas, usan moño y ayudan a los clientes a ponerse el saco.
"La identidad de una esquina", dicen las pequeñas servilletas que acompañan el café con cheese cake, especialidad de la casa junto al pan dulce, entre otras delicias de la buena repostería por la cual se hizo famosa. El bar está en Florida 899, un lugar estratégico, en el cruce de la peatonal con Paraguay. Se trata de una cuadra peculiar de Buenos Aires, ya que solo hay tres edificios, todos emblemáticos: el del café, el que albergaba a Harrod's y el Centro Naval, llegando a la Avenida Córdoba.
Florida vivió un auge en la década del 60, en lo que se llamó el Happening Porteño, o el Flower Power Criollo, con manifestaciones artísticas atrevidas, que también tenían por escenario de reunión a este bar, cuando los artistas que salían de la Galería del Este o del Instituto Di Tella, iban al Florida para tomar una copa.
"Imagino al Florida Garden como un gran escenario, con su gran escalera por la cual podría verse bajar a Isabel Sarli, las paredes de travertino, los vidrios que la rodean y parecen formar parte de la película. Cada uno de los detalles está pensado en forma artística. Hay una puesta en escena de la cual todos participamos, si la congelás, vas ver que unos toman vermouth, otros comen ensaladas, o tortas, mientras ríen, conversan, hacen negocios, o miran la gente caminar por la vereda", cuenta a La Nación el arquitecto Justo Solsona, quien desde hace cinco décadas se cruza desde su estudio para almorzar junto a sus hijos en el local. Para Solsona, creador de la torre El Rulero, entre otras obras, el estilo de "el Florida", como lo llama, es kitsch, es decir no clásico, más bien recargado, tal vez cursi. El nombre del arquitecto que la construyó en 1962 es un misterio. "De él sabemos que no aceptó ni lo moderno, ni la imagen tradicional que debía tener un bar", agrega.
Un párrafo aparte merece su escalera, la protagonista del salón, lo primero que impacta al entrar. Tiene un diseño diferente, que no se observa en otros bares. Es colgante, curvilínea y está construida a partir de un peldaño, con escalones enchapados en metal que se van angostando a hacia arriba. Al ir subiendo al entrepiso, se puede observar a los clientes de la planta baja, el movimiento de los mozos caminando con bandejas, las mesas de travertino, las sillas de madera y cuero, la barra y la gente que entra y sale. En la planta alta las mesas tienen manteles: es un lugar preparado para quienes quieran cenar o almorzar con un poco más de tranquilidad.
Uno de los secretos por los cuales este bar de la zona de Retiro no perdió su vigencia es que, junto al Tortoni y Los Galgos, es uno de los mejor conservados de Buenos Aires, aseguran los expertos. Pero además "no cambió su idiosincrasia", explica Javier Fernández, uno de los tres actuales socios, quien recuerda que cuando se hicieron cargo del local, hace 23 años, se encontraron con que tenía baños de estación, con un agujero en el piso, que tuvieron que aggiornar. Pero también repusieron piezas de mármol en mal estado y pulieron los característicos bronces que predominan en la decoración del lugar: el picaporte de la entrada, las columnas, la escalera, y los adornos detrás de la barra están hechos con ese material.
La barra es diferente a las del resto de los bares, que por lo general buscan crear un clima íntimo, en un espacio reducido. Esta es abierta, y está bajo un techo de doble altura, lo cual da sensación de amplitud y modernidad. Pero también se respira el antiguo abolengo, con las tazas con filigrana "FG" y su bordecito dorado colmadas de un blend de café, que los clientes por lo general prefieren beber en la barra, parados, una de las costumbres que ya casi se perdieron, pero que aquí siguen más vivas que nunca. Como la de no cobrar cubierto, una tradición que fue desapareciendo en casi todos los locales gastronómicos.
"Vengo todos los días. Me gusta que haya conservado el estilo, encontrar amigos, charlar con los mozos que me atienden desde hace años, y a los cuales retraté", asegura Hugo de Marziani, artista plástico, vecino de la zona del Bajo Porteño, otro habitué del bar. A diferencia de Solsona que solo almuerza a diario, Marziani almuerza y cena en "el Florida". Ambos ya son parte del paisaje del local, que además cuenta con un libro de visitas donde los clientes dejan sus comentarios y que es prácticamente es un archivo histórico de la Ciudad, con firmas y comentarios de las celebridades que pasaron por el Florida desde sus inicios.
En ese libro de visitas están dibujados, con la pluma de Hugo de Marziani, los mozos Luis, Julio y Oscar, valorados por los clientes por ser atentos y amables. Los mozos se esmeran por atender las mesas de artistas, como la de Marziani, cuando se reúne allí con Luis Felipe Noé, Marta Minujín, Pedro Roth o Liliana Porter. Mesas que, en otras épocas estuvieron colmadas por otros artistas, como Rómulo Macció, Pérez Celis y Juan Carlos Castagnino.
Los clientes que frecuentan el lugar se saludan con un movimiento de mano o de cabeza, para luego dirigirse a su lugar favorito. Pero sucede que a veces, esas mesas están ocupadas, especialmente cuando hay turistas. "En ese caso tenés que esperar a que se levanten. Lo que me gusta del Florida es que acá no hay favoritismos, nadie te va a reservar tu lugar", dice Solsona, mientras le pide al mozo que le traiga lo mismo de todos los días, una ensalada Florida Garden con una botella de agua mineral. En la otra punta, Marziani, esboza en una servilleta su próxima obra.
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