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A continuación, sus principales conceptos:
- Este es un mensaje de alerta: o el Presidente "rompe" con Cristina y empieza a gobernar como prometió durante la campaña, o ella se termina de imponer y termina con el sistema y el contrato democrático que inauguró el gobierno de Raúl Alfonsín en 1983, con las gravísimas consecuencias que esto supondría.
- No estamos planteando el apocalipsis, sino poniendo en contexto la peligrosa acumulación de intentos por transformar el orden político, desde que este gobierno asumió, hasta el día de hoy.
- El Presidente está en su peor momento, demasiado temprano. Pasados apenas los primeros seis meses de gestión, ayer tuvo que soportar la manifestación de descontento más potente de su corto mandato. Su desgaste político se acelera.
- Una gran parte de la sociedad viene poniendo en duda su autoridad. Que ningún oficialista se engañe: el banderazo de ayer fue muy fuerte. Es más, si no hubiese sido convocado en el medio de la pandemia, habría habido centenares de miles de personas en la calle.
- Que Alberto Fernández tampoco se equivoque. Los manifestantes no acudieron confundidos. El banderazo no fue para defender a Vicentín, cuyos presuntos actos ilegales se deben seguir investigando, sino algo mucho más profundo: el esfuerzo de las personas para progresar y crecer.
- Vicentín no representa solo Vicentin. Es la gota que derramó el vaso, el último de una serie de actos prepotentes que van directo al choque con la mitad más uno de la Argentina y son tantos y tan evidentes que hasta resulta tedioso enumerarlos.
- La conformación de un gabinete mediocre, copado por los chicos grandes de La Cámpora.
- Un gabinete con altos funcionarios procesados, como el Procurador general del tesoro, Carlos Zannini. El mismo Zannini que acaba de recomendar que el Estado le pague casi 20 millones de pesos, de manera retroactiva, al exvicepresidenteAmado Bouduou, con doble condena y preso en su casa por corrupto. El intento fallido de una masiva suelta de presos, incluido el corrupto confeso Ricardo Jaime y Martín Báez, aprovechando el Covid-19.
- El aprovechamiento de la emergencia y después de la pandemia para hacer compras con sobreprecios y sin control. El aprovechamiento del Covid-19 para manipular las discusiones en el Parlamento. El tsunami de proyectos delirantes a los que un día el Presidente llama "ideas locas" y al otro día convalida con el intento de intervención y expropiación de Vicentín.
- Las decisiones personalísimas y caprichosas de la vicepresidenta. Desde el manejo discrecional de los millonarios fondos del Senado hasta el capricho de querer cobrar tres cheques del Estado: el de vicepresidenta, el de viuda de presidente y el de expresidenta. Si lo logra, elevaría sus ingresos a casi un millón de pesos, en el medio de una pandemia sobre la que nunca habló, y en el medio de una economía destrozada.
- El intento de copamiento de la Corte para pulverizar, en la última instancia judicial, las causas de corrupción que tanto la atormentan. El intento de reforma judicial con el mismo objetivo: impunidad y venganza.
- Ahora vayamos un poco más allá. Preguntémonos porque, después de prometer que haría lo imposible para terminar con la grieta y proponer una agenda de futuro, Alberto Fernández, nos vuelve meter en la pesadilla del pasado, el deja vu de la 125 y, cada vez que nos habla de la pandemia, nos inyecta más miedo todavía.
- Nuestra respuesta es que tiene miedo, que gobierna con miedo. Miedo a las consecuencias de lo que significaría desobedecer o contradecir a Cristina, a romper el vínculo y a que se desate, dentro del Gobierno y del peronismo, una lucha infernal.
- Y quizá, porque ese miedo lo agobia, no actúa como un Presidente elegido, sino como un subordinado-sometido. En la última entrevista que le hice, ya como presidente, pregunté a Fernández si alguna vez se había psicoanalizado. Me respondió que no. Si lo hubiera hecho, tal vez habría entendido algo más sobre el miedo y el sometimiento.
- Las personas que son sometidas por otras a través del miedo, cuando no pueden rebelarse, tienden a descargar su frustración intentando incomodar o humillar a otras. Podemos verlo en el cruce entre el Presidente y la periodista Cristina Pérez. Te felicito Cristina Pérez. Lo que hiciste, más allá de vos, representa un límite al miedo y al maltrato del poder.
- Pero siguiendo con el análisis, no es ninguna novedad que Cristina Kirchner condujo, desde que se inició en la política, con la herramienta del miedo. Ahora intentemos comprender por qué lo hace. ¿Por qué, por ejemplo, trata a Oscar Parrilli como lo trata?
- Bien, quizá lo hace porque ella misma también tiene miedo. Miedo a algo que tampoco puede controlar. Pero, ¿a qué? Miedo a no poder hacer desaparecer las causas y a ser recordada como la presidenta más procesada y eventualmente condenada por decenas de hechos de corrupción.
- ¿Y en que nos basamos para afirmar que Cristina, a pesar de todo, maltrata, somete o impone en base al propio miedo que acabamos de describir? En los datos del Observatorio de la Corrupción del Poder Judicial, creado por la Corte Suprema en 2016. Son estadísticas que demuestran que es casi imposible que ella pueda zafar. La cantidad, la relevancia y la evolución de todas las causas de corrupción K no se lo permitirían.
- Se trata de un riguroso trabajo que hizo Silvina Martínez en base a los datos oficiales del Observatorio en el que demuestra que el lawfare no existe y que es una construcción mentirosa, porque la mitad de las causas que hoy involucran a Cristina empezaron mucho antes de la asunción de Mauricio Macri.
- Que con "los cuellos de botella" y la burocracia del sistema no hay manera de que ella zafe de pasar los últimos años de su vida recorriendo los pasillos de los tribunales. Que la actual Corte Suprema no tendría ningún instrumento idóneo, aunque quisiera, para anular, contaminar o hacer desaparecer los 30 juicios orales que ya están en marcha, aunque se mueven lento. A paso de tortuga. Que el intento de voltear la causa de la obra pública para que se caigan otras, como Los Sauces y Hotesur, fracasó esta semana.
- Es decir, que para lograr la impunidad que Alberto le habría prometido a cambio de la presidencia tendrían que pasar cosas muy extremas: que pasen a todos los jueces en comisión, se anulen todos los juicios y cambien a toda la Corte; que nos metan presos a todos los periodistas que informamos o cierren los medios que lo hacen; que Alberto firme un indulto. Ya prometió que no lo iba a hacer, Aunque es cierto que a esta altura, su palabra está un tanto devaluada.
- Sin embargo, al Presidente le queda una última opción: empezar a gobernar sin miedo. Sabiendo que, aunque contradiga la voluntad de Cristina, una buena parte de la sociedad, la misma que lo ayudó a ganar las elecciones, lo va a apoyar. Ojalá que haya escuchado el mensaje.
Por Luis Majul
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