Análisis. El plan “ir zafando” choca con el modelo de Martín Guzmán
La agenda electoral de Cristina Kirchner devalúa las metas que se había fijado el ministro de Economía
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La Argentina entró en una etapa económica de dominancia electoral y cortísimo plazo. La misma no tiene un nombre técnico, pero se la podría definir como “ir zafando”. Este período determina prioridades políticamente, deja a la técnica en un segundo o tercer plano y alimenta al capital simbólico construyendo enemigos (jueces, medios de comunicación empresarios o el Fondo Monetario Internacional) y conflictos para reforzar la identidad de base propia con miras a un único objetivo: ganar las elecciones.
El problema de esta etapa, sobre todo para la economía, es que suele elevar la incertidumbre de caminos elegidos en base a la racionalidad económica. Le pasó a Mauricio Macri en 2019, cuando congeló precios, tarifas y cuotas, entre otras cosas. Estos fenómenos dejan heridos en el camino. “Ir zafando” es lo contrario a un “modelo sustentable”, relato basado en la técnica, la paciencia y el mediano plazo que suele esgrimir desde el comienzo de su gestión el ministro de Economía, Martín Guzmán.
Una víctima intangible de estos volantazos entre años pares e impares es el valor de la palabra, algo que el presidente Alberto Fernández dice defender. “La deuda que heredamos es impagable”, dijo este domingo Alberto Fernández. Le bastaron sólo unas horas -desde su conversación con el presidente del Banco Mundial, David Malpass, hasta masticar los dichos de Cristina Kirchner en Las Flores- para mimetizarse al 100% con la ex presidenta y su visión sobre el futuro de la deuda. La agenda del Presidente dejó de ser la propia luego de la apertura de sesiones ordinarias del Congreso, pero de 2020.
El 15 de septiembre pasado, Guzmán imaginó un plan y fijó una hoja ruta. El presupuesto estableció una proyección de inflación; un monto de subsidios económicos y un déficit fiscal. Desde fines de año pasado, el cristinismo cuestionó al ministro por su definición de inflación, el aumento de tarifas previsto y el ajuste del gasto público. El FMI fue el último capítulo de una saga que promete continuar si Guzmán no se mimetiza.
Tal como había hecho con la reestructuración de la deuda en dólares con los acreedores privados, Guzmán se predeterminó tiempos para cerrar un acuerdo con el FMI. Lo dijo públicamente. Era en mayo. Logró una ley en el Congreso para debatir un posible acuerdo. Sin embargo, viajó a Washington sin los requerimientos mínimos que pedía el fondo: un plan plurianual y respaldo político para poder aplicarlo después. En cambio, llegó una denuncia penal que incluía al Fondo. En Buenos Aires Hebe de Bonafini y Juan Grabois lo petardeaban públicamente, luego de que la vicepresidenta volviera a exigir 20 años de plazo; algo que Guzmán ya explicó que no existe en la góndola de la arquitectura financiera internacional. Fernández hace un promedio para no romper la armonía y la unidad (no de los argentinos) del peronismo. Ni los diez del acuerdo de facilidades extendidas que eligió Guzmán ni los 20 que pide Cristina. Él habla de 15 años.
El día después que Cristina habló en Las Flores, Federico Bernal (Enargas) y Federico Basualdo (subsecretario de Energía Eléctrica) dijeron en público que los aumentos de tarifas no serán mayores a los que había adelantado la vicepresidenta en La Plata. Un día después, Axel Kicillof, anunció un alza de 7% en la luz. Será el único del año.
Golpeado mientras negociaba con el FMI, Guzmán es presionado para -como él mismo advirtió- tomar más deuda o emitir más pesos para solventar tarifas. Si visión de que la inflación es un fenómeno macro y multicausal -cuya primera parte, la esencial, es compartida con el Fondo- es apedreada desde el kirchnerismo duro hace semanas porque implica que el problema de los precios está en el Estado y no en las empresas.
El objetivo político atenta contra el técnico. La palabra de Guzmán, el presupuesto, se devalúa. Ni economistas ni la oposición creen que la inflación termine en un 29% (anualizada está en los primeros meses del año casi arriba del 60%); los subsidios económicos crecieron interanualmente en febrero un 85%; el tipo de cambio deberá poner un freno de mano o dar marcha atrás si va a cerrar a $102,40 a fines de 2021.
Guzmán contaba con que la confianza en la hoja de ruta sirviera para contener expectativas del sector privado para anclar precios y coordinar comportamientos. Esa misma confianza es la que lentamente le va licuando el kirchnerismo. Para colmo, no por sus resultados sino por sus diagnósticos, Guzmán es respaldado tanto por algunas entidades empresarias -como AEA- como por el Fondo. Eso convierte a Guzmán internamente en un problema en el marco de la cultura proselitista del kirchnerismo. “El Presidente y Guzmán nos estuvieron engañando todo el tiempo”, dijo Bonafini.
Política y economía se fusionan. Mientras, las distorsiones se acumulan. Se va armando la una nueva herencia. El Fondo, por un acuerdo global, derivará US$4400 millones en Derechos Especiales de Giro (DEG). Alcanza para algunas deudas. ¿El Club de París en mayo y el propio FMI en septiembre y diciembre? Eso está en duda. Quizás sean primero las deudas de la política. Como en el final de “Plata Dulce”, la película de 1982, el mito sigue vivo: “Con una cosecha nos salvamos todos”. Será cuestión de “ir zafando”.
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