Qué importa y qué no de los modos de Milei
Las estridencias del Presidente y el problema de hablar a título personal cuando es la principal voz del Estado
Para unos, resulta simpático y valiente; para otros, irritante y desubicado. Los modos del presidente Javier Milei dividen aguas.
Quienes lo votaron convencidos desde un principio están felices con su iracundia. Aquellos que nunca lo eligieron, lo aborrecen. En tanto que en los que terminaron poniendo su boleta en la urna en el balotaje por descarte tapándose la nariz campea una sensación de incomodidad, aunque se esperanzan en que pueda arreglar algo del tremendo zafarrancho que dejó el albertkirchnermassismo.
Las estridencias groseras no son una novedad, lamentablemente, en la Casa Rosada.
Milei, específicamente, se graduó en asperezas y tosquedades en la pelea en el barro que proponen los programas de paneles de la TV y el mundo ambivalente y ubicuo de las redes sociales. En ambas ligas supo mostrarse ganador. Su presencia en la TV siempre fue garantía de rating seguro y en las redes sociales se consagró como influencer notable, con millones de seguidores.
Tiene, pues, dos expertises: afilado desempeño mediático y estimables conocimientos en materia económica. Y, de a poco, va despuntando otras habilidades más escondidas. Por de pronto, nos asombró a todos al dar vuelta una campaña electoral en el que venía corriendo muy de atrás.
¿Por qué no habría ahora de usar a fondo su visceralidad extrema si no cuenta con otro poder en el que respaldarse que sus propias agallas?
Aun con mayor respaldo en el Congreso y contando con gobernadores propios, las maneras más civilizadas de Mauricio Macri cuando fue presidente, no le alcanzaron para salir airoso de su gestión. Cierto es que fue ungido presidente en segunda vuelta por un estrecho margen sobre su contendiente, Daniel Scioli, situación diametralmente opuesta a la de Milei que se impuso en el balotaje por más de 11 puntos. Y ese sí que no es un dato menor. Por ahora es su principal fortaleza, aunque no dejan de ser cimientos insuficientes para garantizar por sí sola su gobernabilidad en los cuatro años de gestión.
Las excentricidades y rispideces de Milei, o de cualquier otro mandatario del planeta, son apenas anécdotas de color para el mundo de los negocios. En ese ámbito pesan más cuestiones de otra índole para decidir sus inversiones: las perspectivas saludables de las principales variables económicas, la seguridad jurídica, la institucionalidad y que el sistema funcione con armonía entre los tres poderes del Estado. Por eso es tan importante que el Presidente pueda contar pronto con herramientas avaladas legislativamente. No es, como decía hasta no hace mucho, que le da igual si el Congreso no le sanciona la Ley Bases porque seguirá, de todos modos, adelante a puro decreto. No es lo que esperan el Fondo Monetario Internacional ni los grandes inversores del mundo para tomarlo en serio.
No alcanzaba con que Macri se mostrara atildado como presidente y rodeado por los principales líderes mundiales durante la gala del G20 en el Teatro Colón palmeándole la espalda. Las inversiones nunca llegaron en la cantidad esperada.
Reconocimientos meramente retóricos puede haber muchos (de hecho, ya Milei comienza a cosecharlos y no hay día en que él no los reproduzca en sus redes sociales). Pero eso no detona automáticamente la “lluvia de inversiones”.
A nadie en el mundo, entonces, le importa si Milei grita o dice disparates, sino si funciona y es sustentable la macro y la microeconomía que está forjando. Solo necesitan saber si las reglas del juego de la economía local no cambiarán cada diez minutos y si serán verdaderamente amistosas para las inversiones nacionales y extranjeras.
Milei encaja en esta época de líderes confrontativos. Décadas atrás, los gobernantes estaban más protegidos en sus cajitas de cristal y solo salían de ellas en ocasiones muy especiales y esporádicas.
Carlos Menem, entre 1989 y1999, rompió ese escudo de protección y farandulizó la institución presidencial. Y ya no hubo vuelta atrás porque, además, el avance de la tecnología acentuó ese cambio de paradigma.
En los 90 empezaron a aparecer las señales de noticias televisivas y en los 2000, las redes sociales. Las primeras fueron dejando por el camino la variedad temática para concentrarse obsesivamente en la actualidad y en la política. Las segundas contribuyeron a que todo tipo de grieta se retroalimente al infinito. Son malas noticias para los presidentes porque están en foco de manera constante, pero no tan malas para Milei que se mueve como pez en el agua en ese fango.
Eso sí, no debe perder de vista que cuando habla (por ejemplo, de Margaret Thatcher, el Reino Unido y las Malvinas o de cualquier otro tema delicado) nunca nada de lo que diga será a título personal. Es la principal voz del Estado argentino y así será tomado.