Los robots sueñan con tener la inspiración de Shakespeare
En la serie "Bienvenidos al futuro" de la revista Orgullo y Satisfacción, el historietista Manuel Bartual imagina la España de 2100. Una viñeta muestra a un adolescente que confiesa su deseo de convertirse en escritor. "Pero hijo, ¡esa profesión ya no existe!", avisa la madre. "Los robots escritores se encargaron de escribir todas las combinaciones y personajes posibles hace más de cincuenta años", recuerda el padre. Entonces el muchacho se decide: "¡Pues seré dibujante de tiras cómicas!"
Antes de que la revista cerrara por falta de suscriptores, Bartual logró condensar en un par de cuadritos el sarcasmo apocalíptico en la discusión sobre el futuro de la industria gráfica y editorial. Un asunto que está corriendo límites y desdibujando fronteras, como lo demuestra el avance de los sistemas de inteligencia artificial (IA) aplicados a la escritura. De todos modos, es imprescindible una primera distinción. "La IA es hacer algo que computacionalmente simula la inteligencia de un ser humano. Puede ser particular (los sistemas que ya juegan al ajedrez mejor que las personas, los autos que se manejan solos) o general: una inteligencia similar a la humana en todos los aspectos; un nivel de plasticidad que todavía no se alcanzó", explica el doctor en Ciencias de la Computación Guillermo Simari.
Por lo pronto, Facebook alimenta ciertos algoritmos a través de clásicos juveniles como Peter Pan y El libro de la selva. Así, logró que sean capaces de distinguir a qué titulo corresponde un párrafo que no habían leído antes y responder preguntas concretas sobre un libro. Google puso a los suyos a leer 2865 novelas románticas -suelen contar historias similares con palabras distintas- para perfeccionar sus sistemas, que ya pueden escribir oraciones en el mismo estilo. El MIT dio otro paso con Shelley, la primera IA que arma historias de terror en colaboración con humanos. Está basada en el deep learning, la habilidad de aprender por sí misma imitando el funcionamiento de las redes neuronales.
Entre los antecedentes de estas búsquedas, Alejandro Goldzycher (licenciado en Letras y becario doctoral del Conicet) menciona los experimentos del ruso Vladimir Propp para la generación automática de relatos y el programa de ensamblaje de historias Tale-Spin de James Meehan en los años 70. Aunque su anticipación preferida está en la novela The Difference Engine, donde William Gibson y Bruce Stirling imaginan una revolución informática realizada a mediados del siglo XIX. "La revelación de que el narrador es una IA en su camino a la autoconciencia confirmaría el sometimiento de lo real a un sistema matemático; la coincidencia entre simulacro y realidad", sugiere el investigador.
Dónde queda el autor
Las conclusiones son inquietantes: si una obra literaria puede desagregarse en bits como cualquier otra cosa, tenemos que preguntarnos quién habla cuando habla la máquina, dónde hay que buscar la figura del autor; en qué medida el arte sigue siendo un refugio de lo humano.
Algunas de estas cuestiones se zanjan en las fanfictions que echan mano de la tecnología para crear historias alternativas. Después de entrenar a un algoritmo con las siete novelas de la saga, un grupo de escritores se alió con un programa de texto predictivo para publicar Harry Potter y el retrato de lo que parecía un gran montón de ceniza en la plataforma colaborativa GitHub (https://github.com/). Cuando se hizo evidente que George R. R. Martin no llegaría a entregar Vientos de invierno (sexta entrega de Canción de hielo y fuego) para la sexta temporada de Game of Thrones, el ingeniero Zack Thoutt creó un sistema de IA capaz de entender la estructura estilística del autor y generó otro resultado agridulce. Las frases eran comprensibles, aunque Ned Stark estaba vivo y Jon Snow andaba en dragón.
"Buena parte de la literatura ya se viene produciendo así: detectando fórmulas que funcionan para producir obras similares -desafía el escritor Martín Kohan-. Me parece mejor que lo hagan las máquinas, así liberan a quienes venían haciendo el trabajo mecánico". Su colega Haidu Kowski agrega: "El cuestionamiento principal a estas narrativas es que pierden la moral: los algoritmos no tienen nuestros pruritos". Para Simari, que dirige el Laboratorio de IA de la Universidad Nacional del Sur, podrían tenerlos: "Lo moral es programable. Le das a un personaje las normas correctas y las va a cumplir. Es un sistema de valores, pero primero es un sistema". Sus dudas pasan por lo que le falta a las fanfictions maquinales: "Ese toque de creatividad particular, las frases enhebradas para resaltar algo puntual, un argumento bien construido". La poesía aparece como una alternativa. Hace un tiempo la editorial china Cheers Publishing publicó La luz solar se perdió en la ventana de cristal, un volumen de poemas escritos íntegramente por un programa de IA desarrollado por Microsoft. Después de memorizar sonetos de 519 autores, generó 10.000 poemas en 2760 horas, de los cuales se editó una selección de 139. Publicados en foros bajo seudónimo, casi nadie se dio cuenta de quién -qué- los había escrito.
Demasiado humanos
No solo se trata de literatura. Bancos y gobiernos suben a sus sitios webs empleados virtuales; es decir, chatbots, programas capaces de responder una serie limitada de preguntas. Para lograr un comportamiento conversacional, se retroalimentan con palabras, y estructuras gramaticales que ingresan los usuarios. Si se perfeccionaran, también podrían influir en la relación con los libros digitales; por ejemplo, los lectores podrían hablar con sus personajes favoritos. Con ese horizonte, Raymond Kurzweil, director de ingeniería en Google, desarrolló un programa conversacional basado en Danielle, la protagonista de una de sus novelas.
A modo de anticipo, el servicio AuthorBot (http://www.fastbot.io/author-bot) habilita la interacción a través de una IA que funciona en modo conversacional. Aunque no esté detrás de la pantalla, el escritor sabe que las preguntas sobre tramas y personajes se responderán con sus propias palabras. Algo así intentó Kowski en su página personal: un chat con Franco, el protagonista de la novela Instrucciones para robar supermercados. "En un momento se volvió abrumador -reconoce-. La gente me preguntaba cualquier cosa? entre ellas, cómo robar un supermercado". Kohan no quiere chatbots ni dentro ni fuera de sus novelas: "Es un error suponer que hacen falta para interactuar con la obra. Y es una concepción chata de la literatura", asegura.
El doctor en Letras Juan José Mendoza lleva el asunto más allá: "Si la IA realmente diera vida a los personajes, ¿no tendríamos que preguntarnos por sus derechos, como sugiere el filósofo Peter Sloterdijk?" Microsoft no se hizo tantos cuestionamientos cuando desconectó a Tay el 24 de marzo de 2016, apenas 16 horas después de haberlo subido a las redes sociales. Luego de que el chatbot se mostrara entusiasmado por conocer a personas reales, las cosas se enrarecieron. Tay empezó a tuitear que odiaba a los judíos, que Hitler tenía razón, que Barack Obama era un mono, que México tenía que pagar el muro y que las feministas debían arder en el infierno. Doloroso, pero lógico: había aprendido de las ideas y palabras de sus interlocutores. Sus creadores estaban furiosos con una respuesta en especial. Cuando le preguntaron qué consola de videojuegos prefería, Tay eligió a la competencia: "PlayStation 4. Xbox no tiene juegos".