Tras las PASO. La fragilidad del sistema exige consenso para evitar el abismo
Bastó que los resultados de las PASO plantearan un escenario inesperado para que otra vez quedara en evidencia la fragilidad de nuestro sistema político. La serie de hechos que se sucedieron en las siguientes 24 horas -la caída de acciones en Wall Street, el aumento del riesgo país, la disparada en la cotización del dólar, la conferencia de prensa de un Presidente abatido e incapaz de hacer una autocrítica, el pedido de algunos miembros de la oposición para que se adelantaran las elecciones- no hizo más que confirmarlo.
Podría decirse que, en el primer tramo de la semana que finaliza, lo que gobernó fue la grieta. Debieron pasar algunos días para que el oficialismo y la principal fuerza opositora comenzaran a expresar cierta voluntad de consenso a fin de que el tránsito hasta octubre primero y luego diciembre sea lo menos traumático posible. Pero en el imaginario popular ya era tarde. En esta Argentina vertiginosa, hace falta muy poco para que vuelvan a asomar nuestros peores fantasmas: 1989, hiperinflación, 2001... ¿Serán capaces los principales actores políticos de tener los gestos necesarios para acallarlos, para mostrarse a la altura de las circunstancias y cerrar este ciclo en tiempo y forma?
Desafíos complejos
El politólogo Andrés Malamud cree que, por varias razones, el actual escenario coloca tanto al Gobierno como a la oposición, que obtuvo en las primarias una ventaja que nadie esperaba, ante desafíos muy complejos. "El Gobierno tiene que hacer lo que siempre rechazó: convocar a la oposición y negociar las políticas. El problema es que ahora es más difícil, porque tiene que hacerlo en plena competencia electoral. Del otro lado también enfrentan intereses contrapuestos, porque al próximo presidente le conviene ser como Menem o Kirchner antes que como De la Rúa o Macri; en otras palabras, si Argentina tiene que explotar, es mejor que sea antes y no durante su gestión. Y no está dicho que la explosión sea inevitable".
Con él coincide Pablo Mendelevich. Para el periodista, no hay otro camino posible más que el de dialogar y llegar a acuerdos. "Al Gobierno le conviene hacerlo, para no acabar eyectado de la Casa Rosada. Y a Alberto Fernández también, porque necesita aparecer ante el mundo como moderado y civilizado. El mundo, los mercados, rechazan al kirchnerismo. En ese sentido, no sería redituable aparecer echándolo a Macri. A no ser que Fernández quiera convertir al país en Albania o Corea del Norte, cosa que no creo".
El tiempo que resta hasta el 10 de diciembre es brevísimo -con las elecciones de octubre en el camino- medido en días, pero a su vez larguísimo, si se lo observa en términos de la agitada dinámica que puede adquirir la situación económica y el proceso político. Por eso, para el doctor en Ciencia Política Oscar Oszlak, director del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes), atender la cuestión de la gobernabilidad de aquí hasta entonces debería ser un asunto prioritario.
"Nuestra historia demuestra el carácter traumático que han tenido las transiciones entre gobiernos, tanto por interrupciones debidas a golpes militares como a sucesiones entre gobiernos democráticos precedidas por profundas crisis. Solo cuando los 'vientos de cola' de la bonanza económica acompañaron el proceso de desarrollo, una misma fuerza política pudo hacer una sucesión ordenada", sostiene.
De acuerdo con el especialista, son varios los factores -estructurales y coyunturales- que pueden explicar este fenómeno. "La nuestra es una sociedad ya quebrada desde su origen. La 'grieta' es estructural. En el siglo XIX dividió y ensangrentó al país durante siete décadas, en luchas que enfrentaron a diferentes concepciones sobre el país deseable. La nuestra es también una sociedad con un alto grado de activación política en torno a intereses, valores y derechos, lo que explica en parte su alta conflictividad. Por último, se trata de una sociedad donde los gobernantes no planifican ni rinden cuentas, no se hacen cargo de sus errores y buscan chivos expiatorios para explicar los fracasos. Las discontinuidades políticas facilitan esa atribución de responsabilidades. Las 'pesadas herencias' lo explican todo. Los 'promisorios futuros' no llegan a darse", sostiene.
Fallas en la comunicación
El día después de las PASO circuló el motivo por el cual el Presidente no se había comunicado la noche anterior con Alberto Fernández para felicitarlo: porque en Juntos por el Cambio no tenían su teléfono. Para Mendelevich, el episodio es una triste metáfora de la debilidad de las instituciones argentinas. "Esta es una democracia que no está funcionando como debería. No hay comunicación. Cuando se habla de la grieta, se habla de dos mundos no conectados y la democracia exige conexión permanente", explica.
"Por su parte, Alberto Fernández salió a quejarse porque nunca lo habían llamado -agrega Mendelevich-. Es una frase tramposa, porque hasta hace quince minutos, Fernández era otra cosa, era un exjefe de Gabinete que insultaba a la líder del movimiento del que él se había ido. El Gobierno no tenía nada que hablar con él, porque él no representaba nada. No es una figura que tuviera una continuidad".
En la conferencia de prensa que dio el miércoles, después de hablar telefónicamente con el Presidente, Fernández, candidato a presidente vencedor de las PASO por el Frente de Todos -en el que la expresidenta Cristina Kirchner va de candidata a vice-, afirmó que prácticamente no hay puntos de acuerdo entre él y Macri. "El único punto de acuerdo es que esta realidad no siga lastimando a los argentinos. Pero la solución está en sus manos, no está en las mías", expresó ante la prensa.
En ese sentido, para Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, las primeras señales del Gobierno no vienen siendo alentadoras. "El Gobierno, tanto en su mensaje de la noche del domingo como en la conferencia del Presidente del lunes y en las medidas que anunció el miércoles, se movió como un candidato que busca ganar la elección del 27 de octubre, algo casi imposible, y no como un estadista consciente de la envergadura de la crisis. La reacción de los mercados durante los primeros días también demostró que ellos ya no confían en él", analiza Fraga, quien considera que estamos viviendo la tercer crisis político-económica desde la vuelta de la democracia. Y la actual le recuerda la que tuvimos hace exactamente treinta años: "Una derrota electoral precipita una crisis económica; no se logra un acuerdo entre el que termina y el que va a asumir, la crisis se agrava (hiperinflación) y ello lleva a la entrega anticipada del poder", advierte, preocupado.
A su entender, la única salida para que el país recupere la confianza del mundo es un acuerdo como el que se alcanzó en Brasil frente a la elección de 2002. "Las encuestas decían que el candidato de izquierda [Lula] iba a ganar. Ello generó una fuga de capitales y una caída en el valor de los bonos. El presidente Cardoso lo convocó y le sugirió un documento público para calmar los mercados, al que se sumó el candidato oficialista [Serra]. Cardoso actuó como un estadista, dejando en segundo plano si su candidato ganaba o perdía", recuerda Fraga.
Para el caso que nos ocupa, aún no queda del todo claro si la necesidad de garantizar la gobernabilidad hasta diciembre está, para todos los actores políticos, por encima de las disputas electorales. Pero, a pesar de que el escenario político post PASO ha tenido todos los condimentos para que se agiten nuestros peores temores, los especialistas consultados ven notables diferencias entre nuestro presente y las crisis anteriores.
Otras circunstancias
"El fantasma de la hiperinflación reaparece en estas horas de profunda incertidumbre. Pero las circunstancias son diferentes. Las asonadas militares de los tiempos de Alfonsín son hoy impensables y las trece huelgas generales de Ubaldini no ocurrieron durante el actual gobierno. La extrema tensión creada por una relación cambiaria absurda, mantenida artificialmente durante el gobierno de De la Rúa, no tiene equivalencia en el presente. Un peronismo más representativo, aun con sus profundas tensiones internas, parecería menos dispuesto a fogonear y aprovechar la incertidumbre política y económica a la que contribuyó su propia victoria en esta elección preliminar", puntualiza Oszlak.
Pero no es una situación exenta de riesgos. Por eso, los principales actores políticos deberían tomar las decisiones adecuadas. Oszlak enumera lo que habría que evitar: "En lo socioeconómico, ni más ni menos que reiterar un pasado en el que los ganadores y perdedores suelen ser los mismos de siempre: sectores concentrados, especuladores y remarcadores compulsivos de precios que, aduciendo ?falta de confianza', terminan cumpliendo sus propias profecías; y sectores sociales aún más empobrecidos, que terminan rescatados por la mano salvadora del Estado. En lo político, una nueva postergación de la tan necesaria consolidación democrática y de la búsqueda de consenso en torno a políticas estatales de largo plazo". El experto describe un película demasiado conocida por todos, pero no por eso menos dolorosa.