El debate por el aborto: se trata, ante todo, de una cuestión humana
Al igual que sucedió en 2018, en el Congreso de la Nación volvemos a debatir el proyecto de legalización del aborto. Se trata de una problemática de salud pública que representa un dilema moral, social, jurídico y biológico, pero según mi punto de vista, antes que todo, es una cuestión humana.
Este debate –que hace dos años se dio en el marco de un profundo respeto y una gran cantidad de audiencias con expertos– regresa a la Cámara baja con un proyecto oficial que contiene pequeños cambios, pero que no varía en la esencia
Este debate –que hace dos años se dio en el marco de un profundo respeto y una gran cantidad de audiencias con expertos– regresa a la Cámara baja con un proyecto oficial que contiene pequeños cambios, pero que no varía en la esencia. Al ser un tema que moviliza a la sociedad en su conjunto, dos años después y en plena pandemia, la decisión del Poder Ejecutivo tendrá como consecuencia el regreso de multitudinarias marchas, tanto de quienes apoyan el proyecto como de quienes nos manifestamos en contra.
Los diputados y las diputadas tenemos la responsabilidad de debatir con el debido respeto por las posiciones contrarias y, a partir de la propia convicción, finalmente votar. No construye ni resulta democrático que el debate se dé en el marco de acusaciones cruzadas y posiciones extremas: nadie quiere la muerte de nadie. Ni de la mujer que se somete a un aborto clandestino ni la del niño por nacer. Hay que terminar en la Argentina con los discursos belicosos. Debemos aprovechar la discusión para entender que –incluso en este tema tan controversial– solo se trata de diferentes miradas sobre una misma problemática.
En ese sentido, discrepo con quienes llaman "antiderechos" a quienes nos oponemos al proyecto o directamente, de manera simplista, aseguran que por el solo hecho de ser mujeres deberíamos votar a favor. No son posiciones constructivas y espero que no se utilicen como argumentos a la hora de debatir. Mi posición contraria al proyecto no se justifica a partir de una cuestión de género, ni religiosa, ni por ser una diputada "antiderechos".
Me opongo a eliminar una vida, como también a admitir el fracaso del Estado en la elaboración de políticas públicas que cuiden tanto a las madres como a los niños por nacer. Esta postura no me hace desconocer la problemática de los abortos clandestinos y sus consecuencias en las mujeres. Según datos del Ministerio de Salud de la Nación, en el año en que se debatió por primera vez el proyecto, hubo 257 muertes maternas, de las cuales 19 (7,4%) provinieron de abortos indeterminados o provocados y 16 (6,2%) por embarazos ectópicos, mola hidatiforme, o abortos espontáneos. Las 222 (86,4%) restantes fueron por causas obstétricas directas o indirectas. Estos datos arrojan que las cifras no son las que se plantearon durante aquel debate y que la legalización no es la solución para disminuir la mortalidad materna.
A partir de esto y entendiendo que toda vida importa, sí me permito preguntarme: ¿acaso hemos hecho lo suficiente para evitar lo que sucede? Nadie –piense como piense– podría afirmar que sí. La legalización del aborto es renunciar a esto; es renunciar a dar la pelea desde el rol que le compete a cada uno dentro del Estado; es optar por la solución más fácil, y yo me niego a eso.
A diferencia de tantos otros debates que se dan en el Congreso, este no se trata de uno ideológico. Si bien todos tenemos preconceptos y una matriz con la cual observamos la realidad, esta discusión apunta a lo más íntimo de cada persona y eso me lleva, con profunda convicción, a defender la vida desde la concepción por una cuestión estrictamente humana: la política no puede ir contra el derecho a la vida. Un embrión es un ser humano al que hoy en día –gracias a la tecnología– le podemos llegar a conocer el género, su ADN y hasta sentir sus latidos. No podemos hacerle pagar con la vida a ese ser indefenso los fracasos que tenemos como clase dirigente.
Más allá de las diferencias, estoy de acuerdo con una de las afirmaciones de quienes defienden el proyecto: las mujeres tienen derecho a decidir sobre su cuerpo. El problema es que a la hora de tomar la decisión de abortar se está decidiendo sobre el cuerpo de otro, algo que, desde mi lugar, resulta humanamente inadmisible.
Diputada Nacional (PRO)