Un país que elige vivir en el engaño
La reconciliación con Cristina Kirchner obligó al Presidente a cambiar muchas de sus convicciones. Es un hombre inteligente y pega la pirueta con habilidad. Sus nuevos enfoques sobre viejos asuntos parecen fruto de profundas cavilaciones. Despliega sus argumentos con paciencia pedagógica, como un devoto de la razón, hasta arribar a conclusiones que aparentan la solidez de un teorema matemático. Pero el estilo no lo puede todo. El archivo ofrece contundentes muestras de que, durante el interregno en que se emancipó del kirchnerismo, Alberto Fernández sostuvo exactamente lo contrario de lo que dice hoy con el mismo tono doctoral y la misma elocuencia.
Así ha sido hasta aquí en cada uno de los temas judiciales que tienen a mal traer a la vicepresidenta, sobre quien ya pesan nueve causas por corrupción elevadas a juicio oral. En asuntos de Justicia, Fernández se ve compelido a ensayar un doble salto mortal sin red que, además de consagrar la impunidad, degrada el valor de su palabra. Un costo nada desdeñable para un presidente recién llegado que se declaró defensor del diálogo y ha asumido la tarea de sacar al país de una crisis profunda.
En estas cuestiones, las principales amenazas para los planes conjuntos del Presidente y su vice quizá vengan de afuera. Eso sugiere el estreno de Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía, un documental dirigido por un cineasta inglés que Netflix puso en pantalla esta semana. Aquí el pasado irrumpió en el presente con una fuerza inusitada. Tanta, que el Presidente tuvo que salir a desmentirse a sí mismo para que su testimonio en la serie, grabado en 2017, no desentonara con la melodía que debe cantar ahora. Entonces dudaba de que el fiscal se hubiera suicidado, pero el miércoles afirmó que las pruebas no permiten pensar que se trató de un asesinato. Además de desestimar el peritaje de la Gendarmería, que concluye que hubo un homicidio y será ahora objeto de un ataque oficial, deslizó por las dudas una rara defensa explícita de la expresidenta: si se tratara de un crimen, ella "debía ser ajena al hecho" por tratarse de "la única perjudicada".
El documental muestra algo más que las contradicciones del Presidente. Al ofrecer una reconstrucción coral de lo ocurrido desde el atentado contra la AMIA, con el foco puesto en la muerte del fiscal que denunció a Cristina Kirchner por encubrimiento de los iraníes acusados del ataque, el trabajo desnuda los graves problemas con la verdad que arrastra la sociedad argentina. Después de 25 años, poco y nada se sabe del atentado que en 1994 terminó con la vida de 85 personas, así como tampoco de la muerte violenta de Nisman aquel fin de semana de enero de 2015. Lo que hay es un cuarto de siglo de expedientes y audiencias que no conducen a nada, de formalismos judiciales que quedan en parodia y dejan todas las preguntas abiertas, pues la verdad no parece ser siquiera una aspiración de los magistrados y la impunidad es asumida desde el vamos como la resignada suerte de toda causa que involucre al poder.
La orfandad judicial produce un daño enorme. El espacio vacante que dejan las instituciones que deben aplicar la ley es ocupado por la división y la grieta. En medio de la falta de certezas, el poder instala versiones interesadas que alientan la impunidad y polarizan a la sociedad, como se ve en el documental. Quedan entonces enfrentados quienes dicen que al fiscal lo asesinaron y aquellos que insisten en la hipótesis del suicidio, en una pulseada cuya dinámica tiende a radicalizar las posturas y a alejar la verdad de los hechos. También, el ánimo que se requeriría para aceptarla.
Pero el asunto excede lo judicial. El documental, que ofrece la reveladora mirada de agentes de la CIA y el FBI que actuaron en el caso AMIA, refleja a un país inmaduro y atravesado por fuertes intereses ocultos, muy proclive a vivir en el engaño. ¿Por qué una sociedad, o buena parte de ella, rechaza la verdad? ¿Por qué, en tantas cosas y de tantos modos, buscamos refugio en la ilusión o la mentira? Vivir en un cuento habilita un espacio de irresponsabilidad que permite desentenderse de lo que sucede o adjudicar a otros la causa de nuestros padecimientos. Vivir en la fantasía abre la puerta a los fabuladores y las soluciones mágicas. El principal problema de la Argentina, aquel que nos condena al eterno retorno de lo mismo, no es la economía. Sin verdad desaparecen las normas y se impone el más fuerte, en todos los órdenes. Sin verdad no hay posibilidad de vida en común.
Como se sabe, el Gobierno puso soldados de la vicepresidenta en los cargos que determinan el funcionamiento de la Justicia. Esta semana Hugo Alconada Mon informó, por otra parte, que el FBI seguirá investigando a los exfuncionarios kirchneristas que lavaron dinero sucio en el exterior. ¿Tendrán que venir otros, de afuera, a confrontarnos con la verdad? ¿O seremos capaces de asumirla por nuestra cuenta? © LA NACION