Escritos de moda: Virginia Woolf
Escribe muy justamente Virginia Woolf (1882-1941) en su novela Orlando (1928) que la ropa cumple funciones más importantes que la de abrigarnos. Cambia nuestro punto de vista sobre el mundo, explica, y el punto de vista del mundo sobre nosotros. Y en otra equivalencia, entre las prendas y quienes las usan, afirma que así como la forma de nuestro cuerpo da forma a la ropa, ésta "modela nuestros corazones, nuestros cerebros, nuestras lenguas, a su gusto". Capta así y nos transmite el espíritu de aquellos años 20 en el que se puso en marcha el mecanismo económico del consumo masivo, la gran industria del gusto reglamentado, con su descomunal aparato publicitario, su furia comercial, su vistosa trivialidad y su vitalidad innegable.
Woolf mantuvo una relación complicada con la ropa, de la que dice que es un símbolo de algo profundamente escondido. Su propio modo de vestir dejaba bastante que desear a los ojos de sus contemporánexs. Vita Sackville-West, su amiga cercana y un gran amor de su vida, inspiradora de Orlando, cuenta en una carta que Virginia, cuya personalidad la deslumbra, se viste, sin embargo, quite atrocious. Hoy, en cambio, los signos inconfundibles del particular estilo que la Woolf poseía, casi como a pesar suyo, tal los cardigans interminables que llevaba sobre blusas o vestidos florales, o las medias de lana naranja o amarilla que tanto horrorizaban a Vita, son puntos de inspiración recurrentes para lxs amantes de la originalidad indumentaria.
Woolf observaba, crítica pero fascinada, los vaivenes del gusto, con la extensión gradual a las clases medias del fenómeno de la moda. Lo examinó como vimos, en su ficción, y también en sus ensayos y en su diario, donde deplora como una debilidad, lo que llama su frock consciousness, su conciencia del vestido, es decir de las apariencias que elegía darse. Es en una serie de notas periodísticas, The London Scene, escritas para la revista Good Housekeeping que se encuentra un texto suyo atractivo y agudo sobre la nueva era comercial ya bien implantada en 1932, cuando fue publicado. Se llama Oxford Street Tide, la marea de Oxford Street y es la descripción brillante y aguda de un nuevo espacio urbano, emblema del nuevo orden social que marca el afianzamiento de la burguesía mercantil. Se trata de la gran arteria comercial, "chillona, atestada, vulgar", con sus tiendas monumentales, sus multitudes de a pie y su flujo de vehículos a motor, y su estridencia, que ella encuentra fascinante. Señala que tanto los moralistas como los dandies desprecian a lxs que compran allí: los recovecos secretos donde la moda se retira discretamente para actuar sus ritos más sublimes están en otros puntos de la ciudad. En Oxford Street, en cambio, hay demasiados saldos y rebajas, demasiadas ofertas y gente, demasiado brillo y ruido, y todo reluce y titila.
Advierte que Oxford Street aborrece lo antiguo, lo perdurable, y aunque ella parangona las grandes tiendas con palacios, deja claro que se trata de una arquitectura enfática que, en una tremenda confusión de estilos –Grecia, Egipto, Italia, dragones verdes en lo alto de columnas corintias– tiene por función esencial servir de decorado ostentoso para la exhibición ostentosa de bienes de consumo de todas las categorías, desde vestidos de París hasta frascos de sales de baño y medias baratas. Alaba, sin embargo, la iniciativa y audacia de los creadores de estos emporios, donde hay una inventiva fértil, pero apunta que, para muchxs, son un reflejo de "la liviandad, la ostentación, la prisa e irresponsabilidad de nuestra época".
Una artista de la literatura, inteligente y curiosa, eligió contar a través de la moda y sus trastornos, los cambios drásticos, las contradicciones vitales que agitaban a la sociedad en que había nacido. Con su relato, nos sigue dando, a quienes escribimos, además del placer de la lectura, un ejemplo a seguir.
El autor ha colaborado en Vogue Paris, Vogue Italia, L'Uomo Vogue, Vanity Fair y Andy Warhol's Interview Magazine, entre otras revistas