Cuando se deforma la verdad
En abierta contradicción con la convocatoria formulada en marzo último por el presidente Néstor Kirchner a “hacer un análisis histórico que nos permita construir el país que nos merecemos, con memoria, justicia y verdad, pero sin odio y sin venganza”, las autoridades nacionales acaban de dar otro ejemplo de intolerancia y de desfiguración de la realidad, al disponer la supresión de parte del prólogo que acompaña la última edición del informe Nunca Más, emitido en 1984 por la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep).
En efecto, se ha suprimido –y no por casualidad– el primer párrafo del prólogo original de la citada obra, que textualmente decía: “Durante la década del 70, la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda”, lo cual es rigurosamente cierto.
El 11 de noviembre último, la Conferencia Episcopal Argentina emitió una valiente Carta Pastoral, titulada “Una luz para reconstruir la Nación”. En uno de sus párrafos centrales se señalaba: “A 22 años de la restauración de la democracia, conviene que los mayores nos preguntemos si transmitimos a los jóvenes toda la verdad sobre lo acaecido en la década del 70. O si estamos transmitiendo una visión sesgada de los hechos, que podría fomentar el encono entre los argentinos”. Se aludía así al “claro empeño” en “callar los crímenes de la guerrilla” y en no “abominarlos debidamente”.
La evidente deformación del prólogo del informe Nunca Más es una nueva demostración de que la preocupación exteriorizada por la Comisión Episcopal Argentina tiene sólidos fundamentos.
Para no dejar margen de duda, el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, expresó que la decisión de modificar ese prólogo no había sido consultada con ninguna otra organización y afirmó: “Es la política que ha fijado el Presidente y no es susceptible de discusión con otros organismos”. Una actitud que conduce inexorablemente hacia el camino del pensamiento único, que no es más que el intento de eliminación intelectual de cualquier modelo o ideología diferente de la hegemónica, de manera que toda alternativa resulta sencillamente impensable.
El derecho a la verdad, que según una reciente resolución de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas tiene que ser debidamente garantizado en todos los países, es un puente para alcanzar el derecho a la justicia y no debe manipularse ni deformarse. Mucho menos, quedar sujeto a excepciones arbitrarias para tratar de proteger a algunos privilegiados o demorar su rendición de cuentas.
Deformar la verdad es alimentar las pasiones malsanas y la sed de venganza. Implica también dibujar una memoria dividida y continuar sembrando la intolerancia desde la mentira. Por último, es alejar la posibilidad de la reconciliación, que sólo aparecerá cuando todos los argentinos estemos dispuestos a admitir que el otro también ha sufrido y que nadie está totalmente libre de culpa.
Conductas como el asesinato o la tortura jamás podrán justificarse ni aceptarse, vengan de donde vengan. Disimular los crímenes de un bando, desacreditando la investigación de un respetadísimo grupo de intelectuales que derivó en el informe Nunca Más, sólo ayuda a lastimar aún más nuestro tejido social y a profundizar las heridas abiertas en lugar de cicatrizarlas.
Es hora de que los argentinos reflexionemos a fondo sobre la necesidad de superar los odios y desencuentros del pasado, avanzando hacia una definitiva reconciliación nacional. Nada de esto se logrará reavivando viejos antagonismos; mucho menos, parcializando vergonzosamente los trágicos hechos de los años 70.