El fundador de Ellerstina dejó un recuerdo imborrable y la increíble anécdota de Gonzalo Pieres y Cambiaso
Cuando se murió, aquel 26 de diciembre de 2005, y sin siquiera haber podido estar a menos de dos metros de él durante 15 años, tuvimos la sensación de que no aparecería un personaje igual en el mundo del polo. El propio Eduardo Heguy, hijo de Alberto Pedro y ganador cuatro veces del Abierto de Palermo (el torneo de polo más importante del mundo), fue contundente cuando se le preguntó hace un par de temporadas si en todo este tiempo había surgido alguien similar. “Como Kerry Packer no hubo ni habrá ninguno”.
La historia del magnate australiano enamorado por la Argentina no es desconocida, sobre todo para los lectores de LA NACION. Tenía 68 años al fallecer, pero nadie lo olvidó. Como contamos, era el hombre que se sentaba solo en una mesa de black jack en el Casino de Deauville o en los de Londres, pero apostaba en los seis casilleros y detrás de cada silla ubicaba a un “amigo” que vivía intensamente las jugadas: si ganaba la mano, se llevaba las fichas; algunos reconocieron haberse llevado hasta 35.000 dólares sólo por estar parados ahí.
Era el mismo hombre que disfrutaba en una cancha de golf y al promediar la vuelta le decía a sus acompañantes: “Vamos a ponerle un poco de emoción a esto. El que gana el hoyo siguiente se lleva 5000 dólares”. Y les hacía temblar las piernas a la hora de ejecutar un putt. También, es el mismo personaje que un día, al detenerse el auto en el que iba en el semáforo de Avenida del Libertador y Cavia, en Palermo Chico, bajó la ventanilla y le entregó un fajo al muchacho desconocido que se había acercado a pedir ayuda, en muletas y con solamente una pierna: al arrancar vio como esa persona lo miraba y se agarraba la cabeza al advertir que acababa de recibir…US$ 10.000 dólares envueltos en ese papel de diario. Ese hombre que cuando venía a la Argentina alquilaba 30-40 días La Mansión del Hyatt (hoy Four Seasons), el reducto de los Rolling Stones y de tantas otras estrellas de la música y del mundo artístico.
Kerry, empresario multimillonario, dueño de numerosas empresas de comunicación, bancarias y otros emprendimientos múltiples, que competía con otro magnate billonario también australiano como Rupert Murdoch, era conocido en la Argentina como “El Rey de las Propinas”. ¿Calificativo desmesurado? En absoluto. Cuando Packer venía a la Argentina a ver la Triple Corona de polo, amaba instalarse en el centro de Buenos Aires. Alquilaba La Mansión del Hyatt (hoy Four Seasons), en la calle Posadas, más otras habitaciones para sus asistentes, pilotos del avión personal y azafatas. Era un enloquecido por los helados Freddo, a punto tal de que en algún momento quiso llevar la franquicia a Australia y expandirla por toda Oceanía y el mercado asiático. También le encantaba la carne argentina y en ese entonces, los 90, su debilidad era ir a La Munich Recoleta, sobre la calle Roberto Ortiz, al lado de La Biela. Siempre colmado el restorán a la hora de cenar, llegaba Packer y a los 20 segundos estaba sentado junto con su grupo. La leyenda hablaba de que había “extras” que ocupaban varias mesas esperándolo y que se levantaban cuando entraba. El problema se suscitaba entre los mozos: todos querían atender su mesa. Esa propina cambiaba la ecuación del mes para cualquiera.
Packer cambió la ecuación profesional en el mundo del polo. Elevó los valores. Pedía que siempre le llevaran los mejores caballos para comprar. Se vinculó con este deporte por consejo médico. Fumaba mucho. Y quería distenderse, salir del mundo de oficina y de las finanzas y divertirse. Llegó a la Argentina a través de Gonzalo Tanoira, pero su explosión llegó cuando, junto con Gonzalo Pieres, crearon Ellerstina. La denominación argentinizada de Ellerston, su campo en Australia, a unos 340 kilómetros al norte de Sydney.
Con Pieres construyeron un imperio que dura hasta hoy. En el primer ciclo, Ellerstina ganó tres veces el Abierto de Palermo (1994, 1997 y 1998), incluida la Triple Corona del 94. Una buena cosecha. Gonzalo Pieres estaba acompañado por Adolfo Cambiaso, Mariano Aguerre y Carlos Gracida, primero, y luego por Bartolomé Castagnola. Del equipo original de 1992, año en que debutó en el alto handicap, sólo había salido Cristian Laprida, el primer back que tuvo la alineación. Luego, ya con la salida de Cambiaso en el 2000, Ellerstina, hasta hoy, pudo conquistar otros tres títulos en La Catedral del polo: 2008, 2010 y 2012. Festejos que Packer ya no pudo compartir con su creación.
Lo cierto es que el nombre Packer siempre anda dando vueltas en el inconsciente colectivo del ambiente polístico. Anécdotas, relatos que parecen exagerados, pero en rigor nunca lo fueron. Un encuentro con Gonzalo Pieres nos permitió volver a hablar del australiano. Y desmenuzar aspectos fantásticos de su rica historia. Un currículum que no es para cualquiera.
–Gonzalo, ¿por qué un tipo como Packer aterriza en el polo? ¿Por qué no se da en otros deportes?
–Porque él puede participar del juego, básicamente. El otro deporte, en el que entraron muchos personajes como Packer, es el golf. Para el resto de los deportes es distinto. Porque vos, por más fortuna que tengas, no podés estar en la misma cancha junto con Nadal, Federer o Djokovic. Y en el polo sí. O en el golf. De hecho, había Pro Am muy prestigiosos. Los jugadores buenos terminan jugando con patrones y lo podés llevar a la TV. Jugás mezclado con ellos. Entonces, se animan tipos como Packer. Kerry venía de oficina en oficina. Con mucho poder en el mundo de los negocios, pero a la vez fanático del deporte.
–Y se mete a lo Packer: sin escatimar nada.
–Lógico. Hablamos, igual, de un tipo especial. Imaginate la cabeza que tenía que cambió las reglas del criquet. Por Packer, terminó siendo el deporte más visto del mundo. Por audiencias como las de India, islas del Pacífico Sur, toda Asia, más lo que genera Inglaterra y sus colonias a través del mundo. El criquet puede ser aburrido para muchos, para nosotros, por ejemplo, pero Packer lo vio y dijo: “Esto se tiene que jugar en un día, no en siete, como está ahora. Hay que hacerlo más consumible para las audiencias”. Eso fue en los años ochenta. Lo hicieron y el deporte explotó en otra dimensión. Lo introdujo en la TV global. Un genio.
–Hablamos mucho de lo que hacía Kerry en el polo, de sus “ocurrencias”. Aquella anécdota del hombre en muletas al que le faltaba una pierna y le dio el fajo de dólares en el semáforo de Libertador y Cavia es increíble. Pero, ¿hay alguna que no sepamos?
–¡Creo que ya las sabés todas! Esa del tipo de las muletas es buenísima. Tengo la cara grabada de cuando abrió el paquete que le dio Packer y vio que eran 10.000 dólares. Lo miraba con una expresión indescriptible. Pero también era bravo cuando nos llevaba al casino a los polistas.
–¿Cuándo apostaba por todos en black Jack y se llevaban las fichas que ganaban en los otros cinco casilleros?
–Sí, esa es la historia más jugosa. Pero tenías que verlo cómo jugaba en Inglaterra. Son clubes, casinos privados, no como Las Vegas. Tienen lugar para 10 cuartitos privados. Y ahí están los más timberos del mundo. Que son asiáticos. Son muy de ir a Londres. Esos clubes privados los tienen abonados. A ver, Packer no era uno más a la hora de sentarse a jugar: tenía el récord de apuestas en Las Vegas, superaba incluso a los chinos. Y le iba muy bien porque como pasaba una noche sola ahí, tenía más chances. Pero a veces nos decía: “Vamos una semana o 10 días”. Ahí la suerte es más esquiva.
–¿Una semana al ritmo Packer?
–Eso. Y ahí no podés ganarle al casino. El 98% de las chances se te van. Vos podés tener una racha, pero cuanto más tiempo estás en el casino, seguro que perdés. En Las Vegas, todo en limousine: para ir al casino, al golf, de shopping. En los hoteles, las habitaciones singles tenían espacio como para siete personas. Apretabas un botón y se abrían las cortinas, apretabas otro y salía el televisor de adentro de un mueble. Te hablo de los años noventa, cuando no existía nada de todo lo moderno y última tecnología que existe hoy, cuando esas cosas no sorprenden. Pero fue hace treinta y pico de años. Hoy hay lujo por muchos lugares del mundo y compiten entre ellos. Como Dubai: todo edificio. Vas y te preguntás: ¿para qué tantas moles de cemento? Pero a la noche, parece una juguetería iluminada. Es como Las Vegas, pero sin juego. Y está todo lleno de gente. Genera fascinación en el turista.
–¿Qué fue lo máximo que lo viste perder a Packer en el casino?
–¡20 millones de dólares!
–¿Y cómo estaba?
–Con bronca, lógico.
–¿Y tu pensamiento en ese momento fue “este tipo está loco”?
–Te da un poco de pena. Son veinte palos verdes que vuelan. Pero el tipo te explicaba que en su vida, en los negocios, arriesgaba más que en los casinos.
–¿Millones?
–Sí. Es otro mundo el de ellos. Pero es así. Kerry arriesgaba comprando acciones, con diferencias de monedas entre dólar y yenes, acciones futuras. Una timba que…
–¿Y vos lo veías en esos momentos?
-Siempre. Mirá, un día, durante un viaje en el auto para ver una fecha del Abierto de Palermo, en esa timba el tipo iba 12 arriba, y en el viaje de vuelta ya estaba sólo 2 arriba, o sea que había perdido diez de lo que había ganado en el primer trayecto. Hablamos de millones y millones de dólares. Y en otros viajes, directamente perdía. Así eran sus días. Eso es timba de otro planeta.
–No como la del casino…
–Y no, porque en el casino por ahí ponía 100.000 dólares en una apuesta. Y en esta timba ponen 100 palos. Si se arma la cadena positiva, explota todo para arriba. El hijo lo veía como una barbaridad. “Nos vamos a fundir”, le decía al padre. Packer no tenía miedo de atropellar con sus apuestas. Le gustaba mucho el punto y banca, algo de black jack y de ruleta. Le encantaba tomar el savot, que duplicaba las ganancias.
–¿Jugabas con él en el casino?
–¿Con él? Jajajaja, muy pocas veces. En otras mesas preferentemente.
–Claro, lejos de sus apuestas…
–Jajajaja ni loco. Bueno, una sola vez jugamos a lo Packer junto con Cambiaso y así salió el cuento de la Ilusión.
–¿La yegua Ilusión? ¿Qué pasó?
–Packer andaba medio enfermo ya y le bajó la cortina a sus equipos en Inglaterra. Estábamos jugando la Copa de Oro. Fuimos al casino con lo que habíamos ahorrado de ganancias de juego, que llamábamos “las fichas de Kerry”. Entonces, dijimos: “Vamos a jugar tipo Packer”. Como gracia, ¿eh? Imaginate lo lejos que estábamos de jugar como él.
–¿Y qué pasó, cómo les fue?
–Bueno, los casinos cerraban a las 4 de la mañana. Ponele, a las 2.20 ya estábamos secos los dos. Cambiaso tenía menos fichas guardadas que yo. Le fui prestando. “No te las puedo pagar”, me decía. “Tampoco te las di para que me las pagues”, le contesté. Veníamos mal y seguimos jugando a ver si alguno de los dos zafaba. ¡Pero no zafó ninguno! Volvimos en cero. Entonces me dio la yegua Ilusión en forma de pago.
–¿Hiciste negocio?
–Ilusión era una yegua nueva. ¡La pegué! Fue como haber agarrado 10 plenos seguidos.
–¿Packer te dijo que no a algo alguna vez?
–No. Si hasta me ponía presión para que le comprara la Luna a Susan Barrantes. Y cuando Tanoira se retiró, me dijo: “Vamos a comprar los caballos de Gonzalo”. Kerry manejaba un concepto claro: “Si el caballo es bueno, no es caro”. Y tenía razón. Organizar dos equipos en Inglaterra era difícil, costosísimo. ¿Cuánta plata metés ahí? Y la ponía.
–¿Algo que no le gustara?
–Que le dijeran que no. Pero además, no le gustaba que los caballos jugaran dos chukkers, algo que en esa época era común. Creía que era un abuso. Hubo yeguas, vos lo sabés bien, que jugaron dos chukkers y hasta tres en algunos casos excepcionales, y que duraron hasta los 20 años. Bueno, Kerry no quería que jugaran dos chukkers. “Si te hacen falta más yeguas, no las hagas jugar dos chukkers, comprá otra”, me decía.
–Te nombro personas que te marcaron la carrera. El Gordo Héctor Barrantes, el Gordo Eduardo Moore, Gonzalo Tanoira, Peter Brant y Kerry Packer. ¿Quién fue más importante en tu vida?
–Packer, sin dudas. 10 a 1.
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