Un malentendido llevó a un conflicto del prestigioso entrenador con los enviados especiales de este diario
Tenía el rostro desencajado. Rarísimo en él, siempre con una sonrisa para ofrecer. “Cacho, escuchame porque se trata de un error”. No hubo caso. El hombre aceleró el paso, no emitió sonido y se perdió entre dos o tres allegados que le pasaron los brazos sobre los hombros y clavaban sus miradas hacia atrás, desafiantes. Destinadas al que, entendían, era “el enemigo”. En Sydney 2000 estaban por nacer oficialmente las Leonas, un equipo que marcaría y sigue marcando la historia del deporte argentino a través del hockey sobre césped. Pero para Sergio Vigil, el ilustre entrenador que comenzaba a edificar una carrera excepcional, la supuesta “traición” no tenía perdón. O casi…
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A Cachito Vigil lo había visto jugar en su club, Ciudad de Buenos Aires, junto con cracks como Marcelo Garraffo, entre otros, allá por los años ochenta. Un volante con circulación, panorama. Curiosamente éramos del mismo barrio (Palermo) y estudiado en el mismo colegio (Guadalupe), donde cursó hasta 6° grado. Su familia se mudó, pasó por Martínez, luego por Olivos, hasta recalar en Núñez, a cuatro cuadras de Muni, en Crisólogo Larralde y Grecia.
Arrancó con el hockey a los 9 años y a los 18 (1983) debutó en primera. Ganó 7 títulos con Ciudad. No fue extraño que tiempo más tarde incursionara como entrenador. En Juegos Olímpicos, la selección femenina había sido 8ª en Seúl 1988 y de la mano de Rodolfo “Chiche” Mendoza, en Atlanta 1996 había dado una señal, con un 7° puesto final, pero sobre todo se advertía que había buena materia prima. Que faltaba un paso nomás para dar un salto de calidad.
Sydney 2000, luego de la clasificación obtenida al ganar el oro panamericano en Winnipeg 1999, era la oportunidad de romper la barrera olímpica. Con jugadoras como Mariela Antoniska, Cecilia Rognoni, Magdalena Aicega, Mercedes Margalot, Ayelén Stepnik, Anabel Gambero, Jorgelina Rimoldi, Karina Masotta, Vanina Oneto, María de la Paz Hernández, y una tal Luciana Aymar. Más la joven promesa Soledad García.
Para la mayoría de ellas, otra experiencia formidable como la de Atlanta. Compartiendo la Villa Olímpica, por ejemplo, con los seleccionados masculinos de hockey (Jorge Lombi, Matías y Rodrigo Vila, Chapa Retegui) y de voleibol (Hugo Conte, Marcos Milinkovic, Javier Weber, Alejandro Spajic), ciclistas (Juan y Gabriel Curuchet), boxeadores (Ismael Pérez), tenistas (Gastón Gaudio, Juan Ignacio Chela, Paola Suárez, Florencia Labat) esgrimistas, canoístas (Javier Correa), remeros, nadadores (José Meolans, Georgina Bardach), taekwondistas (Gabriel Taraburelli), atletas, velistas (Camau Espínola, Juan de la Fuente y Javier Conte, Serena Amato, Santiago Lange).
Las chicas no pudieron asistir a la fiesta inaugural, el viernes 15 de septiembre, en la que el windsurfista Camau Espínola entró como abanderado de la delegación. ¿El motivo? Debutaban al día siguiente a las 8.30, frente a Corea del Sur, en el State Hockey Center. Ambos países integraban la Zona A junto con Australia (favorito), Gran Bretaña y España. En la Zona B, Nueva Zelanda, China, Países Bajos, Alemania y Sudáfrica. Jugaban todos contra todos en cada zona y los tres primeros de cada grupo se clasificaban para la rueda final.
Las chicas ganaron 3-2 en el debut, un partido frenético, durísimo, con goles de Aymar, Rimoldi y Masotta. Se anotaron una segunda victoria sobre Gran Bretaña por 1-0, con un nuevo tanto de Masotta, una de las mejores delanteras del mundo y que antes del certamen había dicho, medio en broma, medio en serio, a LA NACION: “Que me marquen como quieran, total no me van a poder agarrar”. Hasta ahí, todo muy prometedor. Fue cuando empezaron los problemas…
Perder con Australia en la tercera fecha por 3-1 (gol de Soledad García) no resultaba traumático: el local, con la fenomenal Alyson Annan, la mejor del planeta, era candidato al oro. Sí, en cambio, fue un palazo la derrota posterior con España por 1-0. Casi que no estaba en los cálculos de nadie. El español era considerado un seleccionado rústico, sin variantes y de bajo riesgo. No comprometía la clasificación a la rueda final: una cosecha de 6 puntos la ubicaba en el segundo lugar, por detrás de Australia (10) y desplazando al tercer puesto a España (5). Afuera quedaban Reino Unido (4) y Corea del Sur (3). “Tan mal no estamos”, fue el mensaje de las chicas en el vestuario. Bajo la mirada de haber ocupado un segundo lugar, una reflexión lógica.
Cuando volvieron a la Villa Olímpica, ese jueves 21, todo era tranquilidad. Tenían un día más para que se definieran los clasificados de la Zona B, ver cómo se reordenaba la tabla de posiciones y se armaba el Schedule para la etapa final. Al día siguiente, la sorpresa fue mayúscula cuando comenzó a circular un aspecto reglamentario que modificaba toda la ecuación: Argentina arrancaría la segunda etapa ¡sin puntos!
Cuentan que en ese momento pasaron de la incredulidad a los insultos. “¿Pero cómo puede ser que no sepamos el reglamento? ¿En serio nos pasó ésto? ¿Nadie se dio cuenta?”. Tres preguntas que todos se repetían puertas adentro. En ese entonces, Claudia “Clota” Médici (crack de BACRC-Suri y subcampeona mundial con la selección en Berlín 1976) era la Jefa de Equipo y Luis Ciancia (fallecido en 2014), un emblema del hockey argentino, el head coach. Un revolucionario que, entre otras cosas, había sido quien designó para el cargo a Vigil en 1997, con sólo 33 años. Ambos tampoco salían del estupor. Evidentemente, había ocurrido un error de apreciación grave. Que complicaba, literalmente, las chances de la Argentina.
¿Por qué pasaba sin puntos el seleccionado a la etapa final? ¿Qué había sucedido con las 6 unidades que había cosechado con las dos victorias en la Zona A preliminar? Simple: se llevaban los puntos de arrastre obtenidos en los partidos ante los otros clasificados. La Argentina había derrotado a Corea del Sur y a Gran Bretaña, pero ambos quedaron eliminados. Con Australia y con España, los que sí pasaron de rueda, había perdido. Es decir, no sumó. En consecuencia, Australia y España arrancarían con 4, producto del empate entre ellos (1-1) y la victoria sobre el conjunto de nuestro país. Un panorama ensombrecedor.
Consultado luego del impacto frente a España, Vigil admitió el error. Contó que se había enterado antes del partido con Australia y que obviamente no esperaba la derrota con las europeas. No sabía cómo decírselo a las jugadoras. “Estamos muy golpeados. Me quería matar. Me lo tragué, no dije nada. Tenía una angustia, la sigo teniendo y la tendré. No dormí. El error es de todos. Es un error serio y de todos. Justo se modificó el sistema de juego y una palabra en inglés nos cambió toda la historia. Pero el reglamento es clarito”, dijo ese día a LA NACION. Y remató con un “estamos listos para pelear. Confío en estas chicas. No nos van a noquear”.
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Año 2000. Otros tiempos. Internet en sus albores. Los enviados especiales de los medios gráficos trabajábamos exclusivamente para el diario papel, con 12 horas de diferencia horaria. El bombazo reglamentario sobre el seleccionado femenino repercutió con cierta demora en nuestro país. Pero hizo ruido igual. ¡Y cómo!
De pronto, sin tener noticias al respecto, alguien vinculado con el deporte, en Buenos Aires, que sentía indignación por la desprotección sufrida por el plantel y por el error, publicó un artículo en LA NACION. Se trataba de Miguel Azriel, delegado argentino en los Juegos Olímpicos Munich 1972 y Montreal 1976. Del estilo de lo que podría ser una Carta de Lectores y en cuyo contenido era muy duro con toda la conducción del seleccionado. Condenando enérgicamente todo lo sucedido.
“La aparente confusión y las declaraciones del técnico Sergio Vigil no se pueden aceptar y no caben excusas. El nuevo sistema se conoce desde marzo-abril. En junio enviaron las reglas…Días antes del comienzo de los Juegos, el delegado técnico reunió a todos los jefes técnicos y a los capitanes para dar instrucciones, explicaciones y aclarar cualquier duda. Claudia Médici, jefa del equipo argentino, domina perfectamente el inglés. Además, el presidente de la FIH, Joan Ángel Calzado, es español. No pudo existir ningún problema de entendimiento…Estar entre los mejores es excelente y me alegra mucho…Pero hay que trabajar seriamente para mantener el nivel actual. Los Juegos son la cumbre de todos los deportes, donde no se permiten errores o excusas tontas”, decía, palabras más, palabras menos, el artículo firmado por Azriel y titulado “Excusas poco creíbles”.
Las noticias llegaron a Sydney. Al principio sin leer el contenido. “¿Vieron lo que salió en LA NACION?”, era el mensaje. La concentración argentina explotó. Justo en el peor momento. Afloraron los fantasmas de toda clase. Algunos recordaron la previa del seleccionado de Carlos Bilardo para el Mundial 1986, con críticas y hasta intento de desestabilización desde la política para desplazar al director técnico.
Lo cierto fue que había que salir de nuevo a la cancha, con todas las presiones a cuestas. La Argentina afrontó con bronca el encuentro frente a Holanda el domingo 24 de septiembre. Una enorme victoria por 3-1, con dos goles de Soledad García y el restante de Lucha Aymar. Ese día, Cachito Vigil buscaba como loco a los enviados de LA NACION. No los encontró. Habló con otros colegas. Les hizo saber de su enojo, lindante con la furia. Indignado.
Con José Ignacio Lladós, el otro enviado especial de LA NACION, no entendíamos nada cuando nos contaban, horas después, de la situación. “¿Qué hicimos?”, nos preguntábamos. “¿Vos escribiste algo? Yo no”. Repasamos las notas que habíamos enviado. “¿Por qué se enojó así? ¿Pero están seguros de que salió en LA NACION?”. Todo era incertidumbre y especialmente sorpresa. Llamamos a Buenos Aires. Nos envían por fax el artículo. Ninguno de los dos habíamos visto o hablado con Azriel alguna vez. Pero ya no se podía volver atrás.
Al día siguiente, a las 13.30, la Argentina volvía a jugar. Ante China. Partido clave para tener aspiraciones de pelear por las medallas. Comenzaron perdiendo, pero lo dieron vuelta con tantos de Aymar y de García. Bajamos a la zona mixta. Había otros periodistas que, de alguna manera, estaban esperando el cruce de LA NACION con Vigil. Aparece Cachito, con el rostro desencajado apenas nos visualizó. “Cacho, escuchame porque se trata de un error”, le digo. Pero no frena. Ni habla. Se aleja rodeado por varios allegados que nos miran con bronca.
De pronto, cruzamos a Luis Ciancia, el hombre top del seleccionado. Siempre serio, sarcástico, gruñón cuando algo no le gustaba. Cuando le hablamos de la nota, nos dice, tajante: “Nada que objetar del artículo. Lo que pasó acá fue un desastre organizativo. Vos cumpliste con tu trabajo”. La sorpresa invadió la cara de Ciancia al escuchar la respuesta: “Te agradezco Luis, pero el detalle es que nadie de LA NACION escribió la nota, sino que su autoría es de un delegado técnico de otros Juegos Olímpicos”.
Pasaron dos días y las ya institucionalizadas Leonas, con el logo diseñado por Inés Arrondo estampado en la camiseta, afrontaban “el partido”: contra Nueva Zelanda. El que podía asegurarles la medalla plateada. Nada menos. ¡Inolvidable! Se jugó a la misma hora a la que el seleccionado masculino de voleibol lograba el pase a las semifinales tras ganarle el clásico a Brasil. Separados, ambos escenarios, por sólo 5 minutos en ómnibus. Noche bien argenta, colorida, de banderas y cantos. De festejos para toda la vida. Triunfo por 3-1 en voleibol y jugadores desparramados por el parquet. Victoria aplastante de las Leonas por 7-1, con cuatro goles de Oneto, dos de Rognoni y uno de Massotta. ¡Medalla asegurada y partido por el oro frente a Australia!
Voy nuevamente a la zona mixta. La verdad, con muchas ganas de felicitar a las Leonas, pero sobre todas las cosas, de volver a hablar con Cachito Vigil. El malentendido no podía terminar así. Necesitaba que me escuchara. De repente, lo veo venir a lo lejos. Demora dos o tres minutos porque todos lo paran para abrazarlo. No existían las selfies todavía, sí algunas cámaras de video más aparatosas. Lo voy a buscar. Quedamos frente a frente y trato de decirle otra vez “Cacho, mirá que…”. No pude completar la frase. Vigil me da un abrazo de aquéllos. Largo. Confundido, alcanzo a felicitarlo. Hasta caen algunas lágrimas. ¡Para qué negarlo! “Ya sé lo que pasó”, me dice. Parece una historia terminada. Casi...
La Argentina vuelve a perder con Australia en la noche del viernes 29, ahora en el partido por el oro. Otra vez por 3-1. Pero las Leonas son felices porque saben que acaban de concretar algo por lo que soñaron muchos años. Son subcampeonas olímpicas. Bailan, celebran, festejan sin ganas de que el día se termine. Es la madrugada del sábado 30 y volvemos con Pachu Lladós al departamento donde habitamos durante esos 25 días en Sydney, con sensaciones increíbles y la alegría interna ante la solución de un problema ligado de rebote, pero que casi rompe la relación profesional con uno de los grandes personajes del deporte argentino. Aunque todavía faltaba lo mejor…
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Domingo 1° de octubre. Día de la ceremonia de clausura. La Argentina ya tenía sus medallas: plateadas en hockey femenino y Clase Mistral de yachting (Carlos Espínola), más los bronces también en vela de la Clase Europa (Serena Amato) y 470 (Juan de la Fuente y Javier Conte). Faltaba el voleibol masculino, que había perdido las semifinales con Rusia por 3-1. Le tocaba enfrentar a Italia por el bronce. El sueño termina con un lapidario 3-0 y el cuarto puesto se valora igual. Un diploma de lujo.
Salimos de la zona de plateas y en los pasillos del estadio nos volvemos a cruzar con Vigil. La última vez en Sydney porque ya se están por volver a la Argentina. “¿Qué loco todo lo que vivimos acá, no?”, le comento. “Dame otro abrazo”, me dice Cacho. La sonrisa otra vez ilumina su expresión. Le pregunto: “¿Tenés ganas de hacer una nota? Un ratito, ahora, antes de que te vayas para la Villa Olímpica”. Accede.
Fueron unos 20 minutos. De pie, en medio de la gente que salía del estadio. Pasaban y era todo abrazos, felicitaciones, algunas fotos. La charla incluye el hockey, pero no es literalmente de hockey. Cachito habla de que “no me gusta ser entrenador de hockey, sino docente y que trabajar de director técnico es una excusa”. Se explaya sobre su amor por el teatro, que le encanta Roberto Artl al igual que el drama y las comedias. Que le gusta leer cosas de filosofía y psicología, seguramente para aplicarlas a la vida y a su trabajo. Y sobre todo, que le atrae hacer cosas no como pasatiempo, “sino las que me movilizan el alma”.
Uno se va dando cuenta de la riqueza de la entrevista y que no es una charla más. Pero no hay que cortar el clima. Entonces, seguimos ahí de pie, cada vez con menos gente alrededor. Involuntariamente la mano que sostiene el grabador baja de a ratos y Vigil acompaña la distancia, encorvándose para no perder de vista el micrófono. Se nota que está hablando apasionadamente.
Le preguntamos qué le habían dejado las Leonas. Menciona humildad, alegría, convicción solidaridad. Y saca a la luz una frase que diariamente se repetía para su interior, pero además lo dice cantando: “Vamos salvadoreño, que no hay pájaro pequeño, que después de levantar su vuelo, se detenga en su volar”. Y cuando termina de cantar como si estuviera en un karaoke, agrega otro sustento de sus convicciones: una conocida frase de Bertolt Brecht que habla de los que luchan toda la vida y son los imprescindibles. “Yo la modifico –aclara– y digo que los que luchan toda la vida, son los protagonistas. Y le agrego: los que luchan toda la vida con felicidad, son los que disfrutan de la vida”.
A esa altura Cachito es un glosario y nos impacta con su siguiente definición. “Me gusta el fútbol y soy hincha de River y de Boca”. Fue hace 24 años cuando dijo esa frase que nadie se había animado a pronunciar porque suena a utopía. La dijo en serio. Y la fundamentó: “River es la aristrocracia futbolística y Boca es el folcklore, el pueblo”. Y agrega: “Cuando juegan entre sí, grito los goles de River, pero quiero que Boca le gane a Real Madrid”, en referencia al partido que jugarían ambos equipos en Tokio por la Copa Intercontinental.
La nota va terminando. Vigil dice que sintió mucha paz al día siguiente de la final olímpica. Recuerda a otras jugadoras que también hubiesen merecido la medalla, como Gabriela Liz, Gabriela Pando, Alejandra Gulla, entre otras. Y se alista para los nuevos desafíos. “Siempre los habrá, como en la vida”, apunta quien se convertiría en un emblema del deporte argentino y en mucho más que un entrenador de hockey.
Se apaga el grabador. Vuelve a sonreír. Nos damos, ahora sí, el último abrazo en tierra australiana. “Quiero decirte que me encantó. Es la nota más linda que hice en mi vida”, afirma, con la gratitud dibujada en la mirada y los ojos vidriosos. Atrás habían quedado el enojo, la malinterpretación. Notas le hicieron miles y seguramente mejores, pero aquella historia de Sydney 2000 fue distinta a todas. Una auténtica perla del deporte argentino.
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