Sólo los árboles tienen raíces
El gran escritor italiano dialoga con su colega argentino Juan Octavio Prenz, que se ha convertido en un raro ejemplo de autor mitteleuropeo radicado en Trieste. Además, se publica un capítulo de Fábula de Inocencio Onesto, el degollado , del novelista y poeta de Ensenada
En Ensenada, entre Buenos Aires y La Plata, había hasta los años 50 un cementerio de barcos y mascarones de proa. Quizás Juan Octavio Prenz se convirtió en poeta mirando, en su niñez, esas caras femeninas y fatales corroídas por el tiempo y por el mal tiempo, esos ojos atónitos abiertos a las catástrofes indescifrables que llegan del horizonte. Por cierto, una de sus primeras colecciones de poemas, Mascarón de Proa, está dedicada a esas imágenes fabulosas y marchitas, a las historias de esas barcas y de sus tripulantes.
Nacido en Buenos Aires y de origen istrio-croata, Prenz dejó la Argentina con el advenimiento del régimen militar -una de sus poesías está dedicada a una asistente suya desaparecida, Diana Teruggi- y vivió mucho tiempo en Belgrado, donde enseñó y se radicó en el mundo cultural eslavo. Desde hace años vive y enseña en Trieste. Narrador y poeta de lengua española, amigo de los grandes sudamericanos, pertenece él mismo, con su voz apartada, personalísima e inconfundible, a esa literatura y a su potente empaste épico-irónico-mítico-grotesco, que caracteriza su gran, imprevisible novela Fábula de Inocencio Onesto, el degollado, editada por Marsilio en una excelente versión italiana de Alberto Princis. Es un curioso ejemplo de escritor mitteleuropeo-sudamericano.
-¿Cómo vives esta identidad plural, tus raíces y tu existencia vagabunda? ¿Qué influencia ha tenido esto -si la ha tenido- sobre tu escritura?
-No sé si en mi caso se puede hablar de identidad compleja. Mi situación es la de quien, por continuar una tradición familiar de migraciones, comparte sin esfuerzo el destino de dos o tres países distintos. Desconfío de las metáforas cómodas y cuando se me dice que, de todos modos, el hombre debería tener raíces, mi lema es que sólo los árboles están obligados a tener raíces. Y después, si se trata de metáforas, ¿por qué raíces y no alas? En fin, cuando se habla de identidad, hasta el tiempo hace bromas literales: en mi certificado de nacimiento, el funcionario de turno me hizo nacer un 25 de julio a las 25 horas.
Fábula de Inocencio Onesto, el degollado , un libro extraordinario, de absoluta originalidad y gran intensidad poética, es la parábola surreal de un hombre que se hace decapitar, sustituye la cabeza humana con una monstruosa e inicia así su existencia de monstruo, hasta completar, contra todo y contra todos, un camino inverso, recuperando poco a poco su humanidad y su dignidad a través del escarnio, la infamia y la muerte. La novela ha sido leída también como una alegoría de la perversión del hombre de poder totalitario y, agregaría, como una tremenda y tierna fábula de la actual transformación anormal del hombre y su naturaleza, y de la resistencia que se le puede oponer. Me parece una gran "novela de transformación" contemporánea, genial sobre todo en el plano poético y estructural. La acción está narrada por una multiplicidad de voces que la cuentan desde distintas partes, la despedazan, la salpican continuamente con otros relatos, la recomponen en el vocerío grotesco, vehemente, de la vida misma, que inventa y deshace todas las historias.
- ¿Qué te llevó a escribir Fábula de Inocencio Onesto ?
-De joven leí que, según Marconi, las voces no desaparecen en el espacio sino que flotan infinitamente. Desde entonces, espero que se invente el aparato que recoja las voces del pasado y rescriba la historia. Pienso que cualquier historia de cualquier personaje es una constante convocatoria de voces que la integran. En mi Inocencio Onesto... , las distintas voces hacen progresar el relato. Los críticos clasifican esta novela dentro de la literatura fantástica. Diría, por mi parte, que ésa ha sido la manera de contar una historia que tiene tantos elementos reales. Algunos hechos que parecen inverosímiles han ocurrido de verdad, así como los personajes son reales. Por lo cual he podido advertir que "Cualquier parecido con la realidad, con personas vivas o muertas, no es, obviamente, una simple coincidencia". No es extraño que también mi poesía sea raramente lírica. Hay siempre, de modo explícito o implícito, un elemento narrativo, de épica cotidiana, de anécdota histórica, elaborado con cinismo e ironía y reducido a una expresión mínima.
- Eres un escritor socarrón, independiente de todo, quizás también perezoso como Borges -que decía que escribía por haraganería cuentos breves en vez de vastas novelas- y, a pesar de los reconocimientos recogidos por obras como Cuentas claras , Cortar por lo sano o Habladurías del nuevo mundo (que te han procurado el prestigioso premio Casa de las Américas), eres un autor para pocos, al menos en Italia, si bien recientemente la revista In forme di parole publicó una amplia antología de tu lírica. Tu poesía, en cambio, ha sido muy traducida y conocida sobre todo en los países eslavos, donde a menudo vas a presentarla, a discutirla junto con los poetas más significativos de esos países. ¿Qué impacto puede tener una poesía "ultraoceánica" como la tuya en ese mundo? ¿Y qué atmósfera encuentras, después de tantas tragedias, en esas devastadas tierras danubiano-balcánicas?
-He vivido el desmembramiento de Yugoslavia como una tragedia histórica. Había sin duda otras vías de salida, acuerdos pacíficos que, respetando las elecciones de cada pueblo, incluida la de tener un Estado, podían preservar la convivencia. Había, sin embargo, intereses de todo tipo a los cuales la convivencia de poblaciones y lenguas no les convenía. Con respecto al área más vasta, creía hablar una lengua, el serbocroata, que me permitía comunicarme sin problemas, tanto en Zagreb como en Sarajevo o en Belgrado. Ahora, para no herir la exagerada susceptibilidad de algunos, cuando nombro el pan ( kruh y hlev eran palabras que empleaba indiferentemente) presto atención y uso hleb en Belgrado y kruh en Zagreb y la una o la otra según en qué lugar de Bosnia me encuentre. Me reprimo, por lo tanto, para no repetir algún incidente que ya tuve. Curiosamente, la gente común me pregunta en Zagreb dónde aprendí el croata; en Belgrado, dónde aprendí el serbio y en Sarajevo, dónde aprendí el bosnio. Es triste.
(Traducción de Hugo Beccacece)